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domingo, 18 de diciembre de 2011

¿Hay salida para la crisis?

Según los datos oficiales en España ya hay cerca de 5,0 millones de desempleados. Si en tiempos de bonanza económica se creaban alrededor de 400.000 empleos anuales, ¿cómo se podrá absorber este inmenso contingente de personas que han caído fuera de la “rueda económica”?

Y, sin embargo, he aquí la gran contradicción de nuestro mundo: millones de seres humanos necesitan lo que nuestros parados saben hacer...

Mis lectores ya saben que creo que no estamos ante una crisis coyuntural, sino ante el fracaso de un modo de vivir , en el que el egoismo es el supremo valor. Y he aquí el reto que se presenta delante de nosotros: cambiarlo por otro en el que la solidaridad sea la base de las relaciones humanas a escala planetaria.

Hace unos días recibimos en nuestro buzón un juego de cables que mi esposa pidió por internet para conectar el ordenador a otros dispositivos y a la TV. Pagué unos 3 euros, gastos de envío incluidos: producto fabricado y expedido en China. En un centro comercial próximo, uno sólo de ellos, (eran dos), costaba 15 €.

Y esto me llevó a pensar que la mayor parte de los habitantes del planeta, los que viven en el 2º y 3º mundos, no pueden comprar los bienes y productos que nosotros fabricamos, pero nosotros adquirimos a precios de saldo los que ellos hacen.

La supremacía tecnológica europea y norte-americana ha sido la herramienta que ha fortalecido enormemente sus monedas, dólares y euros, que son apreciadas, deseadas y valiosas en todo el mundo, porque permiten o han permitido adquirir bienes que todos quieren o necesitan pero que muchos son incapaces de producir.

Tres cuartas partes del mundo compran o piden prestado a Occidente dinero, dólares y euros, a cambio de sus materias primas y sus productos elaborados, grandemente depreciados porque sus monedas prácticamente no tienen valor alguno para nosotros.

Y con estas materias primas, (maderas, productos vegetales, minerales, ...), los sistemas productivos occidentales fabrican bienes en los que el valor añadido por éstos es la parte más importante del precio y la materia prima tercermundista, la residual. Es así como una hora de trabajo nuestra vale por muchas horas de trabajo de un trabajador en un país subdesarrollado, y es así como nuestra riqueza es su pobreza.

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Desigualdades entre ricos y pobres tan enormes como las que hoy hay entre nosotros, (todos nosotros), y ellos, (los del tercer mundo), no han existido jamás en la historia del hombre sobre la Tierra. Desde luego, incomparablemente mayores que las que habría entre nobles y plebeyos en la Europa anterior a la revolución francesa. Porque si la pobreza y la miseria, con su cohorte de hambre, ignorancia y enfermedades, son siempre las mismas, sean las de los pobres tercermundistas de hoy o las de los plebeyos de entonces, la riqueza de los ciudadanos europeos y norteamericanos de hoy no tiene parangón con la de los ricos de entonces. Hoy, aunque otros ciudadanos del mundo pasen hambre o sed, cualquier ciudadano occidental medio disfruta de agua, gas y electricidad en su propio domicilio, coche, calefacción, aire acondicionado, hospitales, escuelas, carreteras, viajes en trenes y aviones, ... Ni el mismo monarca Luis XVI, ni el más grande de sus nobles pudo ni siquiera imaginar algo así.

Dentro de las fronteras de nuestro club privilegiado, o club de usar y tirar, muchos jóvenes que ni siquiera trabajan disponen, cada fin de semana, de coche y combustible para recorrer los lugares de ambiente y vida nocturna, mientras fuera de club son muchos los que recorren kilómetros a pie a diario, para llevar agua potable a sus familias y gastan en una noche de movida más de lo que muchas familias pueden dedicar a comer varios días.

En el club los hospitales atienden las “intoxicaciones etílicas”, (eufemismo de borrachera), en las botellonas de “finde” y fuera de él muchos se mueren de tifus o tétanos o gastroenteritis por falta de atención médica.

En el club sus habitantes van al cine y, además de pagar la entrada, se gastan 5 ó 6 euros en un paquete de humildes palomitas. Fuera hay quien trabaja muchas horas y días para conseguir ese dinero y sobrevivir.

Los dos últimos siglos han puesto de manifiesto que las pretensiones de los que decían rebelarse por la igualdad entre nobles y plebeyos no querían otra cosa que cambiar de  bando. Ahora, los límites entre esa nobleza privilegiada y la plebe son las fronteras de Occidente, y no oigo a ningún heredero ideológico de aquella revolución reclamar una Seguridad Social y una Educación obligatoria a escala planetaria, financiada con impuestos progresivos también planetarios, en los que los que más ganen más paguen, del mismo modo que hay regiones europeas expertas en demostrar año tras año que son más pobres que las otras y reclaman de ellas “fondos de cohesión” y de “compensación inter-territorial”. Sin embargo, este criterio sólo es de aplicación dentro del club de los ricos.

Sólo los ciudadanos de este club del despilfarro podemos pagar los precios de nuestros propios productos. Por eso hemos desarrollado el consumismo, la economía del usar y tirar, la cultura de “lo nuevo”, siempre mejor que lo antiguo no por ser más bueno, sino por ser más nuevo. El objetivo es comprar y tirar cuanto antes para renovar lo adquirido a la mayor brevedad. Y así compramos y tiramos en muy poco tiempo electrodomésticos, ordenadores, teléfonos, coches... y un sinfín de productos, en una insensata rueda que malgasta energía y recursos para mantener la actividad de los ciudadanos del mundo rico, nuestro mundo.

Sin embargo, parece que este loco consumismo desaforado, derrochador de todo tipo de recursos, este insostenible ciclo de fabricar para tirar, ya no resulta suficiente para mantener nuestro empleo. Como señalaba al principio, tres cuartas partes de los habitantes del mundo desean o necesitan lo que sólo una cuarta parte sabe y puede producir, y en esta cuarta parte muchos de sus ciudadanos están saliendo del sistema productivo creando enormes bolsas de paro que anticipan una creciente desigualdad también dentro del club del despilfarro, una aspecto más de esta crisis que nos envuelve y que puede ser el principio del fin histórico de una cultura, la nuestra, que, de no encontrar salida, se colapsará y quedará en el recuerdo histórico, donde hoy están otras como el egipcia, la babilónica, la persa y la helena.

En este contexto decadente los países con supremacía científica harán valer su tecnología para mantener sus privilegios, porque impondrán a todos los demás el precio que necesiten para ello a los productos que sólo ellos podrán hacer. Pero ése no es nuestro caso, el de España, país fronterizo entre el mundo rico y el pobre. Nosotros sólo hemos aprendido a ser ricos, pero la riqueza pasada la hemos malgastado porque la hemos empleado en vivir como “cigarras” y no hemos querido desarrollar la laboriosidad de las “hormigas”, aprovechando los años de “vacas gordas” para crear una cultura del esfuerzo y del trabajo bien hecho que pudiera situarnos ahora en una mejor posición de cara a la innovación tecnológica. Antes bien, instalados en el bienestar y la autocomplacencia, sólo hemos aprendido a tener derechos y nos hemos olvidado de las obligaciones. Ahora recogemos los frutos amargos de esta actitud.

Salvo en casos muy puntuales de poquísimos países incluidos en la primeras líneas del párrafo anterior, a la mayoría nos será muy difícil, si no imposible, resolver la crisis de forma individual. Sin embargo, abordándola conjuntamente desde una perspectiva planetaria, ricos y pobres, creo que tenemos una posibilidad de salir de ella creando a la vez un mundo más humano y justo. Mi esperanza sintoniza con las palabras de Benedicto XVI en la carta encíclica “Caritas in Veritate”, cuando en su párrafo 27 dice:

27 “...Es importante destacar, además, que la vía solidaria hacia el desarrollo de los países pobres puede ser un proyecto de solución de la crisis global actual, como lo han intuido en los últimos tiempos hombres políticos y responsables de instituciones internacionales. Apoyando a los países económicamente pobres mediante planes de financiación inspirados en la solidaridad, con el fin de que ellos mismos puedan satisfacer las necesidades de bienes de consumo y desarrollo de los propios ciudadanos, no sólo se puede producir un verdadero crecimiento económico, sino que se puede contribuir también a sostener la capacidad productiva de los países ricos, que corre peligro de quedar comprometida por la crisis.”

Crecer y crecer en el consumismo desaforado del estado del privilegio, que no del bienestar, nos está acercando a un callejón sin salida a escala mundial, al menos para nosotros, anticipando el relevo de civilizaciones que arrinconará en la historia nuestra sociedad como una reliquia del pasado.

La salida pasa por la renuncia. Ha llegado el momento de renuciar a muchos de nuestros privilegios y basar nuestra economía en criterios solidarios, de modo que los pobres puedan adquirir nuestros productos y todos caminemos hacia un mundo más justo, más humano y equitativo.

Inexorablemente, tendremos que trabajar más y ganar menos, para que otros se acerquen a nosotros.

El que da recibe, a la larga, ciento por uno. Nada puede brindar una economía más estable y sostenida que el desarrollo de los países pobres, de modo que ellos también puedan comprar nuestros zapatos, herramientas y electrodomésticos, porque el mundo es grande y muchos son sus habitantes.

Mantengamos la esperanza y la ilusión en un mundo nuevo y mejor y que Dios nos ayude a conseguir este reto.

Por eso hay que pensar, hay que creer...

Que la Navidad, el recuerdo del Hijo de Dios voluntariamente hecho hombre y compartiendo con nosotros angustia, dolor y miedo por pura generosidad y amor, nos haga reflexionar que el camino de la Resurrección continua detrás de la crisis, del aparente fracaso de la muerte, cuando nos entregamos generosamente a los demás.

Hasta el próximo artículo, si Dios quiere.

Les deseo una muy Feliz Navidad.

Winston Smith


domingo, 20 de noviembre de 2011

Nos engañaron y hemos perdido el futuro.

Queridos lectores, anónimos en su gran e inmensa mayoría, que poco a poco aumentan el contador de visitas a este “blog”, al que me asomo con un nuevo artículo para invitar a la meditación reposada y serena, tratando de ayudar a llegar al interior de nosotros mismos a través de lo que vemos “afuera”, en los demás, intentando ayudar a redescubrir lo que verdaderamente importa.

No dejo de preguntarme por la razón de tanto divorcio, de tanta provisionalidad en las relaciones entre hombres y mujeres, de tanta facilidad para renunciar al amor para toda la vida, de tanto daño mutuamente infligido.

Y tratando de indagar las causas, pienso que la sociedad española ha vivido en los últimos 36 años una combinación “explosiva”: el cambio de una forma de gobierno dictatorial a otra democrática, junto a la entrada en un ciclo económico que ha producido una gran riqueza, aunque en algunos casos ésta haya sido más aparente que real, más prestada que propia, como se está revelando últimamente.

Ambos factores unidos han promovido el abandono de virtudes de gran valor cohesionador y protector de las personas, como son el sentido del compromiso, la fidelidad, el esfuerzo, el sacrificio, el deber y la obligación, devorados por dos objetivos supremos en la sociedad de hoy: una libertad que no quiere límites para hacer lo que “le dé la gana”, y el placer y bienestar propios.

Y aquí estamos, después de este camino recorrido, con leyes con las que nos damos el derecho a rompernos el corazón unos a otros, a pelearnos sin reconciliación, a abandonarnos, a usar y tirar una relación, a separar sexo de matrimonio, a abortar nuestros hijos...  Frustración, desamor, miedo, desengaño, desesperanza... son los sentimientos que envuelven hoy muchas uniones de hombres y mujeres. Hemos ganado libertad para destruir, pero no para construir. Pretendiendo ganar el “aquí y ahora” hemos perdido el “mañana” y detrás de muchos “instantes de gozo” dejamos una tristeza duradera. Porque no somos más felices, ni mucho menos; sólo somos, o hemos sido, más ricos.

Y, sin embargo, aqui seguimos, quien más, quien menos, prácticamente solos ante las limitaciones rotundas que nos llegan, a unos antes que a otros, pero a todos, antes o después: la enfermedad y los cuidados de nuestros mayores, de nosotros mismos, de nuestros hijos... y la muerte, que se nos anticipa de muchos modos que no queremos ver. Y entonces descubrimos que estamos solos y solos debemos afrontarlas, que embelesados por la libertad destructora hemos desperdiciado tiempo y dinero sin haber sido capaces de ayudarnos a construir la mayor felicidad posible, el modo y los medios de evitarnos el mayor dolor o sufrimiento...

Hoy entresaco unas frases de una entrevista a la actriz María Pujalte, publicada en la revista “El Magazine”, enormemente reveladoras de lo que he afirmado y que creo reflejan el sentir de una gran cantidad de españoles hoy día:

“Si es que hay cosas que no cambian, pero por lo menos desde que estamos en democracia, si no aguantas a tu marido te divorcias y en paz.”

Y, más abajo,

“Ya sé que... igual hay relaciones que se podrían haber reparado si las hubiéramos encarado con más paciencia, pero no sirve querer imponerse a los tiempos. Y ahora se vive así.”

De modo que salimos de una dictadura y desembocamos en una tiranía: la de los tiempos y la del “ahora se vive así”, impuesta desde los postulados de un ateísmo radical que ha promovido una libertad arbitraria y destructiva.



La devaluación de la institución matrimonial, víctima inmediata de ese ansia de libertad sin compromiso, de placer sin responsabilidades, de hacer lo que quiera sin estar limitado por sentido de fidelidad alguno, va a producir una consecuencia fundamental, pero cuya importancia y trascendencia no se dará de inmediato, sino de forma diferida.

Y es que la primera consecuencia de esa provisionalidad en la relación hombre y mujer, de esa ausencia de proyecto vital duradero, es la drástica reducción de la natalidad. Es obvio que un hijo no es algo que se “resuelva” en unos meses, sino que condiciona muchos años y requiere un ámbito de responsabilidad compartida padre-madre de gran estabilidad. Un hijo es para toda la vida y no se tiene con cualquiera.

La asociación,

democracia=divorcio=sexo sin matrimonio=libertad sin compromiso de fidelidad

ha conducido a un progresivo descenso en el número de hijos por mujer, (Indicador Coyuntural de Fecundidad), que desde el cambio democrático ha caído de 2,8 en 1975 y 76, hasta 1,4 en 2009, habiendo bajado hasta 1,15 en 1998, antes de la entrada masiva de población inmigrante, mucho más prolífica que la nacional, (Fuente INE2010).




La tasa de renovación generacional es de 2,1, lo que significa que llevamos muchos años perdiendo población en los tramos inferiores de nuestra pirámide poblacional.



(Compárese con la correspondiente pirámide en 1960),




(Fuente: Censos de Población y Viviendas, 2001. INE)


Veinte-venticinco años antes de 2001, se inició un arriesgado declive en la natalidad española, de la mano de una democracia que confundió libertad política con un modernismo engañoso que, en aras del disfrute de una libertad arbitraria, no sólo ha producido mucho dolor y desamor entre un gran número de hombres y mujeres, un daño grande a los hijos de muchos hogares rotos por la infidelidad y cientos de miles de hijos abortados, sino que con estos nuevos modelos de vida los españoles han puesto en riesgo la estabilidad de su supervivencia, su vejez tranquila y protegida, porque no han querido los vínculos necesarios para tener hijos, y no los han tenido, olvidando que en toda sociedad, por atrasada o adelantada que sea, los padres mantienen a sus hijos cuando nacen y los hijos a sus padres, cuando envejecen. En una tribu, directamente trabajando la tierra que los viejos ya no pueden, en un estado moderno, cotizando para que la S. Social pueda pagar sus pensiones y sus medicinas cuando estén jubilados.

Les engañaron haciéndoles creer que son las leyes las que les daban derechos cuando eso no es cierto, son nuestros hijos y los de los otros, que vienen detrás, quienes nos dan esos derechos, como nosotros lo hacemos con nuestros padres ahora. Sin ciudadanos, sin cotizantes, no hay estado, ni pensiones, ni hospitales, ni medicinas, ... y las leyes escritas son sólo papel mojado.

Deténganse los lectores un momento sobre la pirámide poblacional y hagan un simple ejercicio de extrapolación, de proyección a futuro. Traten de evaluar la situación dentro de 15 años y en los años siguientes, cuando entren en edad de jubilación quienes en 2001 tenían 40 años, y a partir de ahí, en años sucesivos, los diferentes segmentos poblacionales.

Supongan una esperanza de vida de 85 años y tengan en cuenta que cada trabajador, (ustedes y yo), cotizamos aproximadamente con un 33% (entre empresa y nosotros) de nuestros ingresos a la S. Social, para cubrir pensiones, sanidad y desempleo.

Por tanto, cada pensionista con paga completa, (100%), necesita 3 cotizantes del 33%, más los necesarios para financiar sanidad y desempleo. Entre 4 y 5 contizantes, mínimo, por cada pensionsita... Y tengan en cuenta que sólo deberá contar como cotizantes la población que en cada caso se ubique por encima de 20 años, edad que puede suponerse de inicio de la vida laboral.

Hagan un intento por comparar, “grosso modo”, el número de pensionistas a partir de 2026 y años siguientes, con el de cotizantes, aún asumiento que el paro sea cero...

Para erizarse los pelos, ¿verdad?

Y esto no tiene nada que ver con la crisis financiera actual, o mejor dicho, es reflejo de la crisis más profunda: una crisis de valores, la huída de lo cristiano, una crisis en la que nos hemos metido nosotros solos, y de la que no nos van a sacar políticos arrogantes y embaucadores, que sólo buscan lo suyo.

Recomiendo vivamente la lectura de la parábola del hijo pródigo, una y otra vez, (Lc 15,11-32).

Por eso hay que pensar, hay que creer...

Hasta el próximo artículo, si Dios quiere.

Winston Smith








miércoles, 19 de octubre de 2011

La PDD puede matar y ellos lo saben...



pero se callan...



Leo el resumen de un artículo en el portal de Dialnet:

 


 http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2484693 


El ejercicio de la autoridad sanitaria: los principios, lo reglamentado y la incertidumbre

  • Autores: Joan Ramon Villalbí Hereter, Meritxell Cusí, Júlia Duran, Joan Guix
  • Localización: Gaceta sanitaria: Organo oficial de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria, ISSN 0213-9111, Vol. 21, Nº. 2, 2007 , págs. 172-175
  • Resumen:
·         El ejercicio de la autoridad sanitaria es un servicio básico de la salud pública. Parte de la responsabilidad de los gestores de la salud pública es hacer cumplir normas. Éstas se desarrollan cuando se dan circunstancias que llevan a considerar inadmisibles ciertos riesgos. El grueso del ejercicio de la autoridad sanitaria se basa en la aplicación relativamente sistemática de normativas detalladas de referencia, aunque siempre hay cierta incertidumbre, ejemplificada en la frecuente adopción de medidas cautelares por un inspector sanitario aplicando el principio de precaución. Pero la vigilancia epidemiológica plantea de forma intermitente situaciones de afectación de la salud humana sin normas de referencia, en las que la autoridad sanitaria debe actuar según su criterio, contrapesando los riesgos de intervenir con los de no actuar.
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Es obvio que un tal ejercicio de la autoridad sanitaria requiere conocimiento, experiencia y responsabilidad en la toma de decisiones que afectan a la salud pública, y que cualquiera no puede hacerlo.

Sin embargo, en España estamos aún en un escalón muy anterior, el de creernos que democracia sigfnifica demostrarnos a nosotros mismos, como prueba irrefutable de igualdad, que hasta los inútiles e ignorantes y mal preparados pueden gobernar, patanes que sustituyen la incertidumbre en la adopción de medidas cautelares citada en el párrafo anterior, por la servidumbre que los lleva a no tomar ninguna cuando se trata de extender la ideo-patología obseso-sexual dominante, que siempre están pensando en lo mismo, (y si no, recordad de que tratan tantas leyes, reglamentos y normas que se han promulgado en los últimos años). Y es que las personas “ordinarias”, (en el sentido de basto y vulgar), no suelen perder el tiempo en estudios, protocolos y racionalizaciones, sino que normalmente ocupan sus mentes en ordinarieces, que es de lo que mejor entienden. Fuera de ahí, se cansan y los análisis, previsiones metodológicas y evaluaciones de riesgos les producen fuertes dolores de cabeza, aparte de no tener claro para qué pueden servir si ellos han llegado a la cima del poder político sin tener ni idea... Su autoridad se basa en hacer lo que les parece sin pensar en las consecuencias, porque para eso mandan, recitando una y otra vez las consignas del caciquismo ideo-patológico dominante como si con ello se transformaran en verdades absolutas, o como si quisieran demostrarle “al jefe” que se saben la lección y merecen el premio.

Desgraciadamente, son muchísimos los ejemplos de lo que he dicho en todos los ámbitos del gobierno en España, pero hoy he traído uno del sanitario que pone de manifiesto la incompetencia de las últimas ministras de sanidad y, lo que es peor, cómo han subordinado la salud de las ciudadanas a sus planteamientos sicótico-sexuales.

La noticia que ha motivado este artículo fue la de una mujer de 23 años que el pasado setiembre sufrió un infarto cerebral horas después de haber tomado un “anticonceptivo de emergencia” o “píldora del día después”, PDD, que como los lectores sabréis, desde 2009 se dispensa sin receta a quien quiera solicitarla, como si fueran aspirinas, y con el mismo control, seguimiento y supervisión que los caramelos para la tos.

La mujer fue atendida en la Unidad de Ictus del Hospital La Paz de Madrid, desde donde se remitió el siguiente artículo a la revista médica “Medicina Clínica”.





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A lo mejor algún día los españoles se dan cuenta de que, aunque puedan poner un mono a gobernar, lo único que podrían esperar de él será sufrir sus “monadas”, por lo que, siendo la cosa pública tan importante y trascendente, mejor sería reconocerle la autoridad a quien la tenga por sus méritos y capacidades, aunque con ello tengan que pasar por algo que, no sé porqué, a los españoles les resulta especialmente doloroso: reconocer que otros están más capacitados que yo, (salvo que estén cojos, mancos, sordos o les haya engañado su cónyuge. En estos casos parece existir una especie de compensación sicológica).

Probablemente somos un pueblo de natural envidioso y disfrazamos nuestra envidia de “igualdad”, una igualdad que como sabe que no todos podemos ser igual de listos, mejor que todos seamos igual de tontos. Simplemente no se trata tanto de ser iguales como de evitar que nadie destaque sobre mí, mis hijos o mi gato.

Y claro, nuestra autoestima se crece si nos rodeamos de basura en la TV o de unos botarates en el gobierno que anteponen la sexualidad de algunos a la salud de otras. Nos relaja enormemente vernos por encima de lo que nos rodea. Es así como poco a poco vamos labrando nuestra propia ruina.

En el caso analizado hoy, el riesgo cerebrovascular asociado a la PDD, igual que en el denunciado en “SIDA y leyes perversas”, la ocultación, el silencio y la inhibición de unas autoridades empeñadas en propagar como sea su revolución sexual patológica, ha puesto en riesgo a gran número de mujeres, muchas de ellas adolescentes, mientras facilita enormemente una sexualidad masculina sin peligro, sin complicaciones y sin compromisos.  A pesar de ello, en relación con la gravedad de esta noticia, tampoco he oído queja, reclamación o protesta de ninguna organización feminista o defensora de la “igualdad de género” ante una situación que reviste ya matices de explotación sexual de las mujeres promovida por los poderes públicos. ¿Será que también para ellas la sexualidad (de los hombres, especialmente) está por encima de la salud (de las mujeres, principalmente)? ¿O es que sólo hablan cuando se lo mandan?

Insisto, los valores cristianos, que promueven la lucha interior y constante contra esos pecados capitales convertidos ahora en “derechos”, cuya lista muy pocos jóvenes saben hoy, son siempre un escudo que protege y una esperanza frente al infortunio, porque son cemento que cohesiona la sociedad, promueven una colaboración en la que cada uno da lo mejor de sí mismo, ofrecen la humildad para reconocer a los mejores,  aportando el bálsamo del agradecimiento y la gratitud, verdadero elemento suavizador de las aristas de la conflictividad social que se nos avecina.

Por eso hay que pensar, hay que creer...

Hasta el próximo artículo, si Dios quiere.

Winston Smith




martes, 4 de octubre de 2011

Crisis económica: El lado visible de un fracaso social.



Estoy releyendo un email circulante que me ha pasado una amiga: un médico se lamenta por haber sido despedido, junto a otros, de un hospital por falta de dinero, hecho con el que nos anticipa una pérdida generalizada en la calidad de la asistencia sanitaria que recibimos.

A continuación ofrece, según él, las causas de esta situación: políticos y bancos, y llama a una movilización exigente y reivindicativa de los ciudadanos-pacientes en defensa de su salud, que en este caso coincide con defender el puesto de trabajo del médico despedido.

He tomado este ejemplo como uno de tantos entre esos casi 5 millones de “desempleados estadísticos” que hay en España ahora, pues aunque bares, terrazas y botellonas siguen llenos, (al menos donde yo vivo), aunque los peatones no se cansan de hablar por el móvil mientras cruzan las calles, aunque siguen las caravanas de coches en las entradas de las ciudades a la vuelta de los fines de semana, y aun considerando la elevada especialización de gran parte de la población española, realmente experta en aparecer fraudulentamente en toda lista oficial susceptible de recibir ayudas en forma de dinero, habrá que pensar que los “parados reales” serán en todo momento proporcionales a los “estadísticos”, y si éstos son ni más ni menos que casi 5 millones, el número de aquéllos también será muy alto.

Hace unos días me llamó la atención la entrevista que reproduzco a continuación:




Su lectura me recordó algo que pienso: Que la tan traída y llevada crisis no ha sido sino la consecuencia directa del modo de vivir de una gran parte de la población y que, por lo tanto, era algo inevitable en el tiempo, lo que es otro modo de decir que es una crisis merecida. Vamos, que tenemos lo que nos merecemos, lo que nos hemos buscado nosotros mismos, (hablo en término de mayorías).

Y no deja de ser irónico cómo muchos beneficiados, más o menos inconscientemente, de una riqueza aparente y prestada coloquen ahora como chivo expiatorio a quien aplaudían no hace mucho por haber legitimado este modo de vida decadente y ruinoso.

 “Los que guían al pueblo lo extravían,
y los guiados perecen.
Por eso el Señor no se apiada de los jóvenes,
no se compadece de huérfanos y viudas;
porque todos son impíos y malvados,
y toda boca profiere infamias.” Is. 9,15.

Hoy, el espejismo de un crecimiento piramidal basado principalmente en la especulación y la codicia se ha desmoronado con estrépito, demostrando que hemos estado viviendo de las rentas acumuladas de generaciones anteriores y de préstamos que ahora debemos devolver con sus intereses.

Con independencia de sistemas políticos y formas de gobierno, las generaciones de los años 40, 50, 60 y 70, cohesionadas por una moral fuerte que promovía el trabajo, el esfuerzo, el respeto, el compromiso, la fidelidad, la responsabilidad y el sentido del deber y la obligación, fueron creando las bases de una sociedad próspera, algunas de las cuales, o muchas de ellas, han llegado hasta nuestros días.

Desde el advenimiento democrático, una cantera de políticos arrogantes y botarates, presurosos por ser protagonistas de la historia, cuya incapacidad no les habría permitido nunca salir del olvido, del ostracismo y el anonimato, se dedicaron a romper el tejido moral de una sociedad para reconstruirla a su modo, promulgando leyes e imponiendo nuevos modelos de relación entre las personas sin evaluar de ningún modo las consecuencias futuras.

Su objetivo fue eliminar lo bueno y lo malo, sustituyéndolos por lo legal, de acuerdo con su ley. El camino: “Haz lo que te apetezca y disfruta sin otros miramientos, porque todo es igual y nada merece la pena de un sacrificio”. Un experimento sociológico consentido por gran parte de los ciudadanos autocomplacientes y deseosos de que nadie los repruebe ni pretenda corregirlos cuando se comportan de forma inmoral. A esto se le llamó libertad.

“Por eso, así dice el Santo de Israel:
Puesto que rechazáis esta palabra,
y confiáis en la opresión y la perversidad, y os apoyáis en ellas;
por eso esa culpa será para vosotros
como una grieta que baja en una alta muralla, y la abomba,
hasta que, de repente, de un golpe, se desmorona;
como se rompe una vasija de loza, hecha añicos sin piedad.” Is. 30,12.

Así, a lo largo de los años han socavado principios como el respeto a la vida, instituciones tan necesarias como la familia y el matrimonio, cuya versión civil está ya prácticamente muerta, las relaciones paterno-filiales, la autoridad de los enseñantes y las relaciones profesor-alumno, los objetivos educativos, las relaciones entre chicos y chicas, entre hombres y mujeres, imponiendo una obsesión pansexualista en la que el placer es el fin último, cuyo logro convierte a las personas en objetos de usar y tirar.

Han inoculado un virus socialmente destructivo: Todo aquello que se opone al deseo puede y debe ser eliminado, destruído. Y, obviamente, muchos de los límites a nuestro comportamiento son los demás, a quienes las leyes y tribunales ya permiten hacer daño en beneficio propio, (ver SIDA y leyes perversas).  Las obligaciones, el sentido del deber y de la responsabilidad de los propios actos se fueron por el desagüe, y con ello, otras virtudes de nuestros padres y abuelos.

La moral que cohesionaba la sociedad ha sido reemplazada a golpe de ley, por estos dos valores supremos: la libertad individual y el bienestar propio. Y esto ha producido, y seguirá produciendo, y aumentando, un deterioro de la convivencia con secuelas de dolor y sufrimiento personal derivados de la traición, la infidelidad, la falta de palabra,... y probablemente desembocará en una progresiva conflictividad y violencia.

Pero el individualismo libertario resulta muy caro y necesita encontrar el modo de que los demás “paguen los platos rotos” de conductas y comportamientos dañinos al bien común, consecuencia del ejercicio de esa máxima libertad individual, que desemboca en el placer y el disfrute como motor fundamental de nuestros actos.

De modo que el heredado sistema de protección social, construído poco a poco por las generaciones anteriores está siendo transformado por estos políticos incapaces de ver más allá de sus propias narices, en un altisonante “estado del bienestar”, proveedor de un “todo gratis” para financiar derechos individuales sin imponer obligaciones, que exime al individuo de la responsabilidad de resolver sus propios problemas, cargándosela a los demás, que establece de facto el principio de igualdad de logros conseguidos, que no de oportunidades para conseguirlos, una igualdad por la que el perezoso y el vago tienen el mismo derecho a poseer los mismos bienes que el trabajador y esforzado, en la que no importa el camino de renuncia y esfuerzo recorrido para obtener un bien, sino que si él lo tiene yo también tengo derecho y el estado debe dármelo “en justicia”. Se ha promovido un escandaloso parasitismo social disfrazado de solidaridad y protección y nos han hecho creer que sus recursos son inagotables, que se trata de una caja sin fondo que puede soportar indefinidamente  actitudes profundamente insolidarias, elevadas a la categoría de derechos por unos gobiernos ignorantes y caciques, promotores de todo tipo de clientelismo, amiguismo y enchufismo. En definitiva, gobiernos que han promovido, ensalzado y aplaudido la actitud de “la cigarra”, despreciando la de “la hormiga”, cuyo destino será proveer de sustento a “las cigarras” cuando llegue el invierno, por una ley hecha “de cigarras”, que hablará de “justicia” y no de “caridad”.

Pero la gran mentira se acaba y la verdad se abre camino mostrando un panorama sombrío: Hemos estado instalados en el despilfarro, viviendo de las rentas heredadas de generaciones anteriores y de ingentes cantidades de dinero prestado que ahora nos exigen devolver con sus intereses.

Porque lo cierto es que la protección social cuesta dinero, y mucho, y un estado no es nada sin ciudadanos suficientes que contribuyan al bien común, por muchas leyes que se promulguen: Quedarán sin contenido. ¿Podemos hacer una ley obligando a los australianos, canadienses, finlandeses,... a pagar nuestros derechos sociales?

No. No nos queda otro remedio que establecer prioridades, saber lo que merece la pena garantizar para todos y recomponer esta máquina de gastar, este pozo sin fondo, eufemísticamente llamado “estado del bienestar”, desde la regeneración moral que necesitamos. El médico del email, enfadado por su despido, olvidó citar que mientras a él y a otros compañeros cirujanos y de otras especialidades los despiden, se transfieren millones de euros a las clínicas que practican abortos. Falta dinero para la salud de las personas, pero no para matar fetos. Éste es un ejemplo, de los muchos que podrían citarse, de lo que hoy es ese “estado del bienestar” y de los comportamientos que promueve entre los ciudadanos.

Hace unos días pasaba junto a un coche aparcado, y una mujer arrojó a la calle, por la ventanilla, un trozo de chocolatina con su envoltorio. Cayó delante de mí, me agaché, lo recogí, la miré y ella a mí, observé que llevaba niños detrás e hice ademán de devolvérselo diciéndole: -“Señora, se le ha caído esto”. Ella respondió, -“No se me ha caído, lo he tirado yo”. –“Señora, eso no está bien y lo están viendo sus hijos”. “Para eso están los barrenderos”, me dijo. Éste fue el final de es conversación.

En el instituto de mi esposa se regalan todos los libros a todos los alumnos. El otro día llamó a casa de uno de ellos para pedirle que devolviera los del curso anterior y poder entregárselos a otro alumno. Los había perdido: Lo que gratis recibió, gratis perdió. Su madre mandó literalmente “a la mierda” a mi esposa en esa conversación. Recibirá, por ley, los libros del nuevo curso, de forma gratuita: el “estado del bienestar”, (tú, lector, y yo), se lo pagará.

Mis compañeros de trabajo parecen tener prisa en que nuestra empresa se hunda: Disfrutan de ERTEs que costea el “estado del bienestar”, que son como vacaciones pagadas, y andan ya haciendo cuentas con las prejubilaciones con las que pasarán al “retiro dorado”, financiado por ese mismo estado, por el resto de sus vidas, sin tener que afrontar sacrificios y rebajas salariales para intentar salvar sus puestos de trabajo. Y los empresarios, lo mismo: ¿Para qué enfrentarse a los trabajadores con duros planes de ajuste, que siempre supondrán pedir trabajar más y ganar menos, si es más fácil cerrar, vender y marcharse, y en esto están de acuerdo tanto los trabajadores como el gobierno?

Termino esta reflexión como la empecé: Tenemos lo que nos merecemos. No individualmente, por supuesto, pues hay muchos españoles muy opuestos a la evolución social de los últimos años, pero son más los que la han aplaudido, sumergiéndose en una corriente de decadencia moral sin haber medido sus consecuencias a medio y largo plazo, y con ello han arrastrado a los demás, llevándolos inevitablemente a las puertas de una pobreza en la que pagarán justos por pecadores.

No obstante, quienes hayan perseverado en sus convicciones morales, a contracorriente,

“con el cinturón de la verdad abrochado, con la honradez por coraza, la salvación por casco y por espada la Palabra de Dios” Ef. 6,14-17

seguro que tendrán una situación personal y familiar que les ayudará a sobrellevar mejor los tiempos difíciles que se avecinan, y no porque disfruten de privilegios o no vayan a sufrir paro y otras desgracias que nos llegarán a todos, sino porque en el matrimonio y la famila cristiana y por extensión, en las comunidades cristianas, es donde la ayuda mutua tiene mayor eficacia. No hay más que pensar en las dificultades para salir adelante de familias rotas porque alguno o ambos cónyuges han ejercido su derecho al divorcio para disfrutar de nuevas experiencias en otras camas. En situación de penuria económica, esto es insostenible. La revista El Magazine de 2 de Octubre ofrece un reportaje sobre deshaucios de viviendas, titulado “Los rostros de la burbuja”. De los cinco casos que presenta, uno es el de una avaricia desmedida que no supo parar a tiempo y de los cuatro restantes, tres corresponden a divorciados que no pueden hacer frente a los gastos hipotecarios ellos solos. El último caso es el de un matrimonio que sobrevive con muchas dificultades, pero que ha conseguido una renegociación de su hipoteca con la que esperan salir adelante. El artículo, probablemente sin quererlo, demuestra claramente que la crisis moral es anterior y originaria en gran medida, de la económica. Ésta no es sino el lado visible de un fracaso social.

Hasta el próximo artículo, si Dios quiere,

Winston Smith.



jueves, 22 de septiembre de 2011

Sida y leyes perversas.

El ateísmo práctico de la sociedad española ha permitido la llegada al poder al ateísmo radical, que está construyendo con sus leyes una sociedad sin Dios, borrando toda huella de Cristianismo.

Desde hace tiempo compruebo cómo estas leyes  recaen sobre la sociedad como castigo sobre los hombres buenos, subordinando su libertad y derechos a los de los hombres malos y a sus intereses. Y todo ello disfrazado de un “buenismo” demagogo de palabras altisonantes, (tolerancia, igualdad, ...), que esconde un servilismo, cada vez mayor, de “huésped a parásito”.

Pienso que es hora de pararse a constatar a quién benefician y a quién perjudican estas leyes “progresistas”; quién vive como quiere, qué conductas son subvencionadas, y quién está obligado a pagar ese modo de vivir  y sus consecuencias. Debemos analizar si nos hemos equivocado de camino, porque nada nos obliga a permanecer en él; si hemos llegado al paraíso de libertad que se prometía, o si somos más infelices y desesperanzados; si nos sentimos más protegidos y seguros en las cosas más importantes de nuestra vida, o más vulnerables; si afrontamos un futuro negro o ilusionado para nosotros y nuestros hijos; si nos sentimos más unidos y confiados, con ganas de cooperar en un proyecto común, o aislados y desconfiados unos de otros, en una especie de “sálvese quien pueda”... Porque igual hay que dar marcha atrás y desandar ese camino, como hiciera el “hijo pródigo”.

Aunque, probablemente, igual que él, aún necesitemos caer más, degustar “la comida de los cerdos”, para tomar conciencia de lo perdido.

“Hay que Pensar, hay que Creer” trae para la reflexión una sentencia reciente del Tribunal Supremo en recurso a otra de la audiencia provincial de Madrid, con relación a una mujer que denunció a su ex-marido, quien, sabiéndose portador de SIDA, nunca la informó, resultando contagiadas ella y la hija de ambos.

Aquí tenéis la noticia:

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JUSTICIA | Dos años de cárcel y 50.000 euros de indemnización

El Supremo no ve delito en que un enfermo de sida no informe a su pareja

  • La mujer se dio cuenta de estar contagiada al caer enferma la hija de ambos
  • La sentencia destaca la 'evitabilidad' de la acción del acusado
  • 'Lo que va a pagar va a ser poco', afirma la ex mujer, que sigue en tratamiento
Europa Press | Madrid
Actualizado martes 02/08/2011 12:43 horas
El Tribunal Supremo considera que el hecho de que un enfermo de sida no comunique a su pareja esta circunstancia a la hora de mantener relaciones sexuales, "por mucho que pueda ser justamente objeto de reprobación desde el punto de vista ético", no constituye una conducta ilícita desde el punto de vista penal siempre que no se haya tenido intención de ocasionar la transmisión y no se hayan omitido "los exigibles deberes de cuidado".
Así lo establece el Alto Tribunal en una sentencia en la que, pese a realizar esta precisión, condena a Rodrigo M.L. como autor de dos delitos de lesiones imprudentes a dos años de prisión y a indemnizar tanto a su ex mujer como a su hija con 20.000 y 30.000 euros "por sus respectivos perjuicios", puesto que ambas resultaron contagiadas.
En este caso, la Audiencia Provincial de Madrid había absuelto a Rodrigo del delito de lesiones del que había sido acusado por su ex mujer tres años después del divorcio. Según el relato de hechos probados, pese a conocer que estaba infectado con el VIH desde 1994, este hombre comenzó a tener relaciones sexuales con su pareja sin comunicarle su enfermedad, si bien utilizaba preservativo.
La Audiencia señaló como probado que "en alguna ocasión el preservativo se rompió", y que la mujer quedó embarazada y cayó enferma, dándose cuenta en dicho momento de que estaba contagiada de SIDA. Tuvieron una niña, que fue contagiada por su madre durante el parto. La pareja se casó en 1999 y se divorció cuatro años más tarde.

Ausencia de intención de lesionar

El Tribunal Supremo coincide con la Audiencia de Madrid en la existencia, en este caso, de una "incuestionable ausencia de intención de lesionar" por parte de Rodrigo a su pareja ni a la hija de ambos. No coincide sin embargo con la afirmación del tribunal de instancia sobre la ausencia de un riesgo susceptible de desaprobación sólo por el hecho de que el hombre utilizara preservativo en sus relaciones sexuales.
A juicio del Supremo, la ausencia de comunicación de la enfermedad "no puede considerarse por si misma (...) como causa eficiente del gravísimo resultado acontecido". No obstante, sí existe imprudencia, que debe ser además considerada de grave, "por la importancia del riesgo ocasionado y la entidad del resultado potencial derivado del mismo" pese a la utilización del preservativo.
Según la sentencia, de la que ha sido ponente el magistrado José Manuel Maza, en este caso nos encontramos con "un comportamiento descuidado, en el sentido de no poner la diligencia necesaria para evitar esas roturas o, en todo caso, susceptible de generar un riesgo real y efectivo, cualquiera que fuere el origen o causa del mismo".

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A mi modo de ver, esta sentencia pone de manifiesto algunas perversiones del sistema legal y jurídico español, en cuanto contradice la justificación última, no sólo de la propia existencia de tal sistema, sino de la del propio estado de derecho, que no es otra que la protección de la vida y bienes de sus ciudadanos frente a cualquier abuso o peligro.


1ª Perversión:

Éticamente hablando, los actos humanos se valoran o califican como buenos o malos. La afirmación que  hace la sentencia al decir ‹‹"por mucho que pueda ser justamente objeto de reprobación desde el punto de vista ético", no constituye una conducta ilícita desde el punto de vista penal››, supone el reconocimiento de un divorcio entre ética y ley y por tanto, que ésta ampara o puede amparar, apoyar y defender, a sabiendas, conductas éticamente reprobables, es decir, actos de maldad. Y los actos malos lo son porque producen daños de algún tipo en víctimas inocentes.

2ª Perversión:

La sentencia asume como principio de legalidad la ocultación deliberada del riesgo a terceros en beneficio propio, quitando la capacidad de decidir sobre su aceptación a la posible víctima expuesta a ese riesgo.

Esto es algo totalmente contradictorio en otros ámbitos de la justicia, en los que sería impensable, y se da en éste como reflejo del apoyo del sistema jurídico-legal a la ideo-patología sexual que el poder político quiere imponer por medio de sus leyes. ¿Os imagináis algún empresario que no informara de la existencia de riesgos laborales graves a sus trabajadores, en la confianza del correcto funcionamiento de las medidas preventivas que hubiera adoptado? ¿Os imagináis una denuncia por parte de unos empleados cuya salud hubiera resultado gravemente dañada tras el fallo de un elemento de seguridad y no haberse alejado del riesgo debido al desconocimiento de su existencia? Seguro que tal ocultamiento habría sido tipificado como delito en sí mismo.

Hoy la legislación obliga al “consentimiento informado” del paciente a cualquier método de diagnóstico para la detección y tratamiento de una enfermedad, a pesar de que el riesgo sea estadísticamente irrelevante y de que se tomen todas las medidas de seguridad. Sin embargo, los riesgos deben ser conocidos y asumidos previamente por quien los va a correr: el paciente aquí.

En contraste con lo anterior, en el caso presente queda de manifiesto que en nuestro sistema jurídico-legal, la libertad de una persona de asumir o rechazar un riesgo gravísimo de contraer SIDA en su relación con otra, conocedora de su enfermedad, está subordinada al deseo de ésta de no perjudicarse exponiendo su relación a la ruptura si manifiesta la verdad. Se promueve, pues, la ocultación engañosa en beneficio propio, como pauta de conducta y modo de relación interpersonal, sacando provecho de la ignorancia y el desconocimiento del otro.

3ª Perversión:

En el ámbito de las relaciones sexuales, la ciega paranoia sexualista que impregna las leyes españolas llega al paroxismo de establecer como norma axiomática que el riesgo de contagio de SIDA es cero absoluto si se usa preservativo en las relaciones sexuales.

Salvo desde un seguimiento ciego a una ideología de sexualidad aberrante que pone el disfrute sexual por encima del derecho de las personas, es obvio, y a la razón de los jueces no se le puede haber escapado, que en una situación de convivencia continuada e íntima con una persona seropositiva el riesgo de contagio de SIDA existe, y no sólo por  la vía sexual. Ajena a la menor racionalidad, la sentencia habla de una “incuestionable ausencia de intención de lesionar” por usar preservativo, omitiendo, en olvido imperdonable, todas las posibilidades de contagio accidental que esa diaria convivencia puede presentar si no se conoce el riesgo: uso ocasional de una misma cuchilla de afeitar/depilar, contacto con sangre en un corte accidental, etc.

“La Audiencia señaló como probado que ‹‹en alguna ocasión el preservativo se rompió››, y que la mujer quedó embarazada y cayó enferma, dándose cuenta en dicho momento de que estaba contagiada de SIDA. Tuvieron una niña, que fue contagiada por su madre durante el parto.”

La tesis de la audiencia, con la que exime al individuo portador de SIDA de toda obligación de informar del riesgo a su pareja, está basada, únicamente, en que emplea preservativo en las relaciones sexuales... A pesar de ser esta tesis incomprensible,  injusta, (respecto de las víctimas), y absolutamente limitada e incompleta, como se ha indicado más arriba, ¿por qué para el tribunal sigue el hombre exento de esa obligación después de la primera rotura de cuantas se citan como probadas? Habiéndose probado esas roturas, es imposible no apreciar omisión de "los exigibles deberes de cuidado" por no informar de inmediato a la mujer para que hubiera podido recibir la atención médica necesaria con la mayor urgencia y tratar de prevenir el desarrollo de la infección. Omisión que según señala la misma sentencia, es constitutiva de conducta ilícita desde el punto de vista penal.

Sin embargo, ambas audiencias se han empeñado en confundir  “ausencia de intención de lesionar” con la simple “indiferencia o mínima preocupación por lo que le pudiera ocurrir a la mujer”. De hecho, el uso del preservativo le prevenía a él mismo de un riesgo: Tener un hijo.
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Aunque la ofuscación del entendimiento de muchos demuestra que no hay mayor ciego que quien no quiere ver, ni mayor sordo que quien no quiere oir, este juicio es una prueba más, (y en sede judicial), de la falsedad y simpleza del axioma que la ideo-patología obsesosexual dominante ha instalado en los poderes públicos y sus instituciones, que asegura que el uso del preservativo elimina el riesgo de contagio de SIDA en una relación sexual. Casos como el aquí descrito demuestran que esto es, sencillamente, una mentira, y que no sólo no se elimina el riesgo de contagio, sino que ni siquiera se elimina la posibilidad de embarazo. Simplemente los reduce, mucho, pero no los elimina. Obviamente, el aumento de la frecuencia sexual amparada en el supuesto de “seguridad total”, multiplicada por una cierta probabilidad de contagio en cada relación, que no es cero, eleva en el tiempo de forma considerable el riesgo final de contagio y embarazo. Rotura, mala colocación, etc., da igual la causa. No basta con el argumento de la calidad y porosidad del látex. El riesgo en el uso del preservativo no sólo depende del mismo, sino de todos los factores que intervienen en el procedimiento de su empleo y colocación, factores que no son, ni con mucho, tan objetivables como la porosidad de un látex, ya que dependen de una práctica operacional que debe aplicarse cada vez y en circunstancias cambiantes.

Por todo ello, existe un riesgo intrínseco e inherente al uso del preservativo que no puede achacarse únicamente a un “comportamiento descuidado”, como dice la sentencia, fundamentada en un dogma previo de infalibilidad que establece que la mera presencia de fallos no lo cuestionan o contradicen, sino que, asumiéndolo, son prueba en sí mismos de descuido. Ejemplo de falta de racionalidad propia del sometimiento a la “verdad políticamente correcta” es la afirmación de la audencia provincial de que no hay riesgo susceptible de desaprobación sólo por el hecho de emplear preservativo. La realidad es que siempre hay riesgo por lo que su ocultación constituye una conducta inmoral que también debería ser delictiva.

Me contaba mi esposa, a raíz de una novela sobre un caso real que ha leído recientemente, el de una mujer que vivió la subordinación al hombre propia de la cultura tradicional de su país: Japón, y cómo eso contrastaba con la supuesta independencia de la mujer en la sociedad occidental. Su marido contrajo una enfermedad venérea, la gonorrea, en relaciones con prostitutas, y contagió a la mujer, una enfermedad que por entonces no tenía cura. Muchas mujeres japonesas sufrían este mismo problema, por la desidia de sus maridos y sus devaneos sexuales fuera del matrimonio.

Aquí, ahora, en pleno siglo XXI, un hombre ha ocultado a su mujer, de forma deliberada, su condición de ser portador de SIDA, impidiéndola, por tanto, la aceptación del riesgo derivado de la convivencia y la adopción de medidas adicionales de prevención. El resultado ha sido el contagio de la mujer, (sin que pueda determinarse su origen, sexual o no), y de la hija de ambos. Dos mujeres afectadas de una enfermedad hoy incurable, una desde nacimiento, contagiadas por un hombre que ha subordinado el derecho de ambas a su personal perjuicio por una eventual ruptura de la relación que el conocimiento de la verdad hubiera podido propiciar.

Pues en esta sociedad tan modena, progresista y avanzada, no ya un grupo social atrasado y rural, sino el mismísimo sistema jurídico-legal y judicial han determinado, en primera instancia, que no hay conducta reprobable alguna, y, en máxima instancia, que aunque éticamente se pueda reprobar la conducta del hombre, las leyes no están para eso y con ellas ese comportamiento no es delito.

Curiosamente, ninguna asociación feminista, o de todas las que existen dentro y fuera de las instituciones para la defensa de la mujer maltratada, se ha “solidarizado” con estas dos mujeres, víctimas del egoísmo de un hombre, y ninguna de ellas ha protestado contra unas sentencias que admiten la subordinación de la propia salud de esas mujeres a los intereses personales de un hombre.

Vivimos una sociedad de moral decadente y corrupta que está subordinando lo bueno a lo malo. El “derecho a pecar”, disfrazado de libertad, nos conduce poco a poco a una sociedad de dominadores y dominados, de tiranos y siervos, en la que los buenos terminarán estando al servicio de los malos, pagando las consecuencias de sus malas conductas.

Toca que cada cual juzgue en qué lado va a estar uno mismo, sus hijos y sus allegados, si en el de “contagiadores” o en el de “contagiados”. Y si en el análsis se da cuenta de que estará del lado “parásito”, disfrutando “sus derechos” a costa de otros, preferirá que las cosas sigan el curso que ya llevan. Pero si se da cuenta de que finalmente será de los “servidores y pagadores” comprenderá que es necesario desandar gran parte del camino andado, eliminando las leyes que están posibilitando la perversión moral de la sociedad, cambiándolas por otras que promuevan y defiendan lo bueno.

Finalmente, a nivel personal, la opción será: Cristianismo o perversión, “ésta es la cuestión.”

Hasta el próximo artículo, si Dios quiere.

Winston Smith.




jueves, 8 de septiembre de 2011

Eutanasia y amor al prójimo: ¿Y quién es mi prójimo?... Pero un samaritano se movió a compasión, lo condujo a una posada y cuidó de él... Y Jesús le dijo: Vete y haz tú lo mismo. Lc. 10,29-37.

Navegante perdido que me lees desde vete a saber dónde... Te saludo. Tras un descanso veraniego vuelvo a tomar este blog, no sé si para encontrarme contigo o conmigo... pero aquí estoy de nuevo.

“Hay que Pensar, hay que Creer” trae hoy para la reflexión una noticia triste, muy triste. Hace ya tiempo que el poder político ha expulsado a Dios de su sitio y ha ocupado su lugar, como en un Génesis tristemente cíclico y atemporal, personal y colectivo: la fascinación por comer del fruto del árbol de la ciencia del Bien y del Mal, para ser el hombre, y no Dios, quien decida lo bueno y lo malo con sus leyes humanas. Y siempre que el hombre reproduce el Génesis se olvida de que ese pecado original de soberbia le conduce al dolor, al sufrimiento y a la muerte.

Una de las mayores obsesiones de la pequeña y arrogante criatura humana es el poder sobre la Vida: poder para darla y poder para quitarla. La noticia de hoy es una de sus múltiples manifestaciones.





D.E.P. Ramona Estévez

La anciana, que estaba en coma, ha fallecido 14 días después de que se le negara el alimento y la hidratación, en cumplimiento de la ley andaluza de 'muerte digna'. "Bajo ningún concepto vamos a permitir que haya quien utilice una situación traumática para avanzar en una agenda ideológica radical e inhumana”, advierte la Dra. Joya.
REDACCIÓN HO.- Después de que la Junta de Andalucía indicara al hospital Blanca Paloma el pasado 23 de agosto que debía retirar la sonda nasgástrica a la paciente en cumplimiento de la Ley  andaluza de Muerte Digna, lo que la condenaba a la anciana, que permanecía en coma tras un infarto cerebral sufrido de 26 de julio, a una lenta muerte de hambre y sed, Ramona Estévez ha fallecido este martes sobre las 12,00 horas en el Hospital Blanca Paloma, donde se encontraba ingresada.
Según han informado a Europa Press fuentes cercanas, la mujer ha fallecido este martes, 14 días después de la retirada de la sonda en el citado centro hospitalario.
Derecho a Vivir (DAV) interpuso una denuncia ante los tribunales de Huelva para pedir la tutela judicial y solicitar el restablecimiento de la sonda nasogástrica a la paciente y una querella contra la consejera de Salud de la Junta de Andalucía, María Jesús Montero, y contra el hospital Blanca Paloma por un posible delito de omisión del deber de socorro. Más de 25 mil personas piden que Ramona Estévez no muera de hambre y de sed a través de una alerta de HO, en las 48 primeras horas de ser habilitada. 
No obstante, el juzgado las archivó por entender que nuestra,plataforma “no es parte interesada en el procedimiento" y porque esta era "la voluntad" de la paciente, y ello sin que exista testamento vital ni se haya certificado en modo alguno prueba que lo avale, solo el testimonio de su hijo sobre lo que supuestamente le habría manifestado su anciana madre. Un testimonio insuficiente, como expresó DAV en su querella, ya que no hay constancia probatoria que exprese por parte de la paciente una voluntad "seria, expresa e inequívoca", como exige la ley, para que se efectúe esta retirada de cuidados básicos. DAV había anunciado su recurso cuando se ha producido la noticia del triste desenlace.

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Descanse en paz y en Dios, de

Enviado por bienvepl el Mar, 06/09/2011 - 14:21
Descanse en paz y en Dios, de todo corazón. Y lo mismo para su familia, aunque no estemos de acuerdo con ellos.
Y que estos hechos no sienten precedente, aunque se ha dado un paso muy peligroso. Como se señala en la noticia, no existe constancia documental de la voluntad de Ramona. Ahora bastará la mera declaración de un pariente cercano o un mero conocido para asesinar a un enfermo inconsciente e indefenso.
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Dios la tenga en la Gloria y

Enviado por sicvosnonvobis el Mié, 07/09/2011 - 01:02
Dios la tenga en la Gloria y muestre con sus  familiares la misma Misericordia que con nosotros. Él nos perdone a todos.
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Éste ha sido el primer caso en que se deja morir a alguien en España en aplicación de una ley eufemísticamente llamada “de muerte digna”... Y, ¿qué tenía de indigna la vida de esta mujer desde que le sobrevino la enfermedad el 26 de julio pasado? La indignidad de llevar inconsciente menos de un mes y, la peor de las indignidades, tener 90 años de edad. ¿Es que habrían hecho lo mismo con una persona de 30 ó 35 años, ó con un niño? ¿Con un mes escaso de inconsciencia por cualquier enfermedad o accidente, habrían retirado la alimentación a alguien más joven? Pensadlo... La indignidad no ha sido otra cosa que la vejez.

Ramona ha muerto de hambre y sed, no de ninguna enfermedad, no de la desconexión de ninguna máquina que artificialmente mantuviera sus constantes vitales, no... Simplemente ha muerto porque le han quitado la comida, porque no siendo capaz de comer por sí misma por estar inconsciente, le han retirado la alimentación nasogástrica. No le han suprimido un tratamiento, sino un cuidado básico: Han decidido que debía morir.

¿Y quiénes lo han decidido? Su hijo, el poder del estado y algún médico o enfermero “obediente”, mientras el resto del personal sanitario “miraba para otro lado”.

No ha hecho falta acreditación ninguna del deseo manifestado por esta señora de no querer seguir viviendo en éstas u otras circunstancias, no se ha exigido “testamento vital” alguno. Ha bastado, únicamente, la indicación al respecto de un familiar, su hijo en este caso, y han decidido dejarla morir, o matarla, que en este caso poca diferencia hay.

Poco a poco las leyes del hombre, su pecado original, van convirtiendo los santuarios de la vida humana en ámbitos de muerte: El vientre materno y los hospitales. Y en verdugos a quienes más llamados están a proteger la vida: las madres, los médicos, los poderes públicos.

Ni la Iglesia, ni la Medicina han aprobado nunca el “encarnicamiento terapéutico” que mantenga con medios extraordinarios una vida sin esperanza de recuperación, prolongando artificialmente la agonía y el sufrimiento. Los cristianos aceptamos la muerte, sabemos que todos debemos morir, que es un paso obligado para el encuentro con Dios en la vida eterna. No hacen falta leyes para eso. Se trata, pues, de otra cosa, aunque se enmascare tras una palabrería sensiblera: Simplemente se trata de decidir quién vive y quién muere. Un verdadero placer libidinoso para el poderoso henchido de soberbia.

¿Y las instituciones garantes de los derechos de las personas? “Ni estaban, ni se las esperaba”. Han “mirado para otro lado”. Aquí tenemos..., bueno, el poder tiene, Jueces, Fiscales y hasta Defensor del Pueblo... Nadie, absolutamente nadie, ha pedido la realimentación de forma cautelar en tanto se aclaraban las circunstancias... Había una enorme prisa en acabar cuanto antes con la vida de esta señora...

Todavía recuerdo la actitud de los jueces en el caso de un terrorista confeso de la muerte de 25 personas, Ignacio de Juana, en huelga de hambre para presionar al gobierno, el mismo gobierno que ha dejado morir de hambre y sed a Ramona. En la misma Wikipedia podéis leer:

“El día anterior a la recepción oficial de su condena y ante la noticia no oficial de la misma, comenzó una nueva huelga de hambre porque en su opinión ya había cumplido su condena. El 16 de noviembre la Audiencia autoriza controles médicos del preso para velar por su salud y su integridad física. Al negarse a alimentarse, el 24 de noviembre, la Audiencia ordenó su traslado a la Unidad de Nutrición del Hospital 12 de Octubre de Madrid. El 12 de diciembre, De Juana comienza a ser alimentado, en contra de su voluntad, con una sonda nasogástrica.”

Está claro, el verdadero fondo de la cuestión es el poder de decisión sobre quién vive y quién muere. Hoy, una anciana con 90 años... ¿mañana?

Hasta el próximo artículo, si Dios quiere.

Winston Smith