Hola a todos. Retomo el hilo del ensayo moral que vengo desarrollando y os presento hoy un nuevo capítulo:
6. El eufemismo como método para esconder la
verdad.
“Entonces Jesús dijo a
los judíos que habían creído en Él: Si permancecéis en mi palabra,
verdaderamente seréis mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.” Jn 8,31.
La Ley de Dios prohíbe rotundamente la mentira en su octavo
mandamiento, y la moral cristiana enseña que la libertad es intrínsecamente
dependiente de la verdad. ¿Cómo de libre es un hombre que debe elegir entre
opciones que son falsas?
La moral de consenso, sin embargo, no puede convencer a un
individuo de decir la verdad cuando ésta le perjudica. ¿Por qué he de decir la
verdad si mintiendo obtengo un beneficio o evito un perjuicio? Esta pregunta no
tiene una clara respuesta desde una ética sin Dios. De hecho, en la sociedad
occidental se aprecia una creciente fascinación por la mentira, que tiene ya el
rango de un derecho: Derecho a mentir.
La dinámica del poder implica su conquista y la expulsión del
poder rival, buscando siempre una perpetuación
hegemónica, la dominación y sometimiento de los individuos para conseguir sus
fines. La violencia es su modo de resolución de conflictos.
“Sabéis que los jefes
de las naciones las oprimen con su imperio, y los grandes abusan de su
autoridad sobre ellas.” Mt 20,25.
Esta afirmación no hace excepciones sobre formas de gobierno
sino que habla de esa dinámica del poder. Así, la opresión y el abuso se
presentan como consustanciales al mismo, sin excluir al ejercido bajo una forma
democrática.
En un sistema democrático, para crear la apariencia de
aceptación mayoritaria de su ejercicio y asegurar su continuidad, el poder precisa
de técnicas masivas de propaganda, demagogia y persuasión, controlando y
manipulando las opciones que se presentan a los individuos. Sin ética
religiosa, esto conduce a un “Todo Vale” que incluye la mentira y el miedo, que excita el instinto más gregario, hinchando
la autocompalcencia y el victimismo de los ciudadanos, acciones todas con las
que el poder induce en ellos mezquinos sentimientos que luego canaliza
para justificación de sí mismo y de sus
actos.
La moral social, sostenida por la conciencia de los
individuos, no puede destruirse de inmediato. Actos del poder gravemente contrarios a la
moral pueden producir una reacción en contra por parte de la ciudadanía y una
crisis de consecuencias imprevistas. Así, cuando el poder pretende actuar de
forma inmoral, o promover leyes con el objetivo de normalizar por la vía de los
hechos los comportamientos inmorales y debilitar la moral social , debe buscar
el modo de encubrir la verdad, bajo una apariencia completamente distinta y
hasta contraria. Probablemente el eufemismo es el instrumento que mejor ha
desarrollado el poder para que las cosas parezcan diferentes de lo que
realmente son, para que su carga moral peyorativa no se aprecie tal y como es,
para que su maldad se difumine hasta el punto de desaparecer o convertirse en
bondad. Es el poder de la mentira, que nos traslada a una realidad inventada y
nos roba libertad.
“(El diablo) fue
homicida desde el principio y no permaneció en la verdad, porque en él no hay
verdad. Cuando habla la mentira, habla de lo proio porque él es mentiroso y
padre de la mentira.” Jn 8,44.
Desde sus inicios, el modelo de sociedad occidental está
cargado de eufemismo y sus dirigentes a lo largo de los años han aprendido a
enmascarar una cruda realidad detrás de grandilocuentes proclamas y
declaraciones en muchos casos radicalmente contrarias a los actos que amparaban
y trataban de justificar.
La mitificación de una cruel convulsión social como fue la
revolución francesa es un ejemplo claro de ello. Nada parece quedar de la
horrible violencia desatada, del sufrimiento de tantas víctimas inocentes,
cuando la fascinación hace decir a muchos:
“El proceso liberador
de la Revolución Francesa desemboca en movimientos independentistas
transformando los continentes, incluída Europa, dibujando el mapa político
mundial una vez y otral.”
Llamar ‹‹ proceso liberador›› a una guerra civil forma parte
del eufemismo. Todas las guerras son ‹‹procesos liberadores››, imposible
encontrar una que no haya sido calificada así por los vencedores, pero son
guerras y producen víctimas.
La sociedad occidental tiene una herida difícil de cerrar:
nació legitimando el uso de la violencia como medio para conseguir fines
políticos.
Occidente tiene escasos argumentos frente al terrorismo,
interno o externo, porque éste es heredero de esa concepción ideológica por la
que se puede matar por una causa. Los terroristas de cualquier especie también
pretenden sus propios ‹‹procesos liberadores››.
El eufemismo fascinador interesado continúa atribuyendo a la
RF los movimientos de independencia coloniales, cuando la realidad fue
justamente la contraria, siendo la rebelión contra el rey de Inglaterra de las
colonias americanas y su independencia como Estados Unidos de América el 4 de
julio de 1776 la que demuestra que el poder de los reyes no es inquebrantable y
que puede existir un estado sin monarquía. Este contagio provocó en Francia una
horrible guerra civil y poco a poco fue extendiéndose por muchas colonias
europeas en los dos siglos siguientes, sembrados de conflictos bélicos de
carácter independentista, a excepción de India, nación que demostró, alrededor
de un líder moral, Ghandi, que existen ‹‹procesos liberadores›› sin crímenes y
que aquéllos no justifican éstos. Obviamente, también hay estados europeos que
no han sufrido revolución alguna, en los que sus ciudadanos gozan de iguales
derechos democráticos que los del estado francés, lo que también evidencia que
el acceso a ellos no pasa necesariamente por la violencia y el crimen. Sin
embargo, el eufemismo fascinador revolucionario permanece en muchos. Quizá sea
el propio carácter violento el que fascina, considerado como una especie de
“venganza histórica” de forma más o menos consciente.
La dinámica perversa del poder utiliza la moral social como
respaldo de acciones absolutamente contrarias a ella, muchas veces con gran
descaro y el menor de los disimulos.
En su declaración de independencia, T. Jefferson se atreve a
poner a Dios de su parte delante de sus conciudadanos, justificando sus
ambiciones políticas y el inicio de una guerra fratricida:
“Cuando en el curso de los acontecimientos humanos
se hace necesario para un pueblo disolver los vínculos políticos que lo han
ligado a otro y tomar entre las naciones de la tierra el puesto separado e
igual a que las leyes de la naturaleza y el Dios de esa naturaleza le dan
derecho...”
“Por lo tanto, los Representantes de los
Estados Unidos de América, convocados en Congreso General, apelando al Juez
Supremo del mundo por la rectitud de nuestras intenciones, en nombre y por la
autoridad del buen pueblo de estas Colonias, solemne-mente hacemos público y
declaramos: Que estas Colonias Unidas son, y deben serIo por derecho, Estados
Libres e Independientes...”
¿Por qué T. Jefferson no aplicó ese primer párrafo a las
naciones indias que habitaban originariamente esos territorios respecto de los
colonos, es decir, de ellos mismos?
El propio autor del artículo que estamos comentando dice:
“El lema
revolucionario, ‹‹ Liberté, Egalité, Fraternité››, de raíz cristiana, impulsará
los cambios sociales...”
como si cediendo cierto protagonismo al Cristianismo, recibiera
de él su respaldo ante el sector popular que profesa la fe cristiana.
La moral cristiana no admite dudas en relación con la
violencia. Jesucristo completa el mandanto de su Padre: “No matarás” de un modo
rotundo:
“Oísteis que fue dicho
a los antiguos: ‹‹No matarás ››... Pero yo os digo que todo aquél que se
encoleriza contra su hermano, será reo de condena...
Oísteis que se dijo:
‹‹Ojo por ojo y diente por diente ››. Mas yo os digo: no resistáis al mal; y si
alguno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que
quisiere pleitear contigo y quitarte la túnica, déjale también el manto...
Oísteis que se dijo:
‹‹Amarás a tu prójimo ›› y odiarás a tu enemigo, mas yo os digo: amad a
vuestros enemigos y orad por los que os persiguen...” Mt 5,21-38 y 43.
Estos mandatos genuinamente cristianos podrán ser
considerados muy difíciles de cumplir, o imposibles, pero es obvio que nunca se
podrá nombrar a Dios para justificar un conflicto violento.
Estos son ejemplos de eufemismos que deforman la realidad y
encierran una profunda contradicción, una incompatibilidad total e imposible, y,
sin embargo, se expresan sin recato para buscar una aprobación popular o de un
sector social.
“(El lema
revolucionario, Liberté, Egalité, Fraternité)... impulsará los cambios sociales
que desembocarán tras dos siglos de conquistas por los estratos sociales
inferiores, en el modelo occidental.”
Los cambios sociales promovidos con la violencia no modifican
sustancialmente la estructura del Poder, más bien la reproducen. El mismo autor
reconoce más abajo,
“En cierto sentido ha
reproducido el modelo imperial comportándose como la metrópoli del planeta que
explota.”
Tras la cruenta rebelión, los sublevados se han constituido
en las nuevas élites del mundo y la supuesta “Egalité” que promovían se cierra
dentro de sus estados como anteriormente se cerraba entre los allegados a los
nobles contra quienes se rebelaron. Simplemente, la familia de “privilegiados”
es ahora más numerosa, pero su actitud respecto de los miserables del mundo es
la misma que lo fue entonces: el olvido. Vista la realidad posterior, no se
trató tanto de destruir una estructura social injusta y desigual como de
derribar a los privilegiados para ocupar su lugar. Ningún estado heredero de la
“Fraternité”
ha planteado cosas como una
Sanidad planetaria costeada entre todos los países en función de sus recursos,
ni comparte su presupuesto con los países del Tercer Mundo: un exiguo 0,7%
es una cuota inalcanzable. Mientras el mundo
occidental vive la civilización del ocio en el estado del bienestar, muchos
seres humanos viven la civilización del hambre en el estado de la miseria, tras
más de dos siglos de haber sustituído la moral religiosa por la ética de
consenso y con unos recursos tecnológicos al parecer enormes y suficientes para
constituir un fundamento ético, junto con el reconocimiento de la igualdad
humana. Pero el único reconocimiento de hecho es el de la igualdad entre las
diferentes castas de la nueva élite del mundo occidental: franceses, españoles,
alemanes, británicos, ... cuyas pequeñas desigualdades se nivelan continuamente
con movimientos institucionales de dinero, (p. ej., fondos de cohesión). Mientras,
la desigualdad con el resto del planeta sólo encuentra el apoyo decidido y de
mínimos recursos
de algunas
organizaciones civiles y religiosas, fundamentalmente cristianas.
Hoy el consumismo desaforado en el mundo occidental alcanza
cotas insultantes y escandalosas. Un joven despilfarra en diversión del fin de
semana más de lo que muchas familias en el mundo dispondrán para alimentarse
durante un mes o más. Hablamos de un uso sostenible de la energía y gastamos
litros y litros de combustible sólo en cambiar de bares de copas. Las
desigualdades pre-revolucionarias eran de menor calado que las de hoy, pero los
“privilegiados” de hoy no quieren comparar. Efectivamente, como bien dice el
autor del artículo, los ciudadanos occidentales estamos demasiado ocupados “instaurando un nuevo orden basado en la
óptica individual...”
Es preciso elevarse a un mundo virtual, inexistente, para
que el hombre occidental pueda hablar de que su modelo de sociedad defiende una
“ética común y no reservada a una
élite...” ¿Pueden los pobres del mundo votar leyes de transferencia de
dinero de países ricos a pobres para la construcción de hospitales y escuelas?
Rotundamente no. En nuestra democracia sólo votan los ricos y sus hijos.
El eufemismo es ya una herramienta común que los gobernantes
emplean para “vestir de bonito”
actuaciones más que discutibles y enmascarar la verdad de sus objetivos, para
engañar, en definitiva, a sus ciudadanos. Las calculadas imágenes de militares
en misión de ocupación suministrando medicamentos a civiles son un ejmplo más,
aunque la ingenuidad del autor parezca creer que el objetivo militar es la
mejora de la sanidad del país invadido.
La referencia al aborto provocado como “interrupción
voluntaria del embarazo” es otro ejemplo patente de un eufemismo que pretende
rebajar la gravedad moral de lo que se va a hacer.
Pero este ansia por ocultar la verdad no solo abarca
cuestiones graves, sino que se ha convertido ya en un modo de ejercer el poder
a todos los niveles: engañar al ciudadano para mantener su apoyo o evitar su
desaprobación y los perjuicios que el gobernante pudiera recibir. Así, se dice
que el “índice de crecimiento del desempleo se ha reducido...”, para no decir
que el paro ha seguido creciendo; “se van a reequlibrar ingresos y gastos”, en
lugar de referirse a una subida de impuestos...
También el individuo ha descubierto la utilidad del
eufemismo para adormecer su conciencia, edulcorando la realidad para eludir la
responsabilidad de una reacción coherente y comprometida, sea hacia sí mismo o
hacia los demás. Así, los ciudadanos ya no se emborrachan, término que expresa
la crudeza de un exceso peligroso y adictivo, sino que “sufren intoxicación
etílica”, como si se tratara de una afección involuntaria; tampoco son “gordos
ni obesos”, palabras que muestran poco control y un abuso perjudicial de la
comida, sino personas “afectadas de sobrepeso”, es decir, tampoco tienen
responsabilidad alguna en lo que les ocurre...
¿Cómo se puede ser libre en el enjambre de la mentira?
Y sin embargo,
‹‹ ¿Por qué he de decir la verdad si mintiendo obtengo un
beneficio o evito un perjuicio? Esta pregunta no tiene una clara respuesta
desde una ética sin Dios. De hecho, en la sociedad occidental se aprecia una
creciente fascinación por la mentira, que tiene ya el rango de un derecho:
Derecho a mentir.››
______________________
Hasta el próximo artículo,
si Dios quiere.
Winston
Smith
Imagen tomada de:
http://amen-amen.net/hector-leites/etica-y-moral/etica-y-moral-en-la-iglesia-evangelica/