5.
Ciencia, Sabiduría y Fe.
Ciertamente
la última frase es muy reveladora de la arrogancia y vanidad del “cientifismo”,
movimiento que, a diferencia de la ciencia, desprecia las hipótesis contrarias
desde la prepotencia, sin haber demostrado su falsedad. Si bien la religión no
“demuestra” la existencia de Dios, la ciencia tampoco ha demostrado su
inexistencia. Negar lo intangible, lo que no se ve, lo desconocido por los
medios disponibles en cada momento, ha sido siempre una manifestación más supersticiosa
que científica, una actitud vanidosa que ha hecho caer en el ridículo a hombres
de ciencia en el pasado.
En
realidad, con el cientifismo ocurre como tantas otras veces, que no es sino la
coartada racionalizada de un sentimiento previo, en este caso el desprecio a
toda hipótesis que implique la existencia de Dios, inadmisible para quienes
profesan la fe en su no existencia y tienen como objetivo preferente la
eliminación de los principios y valores cristianos como fuente inspiradora de
la ética en la sociedad occidental. En una sociedad tan pagada de sí misma como
ésta, nada con mejor acogida que la ciencia para ser colocada en el lugar de
Dios. Eso sí, una ciencia limitada, que para cumplir el objetivo que se le
requiere no admita más realidad de la que “cabe” en los “ejes cartesianos de la
Mecánica clásica” y esté fundamentada en el postulado de la inexistencia de
Dios.
“Una ética de fundamento científico (por el
conocimiento) y aliento humano (por el reconocimiento de la igualdadd humana).”
Es
absurdo pensar que la ciencia y el conocimiento que proporciona puedan constituir
un fundamento ético, definir lo bueno y lo malo, ni a nivel individual ni
colectivo. El fin último de la convivencia y la vida lo establece el hombre en
la búsqueda de su felicidad y la ciencia es sólo un instrumento para lograrlo,
perfeccionando y aumentando la eficacia de los actos humanos, buenos o malos.
Así, el conocimiento técnico-científico sirve tanto para curar mejor como para
matar más.
Esto es
una obviedad incluso para el autor de la cita anterior, que esconde realmente
un subterfugio, una coartada para eliminar a Dios y con Él, los límites morales
a nuestros deseos y conveniencias. Una prueba clara de esta segunda intención
oculta, de este “doblepensar” en terminología de G. Orwell, se pone en
evidencia cuando el autor justifica el aborto provocado:
“La sensibilidad social dará forma jurídica a
los derechos de la madre y el nasciturus si entran en colisión, pero la
evidencia científica es sólo descriptiva.”
A unas
páginas de distancia ya no es el conocimiento sino la “sensibilidad social” el fundamento de la ética. Sorprendente, pero
ilustrativa de las intenciones reales y anteriores que se esconden tras la
apariencia racionalista, una contradicción tan rotunda en las pocas páginas del
artículo. El autor mismo reconoce que el conocimiento científico no puede ser
fundamento ético y el “aliento humano”,
“la igualdad”, quedan en “agua de
borrajas” frente a los intereses y conveniencias, “la sensibilidad social”, de los más fuertes en una sociedad sin
Dios.
Dice el
autor que: “Siendo evidente que todos los
seres humanos han seguido la secuencia óvulo fecundado, embrión, feto, no puede
deducirse que todos los fetos, embriones u óvulos fecundados sean personas
humanas...” olvidando, tendenciosamente, enunciar la secuencia completa del
mismo ser humano: óvulo fecundado, embrión, feto, bebé, niño, adolescente,
joven, adulto y anciano, a quien la “sensibilidad
social” se ha dado a sí misma la facultad de decidir en cada momento qué
etapas recibirán la consideración jurídica de “persona”, (la ciencia se
limitará a afirmar que son todas diferentes etapas del desarrollo de un mismo
ser humano), y cuáles no, pudiendo ser entonces exterminadas sin necesidad de
explicación.
Este
mismo argumento estaba implícito en el exterminio nazi de discapacitados,
deficientes, gitanos y judíos, una “sensibilidad
social” que quitaba la condición de personas a los individuos de los grupos
mencionados. “Sensibilidad” que
también soportó la idea de la esclavitud de los
individuos de raza negra, disminuídos en su condición de persona y en su
condición de igualdad por esa misma “sensibilidad”
definida por “consenso pragmático de la
mayoría”.
Edmund
Burke, escritor y filósofo irlandés del siglo XVIII hizo célebre su frase:
“Para que triunfe el mal, sólo es
necesario que los buenos no hagan nada”
Quizá
la mayor gravedad del problema ético que plantea el aborto provocado no venga
tanto de la mano de quien lo practica en situaciones de mayor o menor presión,
(siempre ha habido crímenes y desgraciadamente seguirá habiéndolos), sino de
tantos intelectuales y librepensadores que con absoluta frialdad e indiferencia
hacia la vida humana reclaman respetarlo como fruto de la “sensibilidad social”.
Todo esto
viene a demostrar que en una sociedad desprovista de la ética cristiana
cualquier aberración es posible y resulta justificada, sin modo de evitarla,
porque la conveniencia de los más fuertes se impone finalmente sobre los
débiles.
Cuando
se habla, en referencia al modelo occidental, de la opción de una ética nacida
del conocimiento y la equidad, parece también olvidarse que en el seno de esa
“burbuja”, y únicamente en el último siglo, el mundo occidental ha vivido dos
guerras mundiales con millones de víctimas, un genocidio masivo de inspiración
racista, el exterminio de los disidentes en la construcción de la “utopía
socialista”, una guerra civil que en un solo estado europeo provocó más de un
millón de muertos, una guerra fría que a punto estuvo de haber terminado con la
vida del planeta en vaias ocasiones y la exportación desde la “burbuja” de la
violencia, la rapiña y el expolio al resto del mundo.
No hay
un siglo tan macabro y nefasto como ése en toda la historia humana, medido, no
en términos de propaganda para autoconsumo en el interior de la burbuja, sino
en número de vidas humanas aniquiladas dentro y fuera de un imperio hegemónico,
el siglo que algunos ven como el paradigma del conocimiento científico y del
reconocimiento de la igualdad humana, que desplazan a Dios como fundamento
ético.
Otro consecuencia del endiosamiento provocado por el
cientifismo ha sido la pérdida de la sabiduría, reemplazada por una acumulación
“consumista” de conocimientos técnicos. Sin embargo, la sabiduría va más allá del
conocimiento e implica un saber humanizado que descubre un sentido íntimo de la
vida y la muerte; una armonía personal con los demás y con el mundo, profundamente
integradora, en la que todo tiene un lugar, un momento y un fin, ciencia
incluída; una razón moral para decidir unestros actos subordinando deseos y
apetitos, todo para una mayor felicidad de los hombres.
Como ya se ha señalado, en la historia reciente regímenes
políticos como el nazismo y el comunismo soviético, hicieron un verdadero
alarde tecnológico- (ciencia práctica), pero es obvio que no consiguieron una
mayor felicidad para los hombres, ni siquiera para ellos mismos.
La sabiduría es atemporal y no depende del conocimiento. A
diferencia de éste, puede encontrarse en cualquier época, en mayor medida que
en otras posteriores o anteriores.
Por ello es una arrogancia pueril despreciar las
generaciones pasadas, incluso antiguas, por ser más pequeño su “cajón” de
conocimientos técnicos. Porque pueden haber sido mucho más sabias que el hombre
de hoy, y esta actitud le impedirá aprender de esa sabiduría.
“¿Qué hombre conoce el
designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los
mortales son mezquinos y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo
mortal es lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente que medita.
Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a
mano: ¿Pues quién rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu designio, si
tú no le das sabiduría enviando tu Santo Espíritu desde el cielo? Sólo así
fueron rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprendieron lo que te
agrada; y la sabiduría los salvó.” Sab 9,13.
“Se dijeron, razonando
equivocadamente: La vida es corta y triste, y el trance final del hombre,
irremediable; y no consta de nadie que haya regresado del abismo.
Nacimos casualmente y
luego pasaremos como quien no existió; nuestro respiro es humo, y el
pensamiento, chispa del corazón que late; cuando ésta se apague, el cuerpo se
volverá ceniza y el espíritu se desvanecerá como aire tenue... Nuestra vida es
el paso de una sombra, y nuestro fin, irreversible...
¡Venga! A disfrutar de
los bienes presentes, a gozar de las cosas con ansia juvenil; a llenarnos del
mejor vino y de perfumes, que no se nos escape la flor primaveral... que no
quede pradera sin probar nuestra orgía...
Atropellemos al justo
que es pobre, no nos apiademos de la viuda ni respetemos las canas venerables
del anciano; que sea nuestra fuerza la norma del derecho, pues lo débil –es
claro— no sirve para nada.
Acechemos al justo,
que nos resulta incómodo: Se opone a nuestras acciones, nos echa en cara las
faltas contra la Ley, nos reprende las faltas contra la educación que nos
dieron...” Sab 2,1.
El libro de la Sabiduría también nos previene del
envanecimiento científico cuando se deslumbra por ser capaz de descubrir las
maravillas de lo creado y no busca en ellas a su Creador:
“Eran naturalmente
vanos todos los hombres que ignoraban a Dios, y fueron incapaces de conocer al
que es partiendo de las cosas buenas que están a la vista, y no reconocieron al
artífice fijándose en sus obras... Con todo, a éstos poco se les puede echar en
cara, pues tal vez andan extraviados buscando a Dios y queriéndolo encontrar;
en efecto, dan vueltas a sus obras, las exploran, y su apariencia los subyuga,
porque es bello lo que ven.
Pero ni siquiera éstos
son perdonables, porque si lograron saber tanto que fueron capaces de averiguar
el prinicipio del cosmos, ¿cómo no encontraron antes a su Dueño?” Sab 13,1.
Sin embargo, desde la Revelación, Fe y razón no son
incompatibles, sino complementarias:
“El hombre se prueba
en su razonar; el fruto muestra el cultivo de un árbol; la palabra, la
mentalidad del hombre; no alabes a nadie antes de que razone, porque ésa es la
prueba del hombre.” Eclo 27,5.
Fe y soberbia, sí lo son.
“No se gloríe el sabio
de su saber, no se gloríe el soldado de su valor, no se gloríe el rico de su
riqueza; quien quiera gloriarse, que se gloríe de esto: de conocer y comprender
que soy el Señor, que en la Tierra establece la lealtad, el derecho y la
justicia y se complace en ellas –oráculo del Señor---.” Jer 9,22.
“El hombre no adivina
su momento: como peces cogidos en la red, como pájaros atrapados en la trampa,
se enredan los hombres cuando un mal momento les cae encima de repente.” Ecl
9,12.
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Hasta el próximo artículo, si Dios quiere.
Winston Smith
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