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viernes, 27 de julio de 2012

UNA ÉTICA PARA LA SOCIEDAD TECNOLÓGICA: EL CRISTIANISMO. (V)


5.  Ciencia, Sabiduría y Fe.

 “En 2009 el British Council ha realizado una encuesta en varios países desarrollados sobre 11.000 personas de las que 7.000 afirmaban conocer la teoría evolutiva. El 53% mundial deseaba que en la enseñanza se presentara junto a la evolución, a la ‹‹teoría ›› creacionista. Revela el peso de las tradiciones sobre la evidencia científica.”

Ciertamente la última frase es muy reveladora de la arrogancia y vanidad del “cientifismo”, movimiento que, a diferencia de la ciencia, desprecia las hipótesis contrarias desde la prepotencia, sin haber demostrado su falsedad. Si bien la religión no “demuestra” la existencia de Dios, la ciencia tampoco ha demostrado su inexistencia. Negar lo intangible, lo que no se ve, lo desconocido por los medios disponibles en cada momento, ha sido siempre una manifestación más supersticiosa que científica, una actitud vanidosa que ha hecho caer en el ridículo a hombres de ciencia en el pasado.

En realidad, con el cientifismo ocurre como tantas otras veces, que no es sino la coartada racionalizada de un sentimiento previo, en este caso el desprecio a toda hipótesis que implique la existencia de Dios, inadmisible para quienes profesan la fe en su no existencia y tienen como objetivo preferente la eliminación de los principios y valores cristianos como fuente inspiradora de la ética en la sociedad occidental. En una sociedad tan pagada de sí misma como ésta, nada con mejor acogida que la ciencia para ser colocada en el lugar de Dios. Eso sí, una ciencia limitada, que para cumplir el objetivo que se le requiere no admita más realidad de la que “cabe” en los “ejes cartesianos de la Mecánica clásica” y esté fundamentada en el postulado de la inexistencia de Dios.

“Una ética de fundamento científico (por el conocimiento) y aliento humano (por el reconocimiento de la igualdadd humana).”

Es absurdo pensar que la ciencia y el conocimiento que proporciona puedan constituir un fundamento ético, definir lo bueno y lo malo, ni a nivel individual ni colectivo. El fin último de la convivencia y la vida lo establece el hombre en la búsqueda de su felicidad y la ciencia es sólo un instrumento para lograrlo, perfeccionando y aumentando la eficacia de los actos humanos, buenos o malos. Así, el conocimiento técnico-científico sirve tanto para curar mejor como para matar más.

Esto es una obviedad incluso para el autor de la cita anterior, que esconde realmente un subterfugio, una coartada para eliminar a Dios y con Él, los límites morales a nuestros deseos y conveniencias. Una prueba clara de esta segunda intención oculta, de este “doblepensar” en terminología de G. Orwell, se pone en evidencia cuando el autor justifica el aborto provocado:

“La sensibilidad social dará forma jurídica a los derechos de la madre y el nasciturus si entran en colisión, pero la evidencia científica es sólo descriptiva.”

A unas páginas de distancia ya no es el conocimiento sino la “sensibilidad social” el fundamento de la ética. Sorprendente, pero ilustrativa de las intenciones reales y anteriores que se esconden tras la apariencia racionalista, una contradicción tan rotunda en las pocas páginas del artículo. El autor mismo reconoce que el conocimiento científico no puede ser fundamento ético y el “aliento humano”, “la igualdad”, quedan en “agua de borrajas” frente a los intereses y conveniencias, “la sensibilidad social”, de los más fuertes en una sociedad sin Dios.

Dice el autor que: “Siendo evidente que todos los seres humanos han seguido la secuencia óvulo fecundado, embrión, feto, no puede deducirse que todos los fetos, embriones u óvulos fecundados sean personas humanas...” olvidando, tendenciosamente, enunciar la secuencia completa del mismo ser humano: óvulo fecundado, embrión, feto, bebé, niño, adolescente, joven, adulto y anciano, a quien la “sensibilidad social” se ha dado a sí misma la facultad de decidir en cada momento qué etapas recibirán la consideración jurídica de “persona”, (la ciencia se limitará a afirmar que son todas diferentes etapas del desarrollo de un mismo ser humano), y cuáles no, pudiendo ser entonces exterminadas sin necesidad de explicación.

Este mismo argumento estaba implícito en el exterminio nazi de discapacitados, deficientes, gitanos y judíos, una “sensibilidad social” que quitaba la condición de personas a los individuos de los grupos mencionados. “Sensibilidad” que también soportó la idea de la esclavitud de los individuos de raza negra, disminuídos en su condición de persona y en su condición de igualdad por esa misma “sensibilidad” definida por  “consenso pragmático de la mayoría”.

Edmund Burke, escritor y filósofo irlandés del siglo XVIII hizo célebre su frase:

Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada”

Quizá la mayor gravedad del problema ético que plantea el aborto provocado no venga tanto de la mano de quien lo practica en situaciones de mayor o menor presión, (siempre ha habido crímenes y desgraciadamente seguirá habiéndolos), sino de tantos intelectuales y librepensadores que con absoluta frialdad e indiferencia hacia la vida humana reclaman respetarlo como fruto de la “sensibilidad social”.

Todo esto viene a demostrar que en una sociedad desprovista de la ética cristiana cualquier aberración es posible y resulta justificada, sin modo de evitarla, porque la conveniencia de los más fuertes se impone finalmente sobre los débiles.

Cuando se habla, en referencia al modelo occidental, de la opción de una ética nacida del conocimiento y la equidad, parece también olvidarse que en el seno de esa “burbuja”, y únicamente en el último siglo, el mundo occidental ha vivido dos guerras mundiales con millones de víctimas, un genocidio masivo de inspiración racista, el exterminio de los disidentes en la construcción de la “utopía socialista”, una guerra civil que en un solo estado europeo provocó más de un millón de muertos, una guerra fría que a punto estuvo de haber terminado con la vida del planeta en vaias ocasiones y la exportación desde la “burbuja” de la violencia, la rapiña y el expolio al resto del mundo.

No hay un siglo tan macabro y nefasto como ése en toda la historia humana, medido, no en términos de propaganda para autoconsumo en el interior de la burbuja, sino en número de vidas humanas aniquiladas dentro y fuera de un imperio hegemónico, el siglo que algunos ven como el paradigma del conocimiento científico y del reconocimiento de la igualdad humana, que desplazan a Dios como fundamento ético.

Otro consecuencia del endiosamiento provocado por el cientifismo ha sido la pérdida de la sabiduría, reemplazada por una acumulación “consumista” de conocimientos técnicos. Sin embargo, la sabiduría va más allá del conocimiento e implica un saber humanizado que descubre un sentido íntimo de la vida y la muerte; una armonía personal con los demás y con el mundo, profundamente integradora, en la que todo tiene un lugar, un momento y un fin, ciencia incluída; una razón moral para decidir unestros actos subordinando deseos y apetitos, todo para una mayor felicidad de los hombres.

Como ya se ha señalado, en la historia reciente regímenes políticos como el nazismo y el comunismo soviético, hicieron un verdadero alarde tecnológico- (ciencia práctica), pero es obvio que no consiguieron una mayor felicidad para los hombres, ni siquiera para ellos mismos.

La sabiduría es atemporal y no depende del conocimiento. A diferencia de éste, puede encontrarse en cualquier época, en mayor medida que en otras posteriores o anteriores.

Por ello es una arrogancia pueril despreciar las generaciones pasadas, incluso antiguas, por ser más pequeño su “cajón” de conocimientos técnicos. Porque pueden haber sido mucho más sabias que el hombre de hoy, y esta actitud le impedirá aprender de esa sabiduría.

“¿Qué hombre conoce el designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo mortal es lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano: ¿Pues quién rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría enviando tu Santo Espíritu desde el cielo? Sólo así fueron rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprendieron lo que te agrada; y la sabiduría los salvó.” Sab 9,13.

“Se dijeron, razonando equivocadamente: La vida es corta y triste, y el trance final del hombre, irremediable; y no consta de nadie que haya regresado del abismo.

Nacimos casualmente y luego pasaremos como quien no existió; nuestro respiro es humo, y el pensamiento, chispa del corazón que late; cuando ésta se apague, el cuerpo se volverá ceniza y el espíritu se desvanecerá como aire tenue... Nuestra vida es el paso de una sombra, y nuestro fin, irreversible...

¡Venga! A disfrutar de los bienes presentes, a gozar de las cosas con ansia juvenil; a llenarnos del mejor vino y de perfumes, que no se nos escape la flor primaveral... que no quede pradera sin probar nuestra orgía...

Atropellemos al justo que es pobre, no nos apiademos de la viuda ni respetemos las canas venerables del anciano; que sea nuestra fuerza la norma del derecho, pues lo débil –es claro— no sirve para nada.

Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: Se opone a nuestras acciones, nos echa en cara las faltas contra la Ley, nos reprende las faltas contra la educación que nos dieron...” Sab 2,1.

El libro de la Sabiduría también nos previene del envanecimiento científico cuando se deslumbra por ser capaz de descubrir las maravillas de lo creado y no busca en ellas a su Creador:

“Eran naturalmente vanos todos los hombres que ignoraban a Dios, y fueron incapaces de conocer al que es partiendo de las cosas buenas que están a la vista, y no reconocieron al artífice fijándose en sus obras... Con todo, a éstos poco se les puede echar en cara, pues tal vez andan extraviados buscando a Dios y queriéndolo encontrar; en efecto, dan vueltas a sus obras, las exploran, y su apariencia los subyuga, porque es bello lo que ven.

Pero ni siquiera éstos son perdonables, porque si lograron saber tanto que fueron capaces de averiguar el prinicipio del cosmos, ¿cómo no encontraron antes a su Dueño?” Sab 13,1.

Sin embargo, desde la Revelación, Fe y razón no son incompatibles, sino complementarias:

“El hombre se prueba en su razonar; el fruto muestra el cultivo de un árbol; la palabra, la mentalidad del hombre; no alabes a nadie antes de que razone, porque ésa es la prueba del hombre.” Eclo 27,5.

Fe y soberbia, sí lo son.

“No se gloríe el sabio de su saber, no se gloríe el soldado de su valor, no se gloríe el rico de su riqueza; quien quiera gloriarse, que se gloríe de esto: de conocer y comprender que soy el Señor, que en la Tierra establece la lealtad, el derecho y la justicia y se complace en ellas –oráculo del Señor---.” Jer 9,22.

“El hombre no adivina su momento: como peces cogidos en la red, como pájaros atrapados en la trampa, se enredan los hombres cuando un mal momento les cae encima de repente.” Ecl 9,12.

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Hasta el próximo artículo, si Dios quiere.

Winston Smith

Imagen tomada de http://www.edsanpablo.com/catalogo_esp/index.php?main_page=product_info&products_id=221