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lunes, 18 de marzo de 2013

Epsilonia, el fracaso moral de la sociedad moderna (2)

 ... Y lo fue. El orden inmutable y geocéntrico en el que el Universo giraba alrededor de una Tierra inmóvil, y que nuestros sentidos percibían como cierto, se resquebrajó cuando, a duras penas, la razón humana, apoyada en sus rudimentarios instrumentos científico-técnicos, percibió conceptualmente una realidad contraria, heliocéntrica, en la que la misma Tierra y todos los cuerpos celestes más conocidos, giraban alrededor del Sol, aunque fuéramos incapaces de percibir mínimamente tal movimiento bajo nuestros pies.

 

De este modo, el derrumbamiento del pilar de la verdad racional aristotélica comprometió seriamente el de la Verdad de la Fe, por la íntima y gran trabazón con la que se habían unido, y la bóveda del orden inmutable colapsó y se hundió, llevándose consigo la autoridad de los que habían definido la verdad del conocimiento racional, y la de los que, a través de ella, habían reafirmado la Verdad de la Fe. Así, cuando el avance de la Astronomía reveló el engaño y la falsedad de lo que nuestros sentidos nos hacen creer, del modelo de universo aristotélico, el mundo medieval se rompió como un cristal,  y surgió la duda, una duda que disolvió la confiada seguridad del hombre del Medievo, abriendo una crisis desconocida, una crisis que se ha ido profundizando en los siglos posteriores, reforzada por el desarrollo tecnológico, y que aún continúa agrandándose, la crisis de la Autoridad. Lo que el hombre medieval percibía a través de sus sentidos era prueba de un universo de leyes inmutables que demostraba la Verdad que le habían transmitido y servía de fundamento de la Autoridad del rey, de la nobleza, de la Iglesia y de la división de las gentes en los estamentos de la sociedad feudal. Su posición intelectual y espiritual era firme y segura: Conocía la Verdad, sabía por ella lo que debía hacer a lo largo de su vida, y sabía lo que podía esperar haciendo eso que debía.

 Sin embargo, es su propia Razón la que le lleva a descubrir que esa prueba es falsa. ¿Hasta dónde llega la falsedad? ¿Seguiré aceptando, sin cuestionarme, la autoridad absoluta de mi rey, de mi señor feudal? ¿Seguiré aceptando mi condición ineludible de siervo?
 


II


ANTROPOCENTRISMO Y REBELIÓN CONTRA LA AUTORIDAD

 
Si algo tan obvio e intuitivo como que la Tierra está inmóvil, resultaba ser falso, ¿cuántas falsedades más habría, qué validez tenía el conocimiento humano y qué autoridad quienes lo establecían?... ¿Cómo puedo estar seguro de ser cierto y verdadero aquello que conozco?

Inevitablemente, la duda se extendía a todo conocimiento, y si la Verdad había de ser una y abarcar el orden natural y el sobrenatural, la duda también invadió, por extensión, el conocimiento de la Verdad revelada.

Cuestionada y en entredicho la autoridad de quienes habían unificado el mundo natural y el sobrenatural en una Verdad absoluta, objetiva y externa al hombre: Dios mismo; derrumbada, si quiera parcialmente, esa Verdad, por la percepción de falsedad en la parte racionalmente cognoscible, la Naturaleza, ocurrió que la voluntad de Poder de muchos encontró justificación para rebelarse, reclamando el derecho a fundamentar su propia verdad natural, su propia interpretación de la Verdad revelada, su propia autoridad para establecer ambas y su propio Poder para imponerlas.

Y si ya no existe una autoridad reconocida como única y absoluta para dictaminar lo verdadero y lo falso, ¿cómo podremos distinguirlos?... Si, además, el conocimiento racional construído desde los sentidos no es fiable a pesar de la evidencia y la intuición, sólo queda evaluar su validez por sus resultados o consecuencias, su coherencia o contradicción, su beneficio o su perjuicio.

Por un lado, la duda se instalará, paulatinamente, como método de la Razón, el cuestionamiento previo como principio, y el ejercicio de “tanteo y retracto”, “de prueba y error”, como procedimiento, y todo ello inducirá un positivismo creciente que irá subordinando progresivamente los principios a los resultados, que constituirán, en última instancia, el único criterio de veracidad fiable. Por otro lado, la idea de Verdad única, objetiva e inmutable se fragmenta en muchas verdades subjetivas y cambiantes.

La experiencia de la Verdad a través de los sentidos, cuando en su ingenuidad el hombre medieval así lo creía, le ayudaba a aceptar las cosas “como son”, seguros para afrontar sacrificios y mantener esperanzas. Admitir y reconocer que la Verdad no es experiencia sensible y que esa experiencia es, además, apariencia y engaño, crea una incertidumbre que incapacita para aceptar el sufrimiento y la renuncia, y mueve a centrar la vida en la búsqueda del placer y el disfrute.

¿Y qué consecuencias  tienen /cómo se manifiestan/ estos cambios sobre el ámbito de la Razón práctica, esa razón que aplicamos para decidir entre las opciones que se nos presentan en la vida diaria, que dirige nuestros actos, que establece nuestro deber y que opera desde los postulados que definen lo que está Bien y lo que está Mal, esos postulados que constituyen la Moral?

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Y como siempre, hasta el próximo artículo, si Dios quiere.

Winston Smith

Imagen tomada de www.mat.ucm.es

viernes, 8 de marzo de 2013

Epsilonia, el fracaso moral de la sociedad moderna (I)

Queridos lectores anónimos, a quienes nunca conoceré, ni me conoceréis, que sólo tenéis una existencia virtual numerada por un contador de visitas, errantes navegantes en el mar de internet, os traigo un nuevo ensayo moral por entregas que inicio hoy.

Epsilonia es la historia de un mundo fracasado, en el que los hombres, otrora orgullosos, cambiaron deber por sumisión, autoridad por poder, amor por libertad, principios por placer, y perdieron la conciencia; un destino sórdido tras un camino aparente, en el que el alma se encoge, la voluntad se aliena sometida a un engendro y el hombre se deshumaniza; un túnel oscuro del que sólo se sale volviendo hacia atrás. Bienvenido a Epsilonia, donde reinan el nihilismo y la insignificancia.


EL COLAPSO DEL ORDEN CÓSMICO INMUTABLE MEDIEVAL

 I
 

En los alrededores del siglo V, el Imperio Romano de Occidente se ha desmoronado. El Cristianismo, que fuera promovido como religión oficial un siglo antes y que domina culturalmente los restos del Imperio y también a los pueblos invasores germánicos, establece las bases para la construcción de un mundo diferente, cimentado sólidamente en el pensamiento cristiano. San Agustín había sido el constructor de este pensamiento, realizando la primera gran conciliación entre Cristianismo y Filosofía, Fe y Razón, bajo una marcada influencia del idealismo platónico, como vía necesaria y preferente hacia el conocimiento.

En cuanto al desarrollo científico, la capacidad de observación y la experiencia del mundo físico, con instrumentos y técnicas muy rudimentarios aún, estaban  reducidas a las percepciones recibidas por los meros sentidos, que no son capaces de proporcionar un conocimiento fiable y sólido. En contraposición, el mundo de las ideas, de las realidades inmutables que no perecen, puede ser accesible al hombre a través de la Razón, orientada y guiada por la Fe, en su búsqueda de la Verdad. Pensar y creer son dos facetas inseparables en el hombre íntegro, y el camino hacia el conocimiento superior, el de las verdades eternas donde confluyen Razón y Fe, se inicia con la experiencia interior, pues es en el interior de uno mismo donde se encuentran la verdad y la máxima realidad: Dios, aunque únicamente puede conocerlas si recibe una iluminación divina.

Había nacido la Edad Media.

Los siglos de la Alta Edad Media van transcurriendo y la Razón va aumentando su valoración a medida que, muy lentamente, el conocimiento científico avanza, y con él unas aplicaciones tecnológicas que tímidamente empiezan a facilitar los trabajos de la vida ordinaria. Un avance que se va produciendo a partir de la observación del mundo físico, de las cosas materiales que, como todo lo terrenal, habían sido vistas como cosas perecederas y un obstáculo para lo más elevado y celestial, en un mundo rudo, difícil, penoso, trabajoso y peligroso.

En el siglo XIII, la Escolástica y Santo Tomás de Aquino cristianizan la filosofía racionalista artistotélica, su lógica, su Física y su concepción del universo, una filosofía que niega el sublime mundo de las ideas para afirmar una única realidad: La de los seres concretos que existen, compuestos de materia y forma, y que puedo conocer a través de los sentidos, extraer con mi razón sus características y formar ideas que consolidan un conocimiento objetivo y universal. El hombre europeo, satisfecho y crecido en su razón, retándose a sí mismo, de forma decicida, al conocimiento y dominio del mundo material que le rodea, de la Naturaleza. Esta cristianización logró una gran armonía entre Fe y Razón, sobre la base de que no puede haber contradicción real entre ambas porque la verdad es única y se fundamenta en Dios, de modo que si la razón llega a una conclusión distinta de la Fe, ésta tiene la última palabra y aquélla ha debido cometer algún error en su proceder.

Con estas premisas e integrando el conocimiento sensible, el racional y el revelado, el motor cultural de la época construye un orden cósmico estable e inmutable en sus leyes y en las relaciones causales de los fenómenos naturales y de los cuerpos celestes, consecuencia y reflejo de un orden sobrenatural eterno. A imagen de ambos, el hombre establece un orden propio, un orden humano en el que su vida y sus aconteceres, sus limitaciones, la injusticia y la justicia, el sufrimiento, su alegría y su esperanza, todo tiene un sentido y un destino, la vida eterna; un orden estable basado en una autoridad jerarquizada, el rey y los nobles feudales, que nace y procede de Dios, en quien tanto lo temporal como lo trascendente tienen su centro y se sustentan. Un orden teocéntrico, con una Moral objetiva, absoluta y compartida por todos, basada en los Mandamientos divinos, que cohesiona fuertemente a los individuos, imponiéndoles un deber de obediencia y respeto a las autoridades, por un lado, y, por otro, unas obligaciones de renuncia del “yo” en aras de una fuerte vinculación con “los otros”, el prójimo, familiar o no, a quien necesito continuamente para la supervivencia, en un entorno difícil, incierto e incluso peligroso y hostil, y con unos recursos técnicos aún muy limitados.

Todo el espacio cultural del Medievo está construído sobre este orden universal súper-estable y confiado, soportado, como una bóveda, en esos tres robustos pilares mencionados que, apoyándose mutuamente, se reparten entre sí las cargas de la estabilidad del conjunto: el conocimiento sensible, el racional y el revelado, plenamente coherentes, integrados y mutuamente complementarios, dando un sentido pleno a la vida, al tiempo y al Universo, y definiendo un principio y un fin para todo lo que existe: Dios.

Pero, inevitablemente, la bóveda iba a derrumbarse antes o después, por el soporte más débil, la esencial inestabilidad del conocimiento racional, a medida que otros hombres de ciencia fueran desacreditando, por falsos, los modelos de la Física de Aristóteles. En la mentalidad escolástica, la Verdad, si lo es, sólo puede ser una e inmutable, y, por tanto, el conocimiento de las verdades accesibles a la Razón podrá requerir más o menos tiempo, pero una vez conocidas, también serán inmutables si forman parte de la Verdad.

La falta de experiencia y la ignorancia de la esencial provisionalidad del conocimiento científico, siempre sucediéndose a sí mismo en nuevas hipótesis que desplazan a las anteriores, su marcado carácter inductivo, y por tanto imperfecto, pues llega a conocer el “porqué” repetitivo y condicionado sin llegar a saber el“cómo”, y la falta de consideración suficiente del hecho de que en cada respuesta que la ciencia encuentra descubre a su vez una nueva pregunta, son los factores que habían permitido otorgar el atributo de absoluto a las verdades del racionalismo aristotélico y su participación del mismo rango que la Verdad revelada. El empeño del maridaje entre revelación y ese racionalismo, forzando un encaje recíproco tan perfecto como innecesario, y el lógico protagonismo de la autoridad eclesial en su desarrollo, por un lado, portadora única de la Verdad revelada, y por otro, por su indudable liderazgo en la Filosofía y cultura medievales, lograron, indudablemente y mientras duró, un refuerzo de la Fe desde la Razón, pero también hicieron que aquélla se soportara, indebidamente, en la debilidad de un conocimiento racional tremendamente limitado y excesivamente ignorante, demasiado supeditado a la apariencia e imprecisión de la información de la realidad que recibimos de nuestros sentidos, un conocimiento esclavo del sentido común, de lo intuitivo, de “lo que parece”, incapaz de penetrar en “lo que es”. Un conocimiento, en definitiva, que no era sólido ni de fiar, y que podía ser falso...

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Aquí os dejo por hoy.
 
Hasta el próximo artículo, si Dios quiere.
 
Winston Smith
 
 
Imagen tomada de http://timerime.com/en/event/1226975/aristoteles+384+a+C++322+a+C/