De este modo, el derrumbamiento del pilar de la verdad
racional aristotélica comprometió seriamente el de la Verdad de la Fe, por la
íntima y gran trabazón con la que se habían unido, y la bóveda del orden
inmutable colapsó y se hundió, llevándose consigo la autoridad de los que
habían definido la verdad del conocimiento racional, y la de los que, a través
de ella, habían reafirmado la Verdad de la Fe. Así, cuando el avance de la
Astronomía reveló el engaño y la falsedad de lo que nuestros sentidos nos hacen
creer, del modelo de universo aristotélico, el mundo medieval se rompió como un
cristal, y surgió la duda, una duda que
disolvió la confiada seguridad del hombre del Medievo, abriendo una crisis
desconocida, una crisis que se ha ido profundizando en los siglos posteriores,
reforzada por el desarrollo tecnológico, y que aún continúa agrandándose, la
crisis de la Autoridad. Lo que el hombre medieval percibía a través de sus
sentidos era prueba de un universo de leyes inmutables que demostraba la Verdad
que le habían transmitido y servía de fundamento de la Autoridad del rey, de la
nobleza, de la Iglesia y de la división de las gentes en los estamentos de la
sociedad feudal. Su posición intelectual y espiritual era firme y segura: Conocía
la Verdad, sabía por ella lo que debía hacer a lo largo de su vida, y sabía lo
que podía esperar haciendo eso que debía.
II
ANTROPOCENTRISMO Y REBELIÓN CONTRA LA AUTORIDAD
Si algo tan obvio e intuitivo como que la Tierra
está inmóvil, resultaba ser falso, ¿cuántas falsedades más habría, qué validez
tenía el conocimiento humano y qué autoridad quienes lo establecían?... ¿Cómo
puedo estar seguro de ser cierto y verdadero aquello que conozco?
Inevitablemente, la duda se extendía a todo
conocimiento, y si la Verdad había de ser una y abarcar el orden natural y el
sobrenatural, la duda también invadió, por extensión, el conocimiento de la
Verdad revelada.
Cuestionada y en entredicho la autoridad de
quienes habían unificado el mundo natural y el sobrenatural en una Verdad
absoluta, objetiva y externa al hombre: Dios mismo; derrumbada, si quiera
parcialmente, esa Verdad, por la percepción de falsedad en la parte
racionalmente cognoscible, la Naturaleza, ocurrió que la voluntad de Poder de
muchos encontró justificación para rebelarse, reclamando el derecho a
fundamentar su propia verdad natural, su propia interpretación de la Verdad
revelada, su propia autoridad para establecer ambas y su propio Poder para
imponerlas.
Y si ya no existe una autoridad reconocida como
única y absoluta para dictaminar lo verdadero y lo falso, ¿cómo podremos
distinguirlos?... Si, además, el conocimiento racional construído desde los
sentidos no es fiable a pesar de la evidencia y la intuición, sólo queda evaluar
su validez por sus resultados o consecuencias, su coherencia o contradicción,
su beneficio o su perjuicio.
Por un lado, la duda se instalará, paulatinamente,
como método de la Razón, el cuestionamiento previo como principio, y el
ejercicio de “tanteo y retracto”, “de prueba y error”, como procedimiento, y
todo ello inducirá un positivismo creciente que irá subordinando
progresivamente los principios a los resultados, que constituirán, en última
instancia, el único criterio de veracidad fiable. Por otro lado, la idea de
Verdad única, objetiva e inmutable se fragmenta en muchas verdades subjetivas y
cambiantes.
La experiencia de la Verdad a través de los
sentidos, cuando en su ingenuidad el hombre medieval así lo creía, le ayudaba a
aceptar las cosas “como son”, seguros
para afrontar sacrificios y mantener esperanzas. Admitir y reconocer que la
Verdad no es experiencia sensible y que esa experiencia es, además, apariencia
y engaño, crea una incertidumbre que incapacita para aceptar el sufrimiento y la
renuncia, y mueve a centrar la vida en la búsqueda del placer y el disfrute.
¿Y qué consecuencias tienen /cómo se manifiestan/ estos cambios
sobre el ámbito de la Razón práctica, esa razón que aplicamos para decidir
entre las opciones que se nos presentan en la vida diaria, que dirige nuestros
actos, que establece nuestro deber y que opera desde los postulados que definen
lo que está Bien y lo que está Mal, esos postulados que constituyen la Moral?
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Y como siempre, hasta el próximo artículo, si Dios quiere.
Winston Smith
Imagen tomada de www.mat.ucm.es