4. Moral cristiana y Ética de consenso.
Es
obvio que la Moral Cristiana integra en sí misma el bien individual, (la
salvación), con el bien común, llenando de sentido cualquier acto de renuncia o
sacrificio personal por el bien de los demás, acto que siempre quedará orientado
a la vida eterna.
La
Moral de consenso, sin embargo, no puede hacer esta integración, salvo en
situaciones de abundancia donde todos reciben y disfrutan bienes. Pero en
situaciones que requieran esfuerzo y
sacrificio el consenso no aporta la fuerza interior necesaria para una renuncia
individual en beneficio de otros sólo porque lo establece una “mayoría” que hoy
dice una cosa y mañana puede decir otra, incluso contraria, declarando ilegal
lo que hoy es legal según los intereses de los grupos de poder. En la moral de
consenso nada es estable y esencialmente verdadero; todo es relativo y nada merece
una fidelidad comprometida, nada merece la pena arriesgar lo propio, porque todas
las ideas y valores, los ideales, sucumben ante
conveniencias circunstanciales y consensos transitorios
que hacen de esta moral un simple
modo de justificar cualquier medio para conseguir un objetivo deseado. El
sacrificio personal no reporta ganancia alguna y aunque se exija hoy, puede ser
considerado absurdo o ridículo mañana por un poder político cambiante. Responsabilidad,
compromiso, obligación, fidelidad, son valores que tienden a desaparecer bajo una
libertad individual que sólo busca satisfacer deseos e intereses.
Quitar
a Dios de su sitio y ponerse el hombre en su lugar significa despreciar su Ley
y cambiarla por otra humana, que convierte el pecado en derecho, una ley que
justifica por razón de conveniencia lo que la ley divina prohibe: la violencia,
el adulterio, el expolio, la mentira y la codicia, una ley que a menudo se
disfraza de puro eufemismo hipócrita, escondiendo objetivos miserables detrás
de proclamas grandilocuentes que deforman la realidad y anestesian la débil y
decadente conciencia moral.
El
resultado de la moral de consenso es un paulatino debilitamiento de la
conciencia individual, la disolución de los vínculos morales que cohesionan a
los individuos, al destruir el soporte moral de referencia objetiva, externa al
individuo, que le ayuda a identificar sus actos como buenos o malos. Nada hay
bueno o malo por sí mismo: Es el poder político quien decide lo que está bien y
lo que está mal en cada circunstancia y momento. Desaparecida la conciencia
como motor de nuestros actos, sólo quedan la conveniencia, el poder, el dinero
y el miedo como verdaderos motores de la conducta humana, y la fuerza del poder,
el único elemento aglutinador de los ciudadanos, incapaces de auto-limitarse
éticamente.
Todos
estos factores inducen un gran aislamiento entre los individuos, cada vez más
controlados por el poder y cada vez más incapaces de enfrentarse a él y de
demostrarle que son ellos la fuente de su autoridad, de percibir que es en su mutua
ayuda donde reside la fuerza de la cohesión social. Es la “civilización del egoísmo”,
que avanza disfrazada de derechos individuales hacia un estado de parasitismo
social esclavizante y sumamente dependiente del poder, truculentamente
denominado “estado del bienestar”, en el que cada vez más individuos del mundo
privilegiado eluden la propia responsabilidad sobre sus actos y sus vidas,
cargándola sobre los demás, difuminados en un estado cada vez más poderoso y
controlador, que se presume poseedor de recursos económicos y tecnológicos
inagotables.
Poco a
poco, bajo apariencia y formalidad “democráticas”, la sociedad sin ética
religiosa se desliza por el camino del totalitarismo hacia la pérdida de la
libertad, bajo un sometimiento demagógicamente “aceptado por la mayoría”, donde
toda crítica, discrepancia y oposición, irán siendo progresivamente erradicadas
por ser “contrarias” al bien general.
Sociedades
así han sido ya anticipadas en obras literarias como “1984”, de G. Orwell, “Un mundo feliz”, de A. Huxley, o en
películas como “Matrix”, de los
hermanos Wachowski, y, de hecho, cualquier librepensador que analiza las
consecuencias de una moral de consenso, exenta de principios y valores
inmutables, aún mediatizado por la
vanidad del embelesamiento científico, descubre entre sus efectos la decadencia
de la conciencia individual e intuye
sombrías perspectivas que se abaten sobre la sociedad occidental en un
futuro más o menos lejano.
“Es dramático que ignorar una y otra (protección de la humanidad y de
la biosfera), sólo agrava el presente y
oscurece el futuro.”
“La
actualización ética para la supervivencia debería articular la colaboración, la
ayuda mutua, el enriquecimiento cultural, el apoyo a cualquier sector marginado
y el rechazo a la violencia.”
Desde
la sola razón se llega a los valores de la ética cristiana, pero sólo la Fe
cristiana les da la fuerza necesaria para que constituyan el motor de la
conducta del hombre.