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viernes, 19 de octubre de 2012

UNA ÉTICA PARA LA SOCIEDAD TECNOLÓGICA: EL CRISTIANISMO. (VI)

Hola a todos. Retomo el hilo del ensayo moral que vengo desarrollando y os presento hoy un nuevo capítulo:


6.  El eufemismo como método para esconder la verdad.

 “Entonces Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: Si permancecéis en mi palabra, verdaderamente seréis mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.” Jn 8,31.
 

La Ley de Dios prohíbe rotundamente la mentira en su octavo mandamiento, y la moral cristiana enseña que la libertad es intrínsecamente dependiente de la verdad. ¿Cómo de libre es un hombre que debe elegir entre opciones que son falsas?

La moral de consenso, sin embargo, no puede convencer a un individuo de decir la verdad cuando ésta le perjudica. ¿Por qué he de decir la verdad si mintiendo obtengo un beneficio o evito un perjuicio? Esta pregunta no tiene una clara respuesta desde una ética sin Dios. De hecho, en la sociedad occidental se aprecia una creciente fascinación por la mentira, que tiene ya el rango de un derecho: Derecho a mentir.

La dinámica del poder implica su conquista y la expulsión del poder rival, buscando siempre una perpetuación hegemónica, la dominación y sometimiento de los individuos para conseguir sus fines. La violencia es su modo de resolución de conflictos.
 

“Sabéis que los jefes de las naciones las oprimen con su imperio, y los grandes abusan de su autoridad sobre ellas.” Mt 20,25.
 

Esta afirmación no hace excepciones sobre formas de gobierno sino que habla de esa dinámica del poder. Así, la opresión y el abuso se presentan como consustanciales al mismo, sin excluir al ejercido bajo una forma democrática.

En un sistema democrático, para crear la apariencia de aceptación mayoritaria de su ejercicio y asegurar su continuidad, el poder precisa de técnicas masivas de propaganda, demagogia y persuasión, controlando y manipulando las opciones que se presentan a los individuos. Sin ética religiosa, esto conduce a un “Todo Vale”  que incluye la mentira y el miedo,  que excita el instinto más gregario, hinchando la autocompalcencia y el victimismo de los ciudadanos, acciones todas con las que el poder induce en ellos mezquinos sentimientos que luego canaliza para  justificación de sí mismo y de sus actos.

La moral social, sostenida por la conciencia de los individuos, no puede destruirse de inmediato.  Actos del poder gravemente contrarios a la moral pueden producir una reacción en contra por parte de la ciudadanía y una crisis de consecuencias imprevistas. Así, cuando el poder pretende actuar de forma inmoral, o promover leyes con el objetivo de normalizar por la vía de los hechos los comportamientos inmorales y debilitar la moral social , debe buscar el modo de encubrir la verdad, bajo una apariencia completamente distinta y hasta contraria. Probablemente el eufemismo es el instrumento que mejor ha desarrollado el poder para que las cosas parezcan diferentes de lo que realmente son, para que su carga moral peyorativa no se aprecie tal y como es, para que su maldad se difumine hasta el punto de desaparecer o convertirse en bondad. Es el poder de la mentira, que nos traslada a una realidad inventada y nos roba libertad.

 
“(El diablo) fue homicida desde el principio y no permaneció en la verdad, porque en él no hay verdad. Cuando habla la mentira, habla de lo proio porque él es mentiroso y padre de la mentira.” Jn 8,44.
 

Desde sus inicios, el modelo de sociedad occidental está cargado de eufemismo y sus dirigentes a lo largo de los años han aprendido a enmascarar una cruda realidad detrás de grandilocuentes proclamas y declaraciones en muchos casos radicalmente contrarias a los actos que amparaban y trataban de justificar.

La mitificación de una cruel convulsión social como fue la revolución francesa es un ejemplo claro de ello. Nada parece quedar de la horrible violencia desatada, del sufrimiento de tantas víctimas inocentes, cuando la fascinación hace decir a muchos:

 
“El proceso liberador de la Revolución Francesa desemboca en movimientos independentistas transformando los continentes, incluída Europa, dibujando el mapa político mundial una vez y otral.”

 
Llamar ‹‹ proceso liberador›› a una guerra civil forma parte del eufemismo. Todas las guerras son ‹‹procesos liberadores››, imposible encontrar una que no haya sido calificada así por los vencedores, pero son guerras y producen víctimas.

La sociedad occidental tiene una herida difícil de cerrar: nació legitimando el uso de la violencia como medio para conseguir fines políticos.

Occidente tiene escasos argumentos frente al terrorismo, interno o externo, porque éste es heredero de esa concepción ideológica por la que se puede matar por una causa. Los terroristas de cualquier especie también pretenden sus propios ‹‹procesos liberadores››.

El eufemismo fascinador interesado continúa atribuyendo a la RF los movimientos de independencia coloniales, cuando la realidad fue justamente la contraria, siendo la rebelión contra el rey de Inglaterra de las colonias americanas y su independencia como Estados Unidos de América el 4 de julio de 1776 la que demuestra que el poder de los reyes no es inquebrantable y que puede existir un estado sin monarquía. Este contagio provocó en Francia una horrible guerra civil y poco a poco fue extendiéndose por muchas colonias europeas en los dos siglos siguientes, sembrados de conflictos bélicos de carácter independentista, a excepción de India, nación que demostró, alrededor de un líder moral, Ghandi, que existen ‹‹procesos liberadores›› sin crímenes y que aquéllos no justifican éstos. Obviamente, también hay estados europeos que no han sufrido revolución alguna, en los que sus ciudadanos gozan de iguales derechos democráticos que los del estado francés, lo que también evidencia que el acceso a ellos no pasa necesariamente por la violencia y el crimen. Sin embargo, el eufemismo fascinador revolucionario permanece en muchos. Quizá sea el propio carácter violento el que fascina, considerado como una especie de “venganza histórica” de forma más o menos consciente.

La dinámica perversa del poder utiliza la moral social como respaldo de acciones absolutamente contrarias a ella, muchas veces con gran descaro y el menor de los disimulos.

En su declaración de independencia, T. Jefferson se atreve a poner a Dios de su parte delante de sus conciudadanos, justificando sus ambiciones políticas y el inicio de una guerra fratricida:


Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los vínculos políticos que lo han ligado a otro y tomar entre las naciones de la tierra el puesto separado e igual a que las leyes de la naturaleza y el Dios de esa naturaleza le dan derecho...”

“Por lo tanto, los Representantes de los Estados Unidos de América, convocados en Congreso General, apelando al Juez Supremo del mundo por la rectitud de nuestras intenciones, en nombre y por la autoridad del buen pueblo de estas Colonias, solemne-mente hacemos público y declaramos: Que estas Colonias Unidas son, y deben serIo por derecho, Estados Libres e Independientes...”

 
¿Por qué T. Jefferson no aplicó ese primer párrafo a las naciones indias que habitaban originariamente esos territorios respecto de los colonos, es decir, de ellos mismos?

El propio autor del artículo que estamos comentando dice:

 
“El lema revolucionario, ‹‹ Liberté, Egalité, Fraternité››, de raíz cristiana, impulsará los cambios sociales...”

 
como si cediendo cierto protagonismo al Cristianismo, recibiera de él su respaldo ante el sector popular que profesa la fe cristiana.

La moral cristiana no admite dudas en relación con la violencia. Jesucristo completa el mandanto de su Padre: “No matarás” de un modo rotundo:
 

“Oísteis que fue dicho a los antiguos: ‹‹No matarás ››... Pero yo os digo que todo aquél que se encoleriza contra su hermano, será reo de condena...

Oísteis que se dijo: ‹‹Ojo por ojo y diente por diente ››. Mas yo os digo: no resistáis al mal; y si alguno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quisiere pleitear contigo y quitarte la túnica, déjale también el manto...
 
Oísteis que se dijo: ‹‹Amarás a tu prójimo ›› y odiarás a tu enemigo, mas yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen...” Mt 5,21-38 y 43.

 
Estos mandatos genuinamente cristianos podrán ser considerados muy difíciles de cumplir, o imposibles, pero es obvio que nunca se podrá nombrar a Dios para justificar un conflicto violento.

Estos son ejemplos de eufemismos que deforman la realidad y encierran una profunda contradicción, una incompatibilidad total e imposible, y, sin embargo, se expresan sin recato para buscar una aprobación popular o de un sector social.

 
“(El lema revolucionario, Liberté, Egalité, Fraternité)... impulsará los cambios sociales que desembocarán tras dos siglos de conquistas por los estratos sociales inferiores, en el modelo occidental.”

Los cambios sociales promovidos con la violencia no modifican sustancialmente la estructura del Poder, más bien la reproducen. El mismo autor reconoce más abajo,
 

“En cierto sentido ha reproducido el modelo imperial comportándose como la metrópoli del planeta que explota.”

 
Tras la cruenta rebelión, los sublevados se han constituido en las nuevas élites del mundo y la supuesta “Egalité” que promovían se cierra dentro de sus estados como anteriormente se cerraba entre los allegados a los nobles contra quienes se rebelaron. Simplemente, la familia de “privilegiados” es ahora más numerosa, pero su actitud respecto de los miserables del mundo es la misma que lo fue entonces: el olvido. Vista la realidad posterior, no se trató tanto de destruir una estructura social injusta y desigual como de derribar a los privilegiados para ocupar su lugar. Ningún estado heredero de la “Fraternité”  ha planteado cosas como una Sanidad planetaria costeada entre todos los países en función de sus recursos, ni comparte su presupuesto con los países del Tercer Mundo: un exiguo 0,7%  es una cuota inalcanzable. Mientras el mundo occidental vive la civilización del ocio en el estado del bienestar, muchos seres humanos viven la civilización del hambre en el estado de la miseria, tras más de dos siglos de haber sustituído la moral religiosa por la ética de consenso y con unos recursos tecnológicos al parecer enormes y suficientes para constituir un fundamento ético, junto con el reconocimiento de la igualdad humana. Pero el único reconocimiento de hecho es el de la igualdad entre las diferentes castas de la nueva élite del mundo occidental: franceses, españoles, alemanes, británicos, ... cuyas pequeñas desigualdades se nivelan continuamente con movimientos institucionales de dinero, (p. ej., fondos de cohesión). Mientras, la desigualdad con el resto del planeta sólo encuentra el apoyo decidido y de mínimos recursos  de algunas organizaciones civiles y religiosas, fundamentalmente cristianas.

Hoy el consumismo desaforado en el mundo occidental alcanza cotas insultantes y escandalosas. Un joven despilfarra en diversión del fin de semana más de lo que muchas familias en el mundo dispondrán para alimentarse durante un mes o más. Hablamos de un uso sostenible de la energía y gastamos litros y litros de combustible sólo en cambiar de bares de copas. Las desigualdades pre-revolucionarias eran de menor calado que las de hoy, pero los “privilegiados” de hoy no quieren comparar. Efectivamente, como bien dice el autor del artículo, los ciudadanos occidentales estamos demasiado ocupados “instaurando un nuevo orden basado en la óptica individual...”

Es preciso elevarse a un mundo virtual, inexistente, para que el hombre occidental pueda hablar de que su modelo de sociedad defiende una “ética común y no reservada a una élite...” ¿Pueden los pobres del mundo votar leyes de transferencia de dinero de países ricos a pobres para la construcción de hospitales y escuelas? Rotundamente no. En nuestra democracia sólo votan los ricos y sus hijos.

El eufemismo es ya una herramienta común que los gobernantes emplean para “vestir de bonito” actuaciones más que discutibles y enmascarar la verdad de sus objetivos, para engañar, en definitiva, a sus ciudadanos. Las calculadas imágenes de militares en misión de ocupación suministrando medicamentos a civiles son un ejmplo más, aunque la ingenuidad del autor parezca creer que el objetivo militar es la mejora de la sanidad del país invadido.

La referencia al aborto provocado como “interrupción voluntaria del embarazo” es otro ejemplo patente de un eufemismo que pretende rebajar la gravedad moral de lo que se va a hacer.

Pero este ansia por ocultar la verdad no solo abarca cuestiones graves, sino que se ha convertido ya en un modo de ejercer el poder a todos los niveles: engañar al ciudadano para mantener su apoyo o evitar su desaprobación y los perjuicios que el gobernante pudiera recibir. Así, se dice que el “índice de crecimiento del desempleo se ha reducido...”, para no decir que el paro ha seguido creciendo; “se van a reequlibrar ingresos y gastos”, en lugar de referirse a una subida de impuestos...

También el individuo ha descubierto la utilidad del eufemismo para adormecer su conciencia, edulcorando la realidad para eludir la responsabilidad de una reacción coherente y comprometida, sea hacia sí mismo o hacia los demás. Así, los ciudadanos ya no se emborrachan, término que expresa la crudeza de un exceso peligroso y adictivo, sino que “sufren intoxicación etílica”, como si se tratara de una afección involuntaria; tampoco son “gordos ni obesos”, palabras que muestran poco control y un abuso perjudicial de la comida, sino personas “afectadas de sobrepeso”, es decir, tampoco tienen responsabilidad alguna en lo que les ocurre...

¿Cómo se puede ser libre en el enjambre de la mentira?

Y sin embargo,

 
‹‹ ¿Por qué he de decir la verdad si mintiendo obtengo un beneficio o evito un perjuicio? Esta pregunta no tiene una clara respuesta desde una ética sin Dios. De hecho, en la sociedad occidental se aprecia una creciente fascinación por la mentira, que tiene ya el rango de un derecho: Derecho a mentir.››

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Hasta el próximo artículo, si Dios quiere.
 
Winston Smith

Imagen tomada de: http://amen-amen.net/hector-leites/etica-y-moral/etica-y-moral-en-la-iglesia-evangelica/