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domingo, 20 de noviembre de 2011

Nos engañaron y hemos perdido el futuro.

Queridos lectores, anónimos en su gran e inmensa mayoría, que poco a poco aumentan el contador de visitas a este “blog”, al que me asomo con un nuevo artículo para invitar a la meditación reposada y serena, tratando de ayudar a llegar al interior de nosotros mismos a través de lo que vemos “afuera”, en los demás, intentando ayudar a redescubrir lo que verdaderamente importa.

No dejo de preguntarme por la razón de tanto divorcio, de tanta provisionalidad en las relaciones entre hombres y mujeres, de tanta facilidad para renunciar al amor para toda la vida, de tanto daño mutuamente infligido.

Y tratando de indagar las causas, pienso que la sociedad española ha vivido en los últimos 36 años una combinación “explosiva”: el cambio de una forma de gobierno dictatorial a otra democrática, junto a la entrada en un ciclo económico que ha producido una gran riqueza, aunque en algunos casos ésta haya sido más aparente que real, más prestada que propia, como se está revelando últimamente.

Ambos factores unidos han promovido el abandono de virtudes de gran valor cohesionador y protector de las personas, como son el sentido del compromiso, la fidelidad, el esfuerzo, el sacrificio, el deber y la obligación, devorados por dos objetivos supremos en la sociedad de hoy: una libertad que no quiere límites para hacer lo que “le dé la gana”, y el placer y bienestar propios.

Y aquí estamos, después de este camino recorrido, con leyes con las que nos damos el derecho a rompernos el corazón unos a otros, a pelearnos sin reconciliación, a abandonarnos, a usar y tirar una relación, a separar sexo de matrimonio, a abortar nuestros hijos...  Frustración, desamor, miedo, desengaño, desesperanza... son los sentimientos que envuelven hoy muchas uniones de hombres y mujeres. Hemos ganado libertad para destruir, pero no para construir. Pretendiendo ganar el “aquí y ahora” hemos perdido el “mañana” y detrás de muchos “instantes de gozo” dejamos una tristeza duradera. Porque no somos más felices, ni mucho menos; sólo somos, o hemos sido, más ricos.

Y, sin embargo, aqui seguimos, quien más, quien menos, prácticamente solos ante las limitaciones rotundas que nos llegan, a unos antes que a otros, pero a todos, antes o después: la enfermedad y los cuidados de nuestros mayores, de nosotros mismos, de nuestros hijos... y la muerte, que se nos anticipa de muchos modos que no queremos ver. Y entonces descubrimos que estamos solos y solos debemos afrontarlas, que embelesados por la libertad destructora hemos desperdiciado tiempo y dinero sin haber sido capaces de ayudarnos a construir la mayor felicidad posible, el modo y los medios de evitarnos el mayor dolor o sufrimiento...

Hoy entresaco unas frases de una entrevista a la actriz María Pujalte, publicada en la revista “El Magazine”, enormemente reveladoras de lo que he afirmado y que creo reflejan el sentir de una gran cantidad de españoles hoy día:

“Si es que hay cosas que no cambian, pero por lo menos desde que estamos en democracia, si no aguantas a tu marido te divorcias y en paz.”

Y, más abajo,

“Ya sé que... igual hay relaciones que se podrían haber reparado si las hubiéramos encarado con más paciencia, pero no sirve querer imponerse a los tiempos. Y ahora se vive así.”

De modo que salimos de una dictadura y desembocamos en una tiranía: la de los tiempos y la del “ahora se vive así”, impuesta desde los postulados de un ateísmo radical que ha promovido una libertad arbitraria y destructiva.



La devaluación de la institución matrimonial, víctima inmediata de ese ansia de libertad sin compromiso, de placer sin responsabilidades, de hacer lo que quiera sin estar limitado por sentido de fidelidad alguno, va a producir una consecuencia fundamental, pero cuya importancia y trascendencia no se dará de inmediato, sino de forma diferida.

Y es que la primera consecuencia de esa provisionalidad en la relación hombre y mujer, de esa ausencia de proyecto vital duradero, es la drástica reducción de la natalidad. Es obvio que un hijo no es algo que se “resuelva” en unos meses, sino que condiciona muchos años y requiere un ámbito de responsabilidad compartida padre-madre de gran estabilidad. Un hijo es para toda la vida y no se tiene con cualquiera.

La asociación,

democracia=divorcio=sexo sin matrimonio=libertad sin compromiso de fidelidad

ha conducido a un progresivo descenso en el número de hijos por mujer, (Indicador Coyuntural de Fecundidad), que desde el cambio democrático ha caído de 2,8 en 1975 y 76, hasta 1,4 en 2009, habiendo bajado hasta 1,15 en 1998, antes de la entrada masiva de población inmigrante, mucho más prolífica que la nacional, (Fuente INE2010).




La tasa de renovación generacional es de 2,1, lo que significa que llevamos muchos años perdiendo población en los tramos inferiores de nuestra pirámide poblacional.



(Compárese con la correspondiente pirámide en 1960),




(Fuente: Censos de Población y Viviendas, 2001. INE)


Veinte-venticinco años antes de 2001, se inició un arriesgado declive en la natalidad española, de la mano de una democracia que confundió libertad política con un modernismo engañoso que, en aras del disfrute de una libertad arbitraria, no sólo ha producido mucho dolor y desamor entre un gran número de hombres y mujeres, un daño grande a los hijos de muchos hogares rotos por la infidelidad y cientos de miles de hijos abortados, sino que con estos nuevos modelos de vida los españoles han puesto en riesgo la estabilidad de su supervivencia, su vejez tranquila y protegida, porque no han querido los vínculos necesarios para tener hijos, y no los han tenido, olvidando que en toda sociedad, por atrasada o adelantada que sea, los padres mantienen a sus hijos cuando nacen y los hijos a sus padres, cuando envejecen. En una tribu, directamente trabajando la tierra que los viejos ya no pueden, en un estado moderno, cotizando para que la S. Social pueda pagar sus pensiones y sus medicinas cuando estén jubilados.

Les engañaron haciéndoles creer que son las leyes las que les daban derechos cuando eso no es cierto, son nuestros hijos y los de los otros, que vienen detrás, quienes nos dan esos derechos, como nosotros lo hacemos con nuestros padres ahora. Sin ciudadanos, sin cotizantes, no hay estado, ni pensiones, ni hospitales, ni medicinas, ... y las leyes escritas son sólo papel mojado.

Deténganse los lectores un momento sobre la pirámide poblacional y hagan un simple ejercicio de extrapolación, de proyección a futuro. Traten de evaluar la situación dentro de 15 años y en los años siguientes, cuando entren en edad de jubilación quienes en 2001 tenían 40 años, y a partir de ahí, en años sucesivos, los diferentes segmentos poblacionales.

Supongan una esperanza de vida de 85 años y tengan en cuenta que cada trabajador, (ustedes y yo), cotizamos aproximadamente con un 33% (entre empresa y nosotros) de nuestros ingresos a la S. Social, para cubrir pensiones, sanidad y desempleo.

Por tanto, cada pensionista con paga completa, (100%), necesita 3 cotizantes del 33%, más los necesarios para financiar sanidad y desempleo. Entre 4 y 5 contizantes, mínimo, por cada pensionsita... Y tengan en cuenta que sólo deberá contar como cotizantes la población que en cada caso se ubique por encima de 20 años, edad que puede suponerse de inicio de la vida laboral.

Hagan un intento por comparar, “grosso modo”, el número de pensionistas a partir de 2026 y años siguientes, con el de cotizantes, aún asumiento que el paro sea cero...

Para erizarse los pelos, ¿verdad?

Y esto no tiene nada que ver con la crisis financiera actual, o mejor dicho, es reflejo de la crisis más profunda: una crisis de valores, la huída de lo cristiano, una crisis en la que nos hemos metido nosotros solos, y de la que no nos van a sacar políticos arrogantes y embaucadores, que sólo buscan lo suyo.

Recomiendo vivamente la lectura de la parábola del hijo pródigo, una y otra vez, (Lc 15,11-32).

Por eso hay que pensar, hay que creer...

Hasta el próximo artículo, si Dios quiere.

Winston Smith