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martes, 4 de octubre de 2011

Crisis económica: El lado visible de un fracaso social.



Estoy releyendo un email circulante que me ha pasado una amiga: un médico se lamenta por haber sido despedido, junto a otros, de un hospital por falta de dinero, hecho con el que nos anticipa una pérdida generalizada en la calidad de la asistencia sanitaria que recibimos.

A continuación ofrece, según él, las causas de esta situación: políticos y bancos, y llama a una movilización exigente y reivindicativa de los ciudadanos-pacientes en defensa de su salud, que en este caso coincide con defender el puesto de trabajo del médico despedido.

He tomado este ejemplo como uno de tantos entre esos casi 5 millones de “desempleados estadísticos” que hay en España ahora, pues aunque bares, terrazas y botellonas siguen llenos, (al menos donde yo vivo), aunque los peatones no se cansan de hablar por el móvil mientras cruzan las calles, aunque siguen las caravanas de coches en las entradas de las ciudades a la vuelta de los fines de semana, y aun considerando la elevada especialización de gran parte de la población española, realmente experta en aparecer fraudulentamente en toda lista oficial susceptible de recibir ayudas en forma de dinero, habrá que pensar que los “parados reales” serán en todo momento proporcionales a los “estadísticos”, y si éstos son ni más ni menos que casi 5 millones, el número de aquéllos también será muy alto.

Hace unos días me llamó la atención la entrevista que reproduzco a continuación:




Su lectura me recordó algo que pienso: Que la tan traída y llevada crisis no ha sido sino la consecuencia directa del modo de vivir de una gran parte de la población y que, por lo tanto, era algo inevitable en el tiempo, lo que es otro modo de decir que es una crisis merecida. Vamos, que tenemos lo que nos merecemos, lo que nos hemos buscado nosotros mismos, (hablo en término de mayorías).

Y no deja de ser irónico cómo muchos beneficiados, más o menos inconscientemente, de una riqueza aparente y prestada coloquen ahora como chivo expiatorio a quien aplaudían no hace mucho por haber legitimado este modo de vida decadente y ruinoso.

 “Los que guían al pueblo lo extravían,
y los guiados perecen.
Por eso el Señor no se apiada de los jóvenes,
no se compadece de huérfanos y viudas;
porque todos son impíos y malvados,
y toda boca profiere infamias.” Is. 9,15.

Hoy, el espejismo de un crecimiento piramidal basado principalmente en la especulación y la codicia se ha desmoronado con estrépito, demostrando que hemos estado viviendo de las rentas acumuladas de generaciones anteriores y de préstamos que ahora debemos devolver con sus intereses.

Con independencia de sistemas políticos y formas de gobierno, las generaciones de los años 40, 50, 60 y 70, cohesionadas por una moral fuerte que promovía el trabajo, el esfuerzo, el respeto, el compromiso, la fidelidad, la responsabilidad y el sentido del deber y la obligación, fueron creando las bases de una sociedad próspera, algunas de las cuales, o muchas de ellas, han llegado hasta nuestros días.

Desde el advenimiento democrático, una cantera de políticos arrogantes y botarates, presurosos por ser protagonistas de la historia, cuya incapacidad no les habría permitido nunca salir del olvido, del ostracismo y el anonimato, se dedicaron a romper el tejido moral de una sociedad para reconstruirla a su modo, promulgando leyes e imponiendo nuevos modelos de relación entre las personas sin evaluar de ningún modo las consecuencias futuras.

Su objetivo fue eliminar lo bueno y lo malo, sustituyéndolos por lo legal, de acuerdo con su ley. El camino: “Haz lo que te apetezca y disfruta sin otros miramientos, porque todo es igual y nada merece la pena de un sacrificio”. Un experimento sociológico consentido por gran parte de los ciudadanos autocomplacientes y deseosos de que nadie los repruebe ni pretenda corregirlos cuando se comportan de forma inmoral. A esto se le llamó libertad.

“Por eso, así dice el Santo de Israel:
Puesto que rechazáis esta palabra,
y confiáis en la opresión y la perversidad, y os apoyáis en ellas;
por eso esa culpa será para vosotros
como una grieta que baja en una alta muralla, y la abomba,
hasta que, de repente, de un golpe, se desmorona;
como se rompe una vasija de loza, hecha añicos sin piedad.” Is. 30,12.

Así, a lo largo de los años han socavado principios como el respeto a la vida, instituciones tan necesarias como la familia y el matrimonio, cuya versión civil está ya prácticamente muerta, las relaciones paterno-filiales, la autoridad de los enseñantes y las relaciones profesor-alumno, los objetivos educativos, las relaciones entre chicos y chicas, entre hombres y mujeres, imponiendo una obsesión pansexualista en la que el placer es el fin último, cuyo logro convierte a las personas en objetos de usar y tirar.

Han inoculado un virus socialmente destructivo: Todo aquello que se opone al deseo puede y debe ser eliminado, destruído. Y, obviamente, muchos de los límites a nuestro comportamiento son los demás, a quienes las leyes y tribunales ya permiten hacer daño en beneficio propio, (ver SIDA y leyes perversas).  Las obligaciones, el sentido del deber y de la responsabilidad de los propios actos se fueron por el desagüe, y con ello, otras virtudes de nuestros padres y abuelos.

La moral que cohesionaba la sociedad ha sido reemplazada a golpe de ley, por estos dos valores supremos: la libertad individual y el bienestar propio. Y esto ha producido, y seguirá produciendo, y aumentando, un deterioro de la convivencia con secuelas de dolor y sufrimiento personal derivados de la traición, la infidelidad, la falta de palabra,... y probablemente desembocará en una progresiva conflictividad y violencia.

Pero el individualismo libertario resulta muy caro y necesita encontrar el modo de que los demás “paguen los platos rotos” de conductas y comportamientos dañinos al bien común, consecuencia del ejercicio de esa máxima libertad individual, que desemboca en el placer y el disfrute como motor fundamental de nuestros actos.

De modo que el heredado sistema de protección social, construído poco a poco por las generaciones anteriores está siendo transformado por estos políticos incapaces de ver más allá de sus propias narices, en un altisonante “estado del bienestar”, proveedor de un “todo gratis” para financiar derechos individuales sin imponer obligaciones, que exime al individuo de la responsabilidad de resolver sus propios problemas, cargándosela a los demás, que establece de facto el principio de igualdad de logros conseguidos, que no de oportunidades para conseguirlos, una igualdad por la que el perezoso y el vago tienen el mismo derecho a poseer los mismos bienes que el trabajador y esforzado, en la que no importa el camino de renuncia y esfuerzo recorrido para obtener un bien, sino que si él lo tiene yo también tengo derecho y el estado debe dármelo “en justicia”. Se ha promovido un escandaloso parasitismo social disfrazado de solidaridad y protección y nos han hecho creer que sus recursos son inagotables, que se trata de una caja sin fondo que puede soportar indefinidamente  actitudes profundamente insolidarias, elevadas a la categoría de derechos por unos gobiernos ignorantes y caciques, promotores de todo tipo de clientelismo, amiguismo y enchufismo. En definitiva, gobiernos que han promovido, ensalzado y aplaudido la actitud de “la cigarra”, despreciando la de “la hormiga”, cuyo destino será proveer de sustento a “las cigarras” cuando llegue el invierno, por una ley hecha “de cigarras”, que hablará de “justicia” y no de “caridad”.

Pero la gran mentira se acaba y la verdad se abre camino mostrando un panorama sombrío: Hemos estado instalados en el despilfarro, viviendo de las rentas heredadas de generaciones anteriores y de ingentes cantidades de dinero prestado que ahora nos exigen devolver con sus intereses.

Porque lo cierto es que la protección social cuesta dinero, y mucho, y un estado no es nada sin ciudadanos suficientes que contribuyan al bien común, por muchas leyes que se promulguen: Quedarán sin contenido. ¿Podemos hacer una ley obligando a los australianos, canadienses, finlandeses,... a pagar nuestros derechos sociales?

No. No nos queda otro remedio que establecer prioridades, saber lo que merece la pena garantizar para todos y recomponer esta máquina de gastar, este pozo sin fondo, eufemísticamente llamado “estado del bienestar”, desde la regeneración moral que necesitamos. El médico del email, enfadado por su despido, olvidó citar que mientras a él y a otros compañeros cirujanos y de otras especialidades los despiden, se transfieren millones de euros a las clínicas que practican abortos. Falta dinero para la salud de las personas, pero no para matar fetos. Éste es un ejemplo, de los muchos que podrían citarse, de lo que hoy es ese “estado del bienestar” y de los comportamientos que promueve entre los ciudadanos.

Hace unos días pasaba junto a un coche aparcado, y una mujer arrojó a la calle, por la ventanilla, un trozo de chocolatina con su envoltorio. Cayó delante de mí, me agaché, lo recogí, la miré y ella a mí, observé que llevaba niños detrás e hice ademán de devolvérselo diciéndole: -“Señora, se le ha caído esto”. Ella respondió, -“No se me ha caído, lo he tirado yo”. –“Señora, eso no está bien y lo están viendo sus hijos”. “Para eso están los barrenderos”, me dijo. Éste fue el final de es conversación.

En el instituto de mi esposa se regalan todos los libros a todos los alumnos. El otro día llamó a casa de uno de ellos para pedirle que devolviera los del curso anterior y poder entregárselos a otro alumno. Los había perdido: Lo que gratis recibió, gratis perdió. Su madre mandó literalmente “a la mierda” a mi esposa en esa conversación. Recibirá, por ley, los libros del nuevo curso, de forma gratuita: el “estado del bienestar”, (tú, lector, y yo), se lo pagará.

Mis compañeros de trabajo parecen tener prisa en que nuestra empresa se hunda: Disfrutan de ERTEs que costea el “estado del bienestar”, que son como vacaciones pagadas, y andan ya haciendo cuentas con las prejubilaciones con las que pasarán al “retiro dorado”, financiado por ese mismo estado, por el resto de sus vidas, sin tener que afrontar sacrificios y rebajas salariales para intentar salvar sus puestos de trabajo. Y los empresarios, lo mismo: ¿Para qué enfrentarse a los trabajadores con duros planes de ajuste, que siempre supondrán pedir trabajar más y ganar menos, si es más fácil cerrar, vender y marcharse, y en esto están de acuerdo tanto los trabajadores como el gobierno?

Termino esta reflexión como la empecé: Tenemos lo que nos merecemos. No individualmente, por supuesto, pues hay muchos españoles muy opuestos a la evolución social de los últimos años, pero son más los que la han aplaudido, sumergiéndose en una corriente de decadencia moral sin haber medido sus consecuencias a medio y largo plazo, y con ello han arrastrado a los demás, llevándolos inevitablemente a las puertas de una pobreza en la que pagarán justos por pecadores.

No obstante, quienes hayan perseverado en sus convicciones morales, a contracorriente,

“con el cinturón de la verdad abrochado, con la honradez por coraza, la salvación por casco y por espada la Palabra de Dios” Ef. 6,14-17

seguro que tendrán una situación personal y familiar que les ayudará a sobrellevar mejor los tiempos difíciles que se avecinan, y no porque disfruten de privilegios o no vayan a sufrir paro y otras desgracias que nos llegarán a todos, sino porque en el matrimonio y la famila cristiana y por extensión, en las comunidades cristianas, es donde la ayuda mutua tiene mayor eficacia. No hay más que pensar en las dificultades para salir adelante de familias rotas porque alguno o ambos cónyuges han ejercido su derecho al divorcio para disfrutar de nuevas experiencias en otras camas. En situación de penuria económica, esto es insostenible. La revista El Magazine de 2 de Octubre ofrece un reportaje sobre deshaucios de viviendas, titulado “Los rostros de la burbuja”. De los cinco casos que presenta, uno es el de una avaricia desmedida que no supo parar a tiempo y de los cuatro restantes, tres corresponden a divorciados que no pueden hacer frente a los gastos hipotecarios ellos solos. El último caso es el de un matrimonio que sobrevive con muchas dificultades, pero que ha conseguido una renegociación de su hipoteca con la que esperan salir adelante. El artículo, probablemente sin quererlo, demuestra claramente que la crisis moral es anterior y originaria en gran medida, de la económica. Ésta no es sino el lado visible de un fracaso social.

Hasta el próximo artículo, si Dios quiere,

Winston Smith.



2 comentarios:

  1. Hola Winston:

    Totalmente de acuerdo con tu artículo, que me parece buenísimo, un análisis muy acertado. Y los ejemplos que has puesto, de esas dos "señoras", ya lo dicen todo. Si falta lo más elemental...¿qué se puede esperar?. ¡En fin...un desastre, un auténtico desastre!.

    A ver si ahora aparece el comentario, pues hace un par de días se borraba.

    Un cordial saludo.

    Ana_MS

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  2. Gracias por tu amable comentario, Ana, y por la paciencia para escribirlo en un blog con tantas dificultades para admitirlos... Alguna vez desaparecerán los problemas, espero.

    Saludos,

    Winston Smith

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