V
EPSILONIA: LA NEGACIÓN DEL ALMA
El hombre se ha engreído en su Razón admirándose
en su propia ciencia. Pero su mente sólo dispone de estructuras innatas para
procesar las impresiones que obtiene de los fenómenos físicos, construyendo un
conocimiento basado en la abstracción de la realidad material y sensible, por
representaciones mentales como conceptos, ideas y leyes que le permiten predecir
la evolución de tales fenómenos y beneficiarse de ello.
Deslumbrado por el éxito, el hombre de la calle, dispone
y emplea innumerables recursos técnicos, frutos de un conocimiento científico
cuya validez y limitaciones no conoce ni entiende, pero que asume como única
verdad absoluta, única realidad que existe, despreciando como inexistente toda
dimensión de la misma para cuyo conocimiento la Razón no esté capacitada: La
dimensión espiritual o inmaterial humana. Simplemente no existe porque no puede
ser conocida por la ciencia.
Sin embargo, es obvio que nuestros sentimientos
nos hablan continuamente de cualidades humanas ajenas al mundo sensible, no
medibles y que la Razón sólo puede aceptar, asumir, pero no demostrar ni
comprender. A lo largo de toda la historia del pensamiento, y en todas las
civilizaciones, el hombre ha presentido, y conoce mediante este presentimiento,
cosas inmateriales como la conciencia de sí mismo, su libertad, el bien, la
justicia, la belleza, la verdad, el amor, la eternidad... que le infunden
sentimientos como la fe , la esperanza, el sentido de su existencia, la
trascendencia... En el siglo V a.C., Platón nos hablaba del mundo de las ideas
y la realidad intangible e incorruptible, de la que el mundo sensible es sólo
apariencia corruptible; en el siglo IV d.C., San Agustín, de la experiencia interior o autoconciencia, donde el hombre
puede tener acceso a las más elevadas verdades; en el XVII, Descartes, con su “Pienso, luego existo” como primera
certeza; en el XVIII, Kant con sus indemostrables postulados de “la razón práctica”: Dios, inmortalidad
del alma y libertad humana...
Este conocimiento y estos sentimientos configuran
y materializan la libertad de acción del hombre por medio de la ley moral, con
la que opera la conciencia humana, “su
razón práctica” para establecer el propio deber, y son una confirmación y
un apoyo a la verdad revelada por Dios.
Pero la negación de la dimensión espiritual e
inmaterial de la realidad que el hombre moderno hace y su reducción a mero materialismo
absoluto tienen importantes consecuencias:
1. “La
muerte de Dios”, expresión que significa mucho más que ateísmo, y que
expresa la eliminación de las verdades absolutas externas al hombre y las ideas
inmutables, la muerte de los ideales. Y ahora todo eso está muerto: los ideales
ya no impulsan las vidas de las personas, el mundo suprasensible ha perdido
toda la fuerza, dice Nietzsche en las postrimerías del siglo XIX. Y continúa
afirmando que con la muerte de Dios, nuestra civilización se desmorona, pues
sus valores se fundamentan en la creencia de que el sentido del mundo está
fuera del mundo. Ahora vivimos el fin de nuestra civilización, los valores
supremos ya no tienen validez, el sentido del mundo ya no se busca fuera del
mundo. (Historia de la Filosofía-Ed.
Guadiel)
2. La ley moral desaparece, la conciencia
convertida en una estructura inoperante. El hombre moderno ya no busca el bien,
atributo que apenas sabe ya reconocer y distinguir del mal. El deber no existe.
El objeto de nuestra existencia es un vitalismo entendido como la búsqueda
continua de la máxima intensidad en la emoción, en la experiencia de la
adrenalina, de los procesos endocrinos de excitación y relajación placenteras,
de la experiencia del vigor y del poder, de la superación física, un juego
contra el riesgo en el que se arriesga la vida, la búsqueda del máximo disfrute
de los sentidos, la comodidad y el placer. Todo vale o puede valer. Lo débil,
viejo, enfermo, decrépito, feo o incapaz deviene insoportable, incluso inaceptable.
Y cuando esa potencia vital decae lo mejor es desaparecer. El destino final es
la muerte y la fusión con la materia de la que procedemos. No hay nada más, ni
me interesa buscarlo.
3. La libertad se entiende como la voluntad de
poder romper los límites a nuestros deseos sin condicionantes debidos a
vínculos personales, ni a principios morales, y, en el parxismo de su
fascinación, ni los debidos a su propia naturaleza. Un vestíbulo en el que hay
que derribar muros para construir más y más puertas de salida, y en el que la
posibilidad de la pura elección sin condicionantes es más importante que la
elección misma, que parece implicar ya una pérdida del estado de libertad. Un
sentido alocado de libertad que considera menos libre a quien sigue sus
principios éticos venciendo sus inclinaciones que a quien sigue sus
inclinaciones venciendo sus principios.
Para que disfute de la máxima libertad, hay que
reconstruir al hombre desligándole de todo tipo de vínculos y límites
naturales. Este proceso constructivo y deconstructivo a la vez, confía y
necesita de la ciencia y sus recursos técnicos. Mediante él, aspectos
fundamentales de la identidad del ser humano están comenzando a ser
modificados, alterados, como en el campo de las aplicaciones genéticas y de la
procreación, a partir de un modelo de pensamiento único materialista que no
quiere saber de verdad sino de números y mayorías, un modelo en el que el
hombre no será más que un simio más evolucionado, el modelo dominante en la
sociedad occidental de hoy.
4. La continuación en el tiempo del proceso
materialista que niega la realidad espiritual y establece como único absoluto la
realidad material, el cuerpo y su sensualidad, termina en el desprecio de la
propia Razón teórica, de las ideas, del esfuerzo intelectual, porque nada de
esto proporciona placer sensible, y conduce, lenta pero progresivamente, a un
embrutecimiento que confunde los desahogos viscerales de todo tipo con
expresiones de libertad y espontaneidad. Fruto de este proceso y como muestra
del mismo, en el ámbito de la formación intelectual de los niños y jóvenes, se
desecha el valor del deber del estudio y del esfuerzo en el trabajo de
desarrollo de las ideas, sustituyéndolos por la persuasión y la seducción del
juego, promoviendo un mayor reduccionismo intelectual por incapacidad de
autodisciplina para la concentración y una mayor excitabilidad y disipación
sensorial descontroladas.
El nuevo hombre y la nueva mujer serán
reconstruídos, reprogramados mental, hormonal, orgánica y genéticamente, desde
un Poder que no reconoce límite alguno y que se hace dueño de toda tecnología.
Los individuos, el hombre de la calle, la base numérica del Poder, encerrados y
dispersos en el culto al cuerpo y lo sensual, al disfrute y la comodidad,
hostiles al esfuerzo intelectual, sin conciencia moral para distinguir el bien
y el mal, rotos sus vínculos de arraigo personal, la familia, la paternidad y
la maternidad, desestructurada su naturaleza sexuada, perderán su identidad,
sus referencias personales, y sin ellas, su libertad, como un libro en blanco,
será incapaz de expresarse en manifestaciones y opciones específicamente
humanas, quedando reducidas al seguimiento del deseo más primario y al miedo,
en una situación de dependencia absoluta del Poder. Serán ínfimos androides
impotentes para enfrentarse a un Poder que decide sobre la verdad y la vida a
su conveniencia, esclavos de un sistema que poco a poco reduce su libertad a la
elección de la marca de cereales para el desayuno o del coche que se quiere
comprar, pequeños epsilones siervos
de un Estado al que consideran dueño de recursos técnicos y económicos ilimitados
para proporcionarles bienestar durante toda su vida.
Sin referentes morales objetivos, sin conciencia,
el hombre no es nada, un simio compañero de simios, un pequeño siervo de la
gran Matrix que lo explota con el engaño de una realidad virtual, un vasallo
esclavizado y sometido al Gran Hermano en un Mundo Feliz.
La Razón, engreída y arrogante, se ha separado de
la Fe, embelesada consigo misma, negando la realidad espiritual humana y su
trascendencia, destruyendo la ley moral y dejando vacía la conciencia que ya no
sabe distinguir entre el Bien y el Mal. El hombre, sin saberlo, se ha hecho
víctima de su propia Razón, esclavo de un determinismo tecnológico y materialista
que lo embrutece, que lo reduce a su animalidad, convirtiéndolo en un pequeño
tornillo de un gran engranaje. La Razón, el gran instrumento humano para
sobrevivir y dominar el mundo, también es su mayor peligro de aniquilación
personal, de alienación indigna.
“La emancipada e insubordinada creatividad técnica
del hombre le ha abocado a lo peor: a un refinamiento del mal. El poder humano
se torna en destructor ante una ciencia sin moral e irresponsable, ante una
mentalidad técnica que ha expulsado a la moral a la esfera subjetiva y de la
que está completamente desconectada: todos
los productos de la atrocidad, de cuyo continuo incremento somos hoy
espectadores atónitos y en última instancia desamparados, se basan en este
único y común fundamento.” (E. García Sánchez-Foro Univ. Escorial: Del ethos a la techné: el declive de la
dignidad humana según Ratzinger y
RATZINGER, J., El cristiano en la crisis
de Europa).
El hombre que negó la realidad espiritual, su
propia realidad trascendente, quedará reducido a un epsilón, tras la
consumación del Nuevo Orden Científico-Materialista: EPSILONIA.
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Y doy aquí fin a este pequeño ensayo moral.
Hasta pronto, si Dios quiere,
Winston Smith