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miércoles, 13 de julio de 2011

No hay conflicto entre Razón y Fe, sino entre Moral y ley.

Quiero exponer hoy mis reflexiones tras la lectura de "Samizdat", la publicación que incluí en el artículo anterior.

En una sociedad que se aleja de Dios el cristiano deberá afrontar, antes o después, un conflicto entre lo moral y lo legal. Ambas concepciones del mundo y del hombre, de su origen y su destino, la atea y la religiosa, son esencialmente antagónicas y su divergencia en una sociedad descreída como la nuestra, aumenta con el tiempo y el efecto pedagógico de leyes que van disolviendo una moral pública de raíces históricamente cristianas, que hoy ha perdido su fundamento en la Fe para una gran mayoría de ciudadanos.

Leyes que, por otro lado, promueven una sociedad amoral que aliena a sus individuos, pretendiendo sustituir como motor orientador de sus actos y decisiones libres, su conciencia por la fuerza sancionadora y coactiva de una ley de mayorías cambiantes. Reemplazando lo moral por lo legal, el hombre deja de gobernarse a sí mismo y es gobernado desde fuera, con criterios dependientes de los intereses y conveniencias de mayorías circunstanciales.

El ateísmo práctico dominante de una gran mayoría de la sociedad ha permitido, en lógica democrática, la llegada al Poder del ateísmo militante, que pretende reconstruir con sus leyes la sociedad misma y las relaciones interpersonales, imponiendo sus planteamientos ideológicos, excluyendo y despreciando los que sean opuestos o diferentes. Hace poco recordaba la rapidez de este proceso de divergencia entre lo moral y lo legal, o dicho de otro modo, el veloz alejamiento entre la presente sociedad sin Dios y el modelo cristiano, cuando revisaba mis suscripciones a organizaciones solidarias.Veía cómo, tiempo atrás, resultaba fácil compartir criterios sobre el modo de prestar y organizar la ayuda humanitaria con organizaciones aconfesionales, no vinculadas a la Iglesia. Ahora he tenido que darme de baja de la mayoría de ellas, porque ya incluyen en su concepto de ayuda el adoctrinamiento ateo en la promoción de cuestiones tan graves y radicalmente enfrentadas con la moral cristiana como el aborto, el adulterio, la promiscuidad o el homosexualismo.

Hace unos meses leí la noticia de que ha tenido que cerrar sus puertas una organización británica, “Catholic Care”, dedicada a la adopción de niños huérfanos. El motivo ha sido su negativa a darlos en adopción a parejas homosexuales. De nada sirve que otras asociaciones afines a la doctrina gobernante sí lo hagan, garantizándoles por tanto esos supuestos derechos que las leyes les atribuyen, ni que el número de casos afectados sea absolutamente irrelevante en relación con las adopciones realizadas a través de “Catholic Care”, ni la experiencia y el servicio prestado durante muchos años, ni que la adopción por homosexuales sea un asunto controvertido y polémico sobre el que muchos ciudadanos mantienen serias dudas acerca de los efectos sobre los niños adoptados y la legitimidad de que éstos sean empleados como “conejillos de Indias” en el laboratorio de la experimentación sociológica: Si por su ideario cristiano no aceptaba la imposición doctrinaria sobre el homosexualismo sólo le quedaba desaparecer. Y así ha sido.

Hay muchos ejemplos ya que muestran un ateísmo militante en el Poder que no tiene ningún respeto por la libertad de las personas, centrando todo su interés en una transformación individual y colectiva de acuerdo con sus planteamientos doctrinarios e ideológicos, excluyendo legal y socialmente toda oposición, limitando la libertad del pensamiento discrepante a los contornos de la intimidad personal, negándole su legítima capacidad de expresión y realización. Una sociedad no es libre porque los partidarios pueden aplaudir las ideas de su gobierno, sino porque los que se oponen pueden discrepar públicamente de ellas. Así, un sistema democrático no asegura un régimen de libertades, tan sólo establece el Poder de una mayoría, aunque pueda ser exigua, cambiante, manipulada o injusta. Es el modo de ejercer el Poder el que produce una sociedad libre o una tiranía.

El problema que muchos tratan de presentar como un conflicto entre Razón y Fe no es tal. De hecho, prácticamente en todos los campos del saber la Razón construye la estructura del conocimiento apoyándose en axiomas o teoremas fundamentales. También desde la Fe, la Razón se asoma a una realidad sobrenatural.

De hecho, que un profesor de Ciencia Política contraponga Fe y Razón sobre la base de que “La fe es una creencia que no precisa de mayor instrumento que la voluntad del creyente de dar por válida la existencia de una entidad metafísica”y que “Por el contrario, la razón, que es la que organiza el método científico ,(...), necesita criterios de lógica y demostrabilidad para avanzar” encierra, cuando menos, una profunda contradicción personal, pues, desde luego en lo que a él se refiere a tenor de su esperable formación académica, debe hacer el mismo ejercicio de voluntad para creer en la existencia, sea de una entidad metafísica, sea de una entidad física no directamente visible. Ése profesor en concreto, que no pertenece al ámbito de ciencias, acepta y adhiere el testimonio que recibe de aquéllos en quienes confía, tanto si lo hiciera para creer en el Dios que se reveló a los hombres y transmitieron esta revelación, como haciéndolo para creer en la existencia de los electrones, transmitida por los hombres que los descubrieron y aportaron pruebas que, probablemente, el profesor nunca entenderá. Dudo mucho, por tanto, que este profesor pueda “demostrar” personalmente alguna de esas dos creencias.

El alarde de un“integrismo” ateo que pretende adueñarse de la Razón y la ciencia en beneficio propio, llega al máximo cuando dice que “en las leyes de Dios se cree, las leyes de Darwin se saben...”, como si la Fe en un Dios Creador no pudiera tener puntos de encuentro con la teoría evolucionista y como si el Darwinismo no necesitara “creer” en la existencia de innumerables “eslabones perdidos” para poder resolver las grandes lagunas que quedan por explicar. Sólo los ignorantes que quieren usar la ciencia como instrumento de adoctrinamiento ateo pueden permitirse hacer afirmaciones tan rotundas.

Como decía antes, el conflicto que el profesor Monedero y muchos otros tratan de presentar intencionadamente como conflicto entre Razón y Fe no es tal. El verdadero conflicto es anterior, la verdadera incompatibilidad se da entre ateísmo y religión, entre la Ley de Dios y la ley de los hombres, incompatibilidad que les hace ser mutuamente excluyentes.

En mi opinión, resulta muy interesante hacer un análisis detallado de la tercera pregunta de las entrevistas:

“3  La presencia en la so­ciedad - y por lo tanto en la Universidad - de opiniones diferentes es algo inevitable en democracia. Esto implica que solo el diálo­go y la discusión pueden ser un camino hacia una convi­vencia verdaderamente pací­fica. ¿Cómo cree usted que se construye un verdadero diálo­go pacífico, incluso entre opi­niones diferentes?”

En la introducción a la pregunta se hacen afirmaciones de generalización inexacta. Por un lado, la presencia de opiniones diferentes es independiente de la forma política de gobierno y, además, no es inevitable. Sí depende del modo en que se ejerce el Poder, que las opiniones discrepantes puedan hacerse públicas libremente. Por otra parte, en una sociedad cohesionada en torno a un mismo código moral no tienen porqué darse, inevitablemente, diferencias de opinión relevantes, aún con forma de gobierno democrática.

“...solo el diálo­go y la discusión pueden ser un camino hacia una convi­vencia verdaderamente pací­fica...”

Este punto requiere un especial análisis. La población creyente, minoritaria en la sociedad ateizada actual, se encuentra ante una seria disyuntiva, una vez que la presión del ateísmo dominante ha desarrollado un cuerpo legal que se opone gravemente a la moral católica. El diálogo y la discusión no nos sirven a los cristianos para alcanzar un consenso con el ateísmo militante en cuestiones que atentan gravemente a la moral cristiana; no podemos llegar a un acuerdo discutiendo el número de semanas del aborto legal, los requisitos para la eutanasia activa o la clonación para producir esclavos. Cruzadas líneas rojas como la del aborto, que legaliza el “crimen nefando”, los cristianos debemos cuestionarnos si nos es lícito permanecer dentro de un sistema inicuo que ha consagrado como derechos, graves pecados contra la Ley de Dios;  si frente a ello basta con decir “yo no aborto” y seguir siendo buenos ciudadanos respetuosos con las leyes; si nuestra permanencia voluntaria en este sistema supone un reconocimiento de legitimidad, o si, por el contrario, deberíamos rebelarnos frente a este homicidio legal, declarar ilegítimo un Estado que ha arrebatado el derecho a vivir de todo ser humano no nacido, abandonar todo colaboracionismo y desarrollar modos de resistencia no violenta y prácticas de desobediencia civil, a partir del compromiso personal y el testimonio. De nuevo nos encontramos ante hechos y leyes gravemente inmorales, como los cristianos de otro tiempo vivieron la esclavitud o el nazismo. Numerosas críticas se han vertido sobre la inhibición de muchos de ellos entonces... ¿qué haremos ahora?

De nuestro lado, la ausencia de violencia en la confrontación con el ateísmo no es resultado de una convicción política que se pliega a la conveniencia, ni el fruto de ningún diálogo o discusión, sino que constituye una profunda exigencia cristiana que obliga al amor a los enemigos y a poner la otra mejilla cuando nos abofetean. No son la democracia ni el diálogo los garantes de la paz para los cristianos, sino la propia conciencia fundamentada en los principios evangélicos.

Del lado ateo, bien explicitado por el profesor Monedero, ya sabemos:

lo relevante no es que unas estudiantes se quitaran la camiseta, sino la propia existencia de las capillas...”

Como en tantas ocasiones, cuando le conviene, el ateísmo convierte a la víctima en culpable, simplemente por existir. Debería, pues, asumir las consecuencias y las agresiones que reciban hasta que pongan el remedio de su culpa: dejar de existir.

El ateísmo militante no tiene el más mínimo interés por un diálogo pacífico. Simplemente quiere la desaparición de toda influencia y simbología religiosas en la sociedad. Haya pocos, muchos o muchísimos creyentes.

“...Cuando muchas personas sufren de una alucinación se le llama religión.” De ahí que sea esencial separar los ámbitos de la fe y los de la ciencia.”

Es obvio que frente a tal capacidad de diálogo y respeto, no cabe otra cosa que el testimonio de nuestra Fe. También queda claro quiénes tienen un gran interés en presentar un conflicto entre Razón y Fe.

 Hasta el próximo artículo, si Dios quiere.

Winston Smith

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