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sábado, 9 de agosto de 2014

Epsilonia, el fracaso moral de la sociedad moderna (4)

Hola.

Vuelvo para completar lo que dejé inacabado hace tiempo. Un saludo.


IV

EL NUEVO ORDEN HUMANO



   Y hemos llegado al siglo XXI, observando cómo la sociedad occidental  ha construído la verdad absoluta desde su Razón, su ciencia, como único pilar de una nueva bóveda que soporta la verdad de la existencia y de la realidad, el Nuevo Orden Humano. En la Baja Edad Media, durante su hegemonía cultural, la Escolástica, con una vanidad ingenua y sobrevalorando en exceso la Razón humana, abandonó el pensamiento de San Agustín, de inspiración platónica, en el que la Fe guía a la Razón y se reconoce que ambas pertenecen a ámbitos diferentes pero confluyen dentro de la persona, y ahí, en el interior de uno mismo, en el alma racional, consciente de sí misma y de su trascendencia, es donde se encuentran la verdad y la máxima realidad, Dios. El enaltecimiento progresivo de la Razón y la incorporación del realismo físico aristotélico llevaron a los escolásticos a la pretensión de fundamentar la Verdad revelada e interpretarla a través del pensamiento racional, profundizar en el conocimiento de las verdades de la Fe a través de la Razón mediante un método filosófico. Filosofía que apoyó el Orden Cósmico Inmutable en un conocimiento racional, (y por tanto esencialmente inductivo, hipotético y provisional), que fue invalidado, más adelante, por la propia Razón en evolución.

En la edad moderna, con la profundización del conocimiento científico de la dimensión material de la realidad, el hombre occidental ha construído con su tecnología un Nuevo Orden Humano, arrogante y pagado de sí mismo, lo ha fundamentado en un único pilar, su ciencia racionalista, convertida en la nueva Verdad absoluta, y ha despreciado, como inexistente, la dimensión de la realidad que la razón humana no está capacitada para conocer: la dimensión inmaterial. Una dimensión  que no puede ser abarcada por las estructuras de la mente, que no encaja en ellas, preparadas para observar los fenómenos físicos, reconocer y extraer sus características, definir magnitudes y conceptos, y relacionarlos en la razón lógica por medio de leyes e ideas que permiten predecir el desarrollo o la evolución de tales fenómenos.

La abstracción es el proceso mental que permitirá conocer qué va a suceder, apoyándose en estructuras de pensamiento, (conceptos, leyes e ideas), que sólo son instrumentos que nuestra mente necesita para operar, pero cuya existencia física no puede demostrar. Es la impresión mental del fenómeno, pero no el fenómeno real, es la película de vídeo que muestra a mi hija pequeña, pero no es mi hija pequeña. Así, masa, aceleración, energía, etc... son herramientas mentales que nuestra razón necesita para conocer y determinar el movimiento, los cambios en el mundo físico, pero no podemos asegurar su existencia verdadera.

Sin embargo, el hombre confunde de forma espontánea e intuitiva esos conceptos con la realidad y se convence de que constituyen el conocimiento completo y verdadero de ella, despreciando como falso todo lo que no puede someterse a esa estructura de su mente. Es como afirmar que no hay más radiación que la pequeña franja del espectro que la estructura de mis ojos puede ver, negar la existencia del aire porque no lo veo, negar las obras literarias de Shakespeare porque no entiendo inglés, sólo español.

De modo que olvidada e ignorada la dimensión espiritual o inmaterial de la realidad del hombre sólo queda la material, física y sensible en la que la vida no tiene otro sentido que el disfrute y el bienestar, asegurados por una ciencia todopoderosa, que acabará con el sufrimiento, el dolor y la incertidumbre, eliminando toda frustración y cuanto se oponga a nuestro deseo, estableciendo para mí un paraíso en la Tierra, el Estado del Bienestar. Se ha instaurado la “Civilización del Egoísmo” en la que el hombre no necesita la ayuda de las personas próximas para vivir y se desvincula progresivamente de todo deber y obligación moral para con ellas, obligación que sin reportar beneficios impone límites a sus deseos. El individuo confía en el Estado como único depositario de los recursos tecnológicos y económicos inacabables que garantizan la vida placentera, y Dios no hace falta para nada, ni la esperanza de una vida futura para compensar las frustraciones de la presente. El Cielo está en la Tierra y lo fabricamos nosotros mismos. El hombre puede desobedecer la ley divina, exigente y represora de sus deseos. Lo ha hecho y no pasa nada, no se ha desmoronado el cielo sobre su cabeza, no ha sufrido un nuevo Diluvio Universal ni las plagas de Egipto. Dios no existe, y si existe, “pasa” de nosotros.

Y esa percepción de no pasar nada confirma y realimenta nuestro poder, nuestra auto-suficiencia, la confianza en nosotros mismos, en nuestra ciencia. No hay, por tanto, necesidad de cambiar y no la habrá hasta que este mismo modo de vida nos lleve a un desastre general que apague la arrogancia individual y restablezca el orden moral objetivo, recuperando el sentido del deber, el vínculo próximo y la obligación del compromiso como límites a nuestro deseo, a nuestra libertad. El camino más corto sería la vuelta al Teocentrismo cristiano. Hasta entonces, la nuestra será una predicación en el desierto. Porque sólo la experiencia personal del fracaso de la propia vida y el desengaño de la libertad por encima de todo podrán reconducir a la moral objetiva.

Si el destino de mi vida es el bienestar , la razón práctica deja de ser la que define conductas y toman más peso las emociones, la afectividad, que son en primera instancia lo que se traduce en placer, bienestar o malestar. Son, además, la vía más fácil para la manipulación demagógica.

La orientación de los actos pierde la perspectiva del futuro, del trascendente y del temporal, y se concentra en lo inmediato y próximo, lo sensible, lo que siento aquí y ahora.

Por otro lado, los otros dejan de ser lo que son por serlo y pasan a ser en la medida en que me “duelen” a mí, porque los conozco y me afectan, porque me dan algo...

Por ello avanzan leyes como las del aborto, porque si no lo conozco no es nada, sólo vale en referencia a mí, pero no por sí mismo. Esto acelera el proceso de “relativismo” moral originado en el egoísmo, que es el centro decisorio, porque lo bueno y lo malo no existen, sólo bienestar o malestar, placer o dolor, gozo o sufrimiento. Y todo esto es subjetivo y distinto para cada individuo.

La política no tiene la función de construir un bien común objetivo, sino el bienestar individual, y debe proveer los recursos y medios para que cada individuo pueda conseguirlo.

Por ello, hoy los argumentos electorales son cada vez más dirigidos a la fibra emotiva y menos a la Razón objetiva: Se apela a los sentimientos, no a los argumentos. La exaltación del victimismo, las promesas del todo gratis, la explosión de derechos y la ausencia de obligaciones, la libertad de romper compromisos, etc., concentran los mensajes electorales de todos los partidos, conscientes sus políticos de que los individuos votan por sus intereses, no por lo que es bueno.

Sin conciencia del bien y del mal, y desvinculado personalmente, la dependencia del individuo y su sumisión al Estado será en breve esclavizante, alienante, despersonalizadora. La libertad, perdida, y el individuo demasiado pequeño frente a un Estado que le explotará como un siervo para cubrir las ingentes necesidades del Poder.

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Hasta pronto, si Dios quiere.

Winston Smith

1 comentario:

  1. Muy bien. Publicar un comentario supondría ocupar por lo menos el mismo espacio.

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