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martes, 12 de agosto de 2014

Epsilonia, el fracaso moral de la sociedad moderna (5)



V

EPSILONIA: LA NEGACIÓN DEL ALMA




El hombre se ha engreído en su Razón admirándose en su propia ciencia. Pero su mente sólo dispone de estructuras innatas para procesar las impresiones que obtiene de los fenómenos físicos, construyendo un conocimiento basado en la abstracción de la realidad material y sensible, por representaciones mentales como conceptos, ideas y leyes que le permiten predecir la evolución de tales fenómenos y beneficiarse de ello.

Deslumbrado por el éxito, el hombre de la calle, dispone y emplea innumerables recursos técnicos, frutos de un conocimiento científico cuya validez y limitaciones no conoce ni entiende, pero que asume como única verdad absoluta, única realidad que existe, despreciando como inexistente toda dimensión de la misma para cuyo conocimiento la Razón no esté capacitada: La dimensión espiritual o inmaterial humana. Simplemente no existe porque no puede ser conocida por la ciencia.

Sin embargo, es obvio que nuestros sentimientos nos hablan continuamente de cualidades humanas ajenas al mundo sensible, no medibles y que la Razón sólo puede aceptar, asumir, pero no demostrar ni comprender. A lo largo de toda la historia del pensamiento, y en todas las civilizaciones, el hombre ha presentido, y conoce mediante este presentimiento, cosas inmateriales como la conciencia de sí mismo, su libertad, el bien, la justicia, la belleza, la verdad, el amor, la eternidad... que le infunden sentimientos como la fe , la esperanza, el sentido de su existencia, la trascendencia... En el siglo V a.C., Platón nos hablaba del mundo de las ideas y la realidad intangible e incorruptible, de la que el mundo sensible es sólo apariencia corruptible; en el siglo IV d.C., San Agustín, de la experiencia  interior o autoconciencia, donde el hombre puede tener acceso a las más elevadas verdades; en el XVII, Descartes, con su “Pienso, luego existo” como primera certeza; en el XVIII, Kant con sus indemostrables postulados de “la razón práctica”: Dios, inmortalidad del alma y libertad humana...

Este conocimiento y estos sentimientos configuran y materializan la libertad de acción del hombre por medio de la ley moral, con la que opera la conciencia humana, “su razón práctica” para establecer el propio deber, y son una confirmación y un apoyo a la verdad revelada por Dios.

Pero la negación de la dimensión espiritual e inmaterial de la realidad que el hombre moderno hace y su reducción a mero materialismo absoluto tienen importantes consecuencias:

1. “La muerte de Dios”, expresión que significa mucho más que ateísmo, y que expresa la eliminación de las verdades absolutas externas al hombre y las ideas inmutables, la muerte de los ideales. Y ahora todo eso está muerto: los ideales ya no impulsan las vidas de las personas, el mundo suprasensible ha perdido toda la fuerza, dice Nietzsche en las postrimerías del siglo XIX. Y continúa afirmando que con la muerte de Dios, nuestra civilización se desmorona, pues sus valores se fundamentan en la creencia de que el sentido del mundo está fuera del mundo. Ahora vivimos el fin de nuestra civilización, los valores supremos ya no tienen validez, el sentido del mundo ya no se busca fuera del mundo. (Historia de la Filosofía-Ed. Guadiel)

2. La ley moral desaparece, la conciencia convertida en una estructura inoperante. El hombre moderno ya no busca el bien, atributo que apenas sabe ya reconocer y distinguir del mal. El deber no existe. El objeto de nuestra existencia es un vitalismo entendido como la búsqueda continua de la máxima intensidad en la emoción, en la experiencia de la adrenalina, de los procesos endocrinos de excitación y relajación placenteras, de la experiencia del vigor y del poder, de la superación física, un juego contra el riesgo en el que se arriesga la vida, la búsqueda del máximo disfrute de los sentidos, la comodidad y el placer. Todo vale o puede valer. Lo débil, viejo, enfermo, decrépito, feo o incapaz deviene insoportable, incluso inaceptable. Y cuando esa potencia vital decae lo mejor es desaparecer. El destino final es la muerte y la fusión con la materia de la que procedemos. No hay nada más, ni me interesa buscarlo.

3. La libertad se entiende como la voluntad de poder romper los límites a nuestros deseos sin condicionantes debidos a vínculos personales, ni a principios morales, y, en el parxismo de su fascinación, ni los debidos a su propia naturaleza. Un vestíbulo en el que hay que derribar muros para construir más y más puertas de salida, y en el que la posibilidad de la pura elección sin condicionantes es más importante que la elección misma, que parece implicar ya una pérdida del estado de libertad. Un sentido alocado de libertad que considera menos libre a quien sigue sus principios éticos venciendo sus inclinaciones que a quien sigue sus inclinaciones venciendo sus principios.

Para que disfute de la máxima libertad, hay que reconstruir al hombre desligándole de todo tipo de vínculos y límites naturales. Este proceso constructivo y deconstructivo a la vez, confía y necesita de la ciencia y sus recursos técnicos. Mediante él, aspectos fundamentales de la identidad del ser humano están comenzando a ser modificados, alterados, como en el campo de las aplicaciones genéticas y de la procreación, a partir de un modelo de pensamiento único materialista que no quiere saber de verdad sino de números y mayorías, un modelo en el que el hombre no será más que un simio más evolucionado, el modelo dominante en la sociedad occidental de hoy.

4. La continuación en el tiempo del proceso materialista que niega la realidad espiritual y establece como único absoluto la realidad material, el cuerpo y su sensualidad, termina en el desprecio de la propia Razón teórica, de las ideas, del esfuerzo intelectual, porque nada de esto proporciona placer sensible, y conduce, lenta pero progresivamente, a un embrutecimiento que confunde los desahogos viscerales de todo tipo con expresiones de libertad y espontaneidad. Fruto de este proceso y como muestra del mismo, en el ámbito de la formación intelectual de los niños y jóvenes, se desecha el valor del deber del estudio y del esfuerzo en el trabajo de desarrollo de las ideas, sustituyéndolos por la persuasión y la seducción del juego, promoviendo un mayor reduccionismo intelectual por incapacidad de autodisciplina para la concentración y una mayor excitabilidad y disipación sensorial descontroladas.

El nuevo hombre y la nueva mujer serán reconstruídos, reprogramados mental, hormonal, orgánica y genéticamente, desde un Poder que no reconoce límite alguno y que se hace dueño de toda tecnología. Los individuos, el hombre de la calle, la base numérica del Poder, encerrados y dispersos en el culto al cuerpo y lo sensual, al disfrute y la comodidad, hostiles al esfuerzo intelectual, sin conciencia moral para distinguir el bien y el mal, rotos sus vínculos de arraigo personal, la familia, la paternidad y la maternidad, desestructurada su naturaleza sexuada, perderán su identidad, sus referencias personales, y sin ellas, su libertad, como un libro en blanco, será incapaz de expresarse en manifestaciones y opciones específicamente humanas, quedando reducidas al seguimiento del deseo más primario y al miedo, en una situación de dependencia absoluta del Poder. Serán ínfimos androides impotentes para enfrentarse a un Poder que decide sobre la verdad y la vida a su conveniencia, esclavos de un sistema que poco a poco reduce su libertad a la elección de la marca de cereales para el desayuno o del coche que se quiere comprar, pequeños epsilones siervos de un Estado al que consideran dueño de recursos técnicos y económicos ilimitados para proporcionarles bienestar durante toda su vida.

Sin referentes morales objetivos, sin conciencia, el hombre no es nada, un simio compañero de simios, un pequeño siervo de la gran Matrix que lo explota con el engaño de una realidad virtual, un vasallo esclavizado y sometido al Gran Hermano en un Mundo Feliz.

La Razón, engreída y arrogante, se ha separado de la Fe, embelesada consigo misma, negando la realidad espiritual humana y su trascendencia, destruyendo la ley moral y dejando vacía la conciencia que ya no sabe distinguir entre el Bien y el Mal. El hombre, sin saberlo, se ha hecho víctima de su propia Razón, esclavo de un determinismo tecnológico y materialista que lo embrutece, que lo reduce a su animalidad, convirtiéndolo en un pequeño tornillo de un gran engranaje. La Razón, el gran instrumento humano para sobrevivir y dominar el mundo, también es su mayor peligro de aniquilación personal, de alienación indigna.

“La emancipada e insubordinada creatividad técnica del hombre le ha abocado a lo peor: a un refinamiento del mal. El poder humano se torna en destructor ante una ciencia sin moral e irresponsable, ante una mentalidad técnica que ha expulsado a la moral a la esfera subjetiva y de la que está completamente desconectada: todos los productos de la atrocidad, de cuyo continuo incremento somos hoy espectadores atónitos y en última instancia desamparados, se basan en este único y común fundamento.” (E. García Sánchez-Foro Univ. Escorial: Del ethos a la techné: el declive de la dignidad humana según Ratzinger y RATZINGER, J., El cristiano en la crisis de Europa).

El hombre que negó la realidad espiritual, su propia realidad trascendente, quedará reducido a un epsilón, tras la consumación del Nuevo Orden Científico-Materialista: EPSILONIA. 

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Y doy aquí fin a este pequeño ensayo moral.

Hasta pronto, si Dios quiere,

Winston Smith

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