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jueves, 19 de mayo de 2011

Construir la Ciudad común

Mi hija me ha pasado una declaración, “El gusto por construir la ciudad común”, que incluye un interesante y, a mi juicio, acertado análisis sociológico y político de España, aquí y ahora, ante las próximas elecciones municipales y autonómicas.






Confieso que me ha sido particularmente grata la referencia al Cristianismo como esperanza de futuro para la sociedad humana, verdadero antídoto frente a la decepción de otras propuestas fugaces.

Y es que somos muchos los que pensamos que la crisis que padecemos es ante todo una crisis moral. Han sido muchos años de gobiernos obsesionados con una libertad enfermiza y destructiva, medida por su capacidad de romper los valores morales tradicionales, fascinada con la idea de eliminar todo límite al deseo individual, con el quebranto de todo compromiso, de toda obligación, de toda norma. Se ha vaciado de contenido la institución matrimonial civil y con ello han naufragado la fidelidad y el valor de la promesa. Se ha llegado a establecer el derecho a matar a los no nacidos.

El poder político, a golpe de ley, ha extendido esta ideo-patología a todos los sectores sociales, haciendo especial incidencia en las generaciones jóvenes, y ha producido una sociedad enferma de egoísmo.

Por otro lado y para mantenerse, ha promovido en las capas populares la cultura del clientelismo dependiente, la inmoralidad, el fraude y la mentira con los que muchos han conseguido, y mantienen, dinero, ventajas y privilegios injustos. Ha omitido su obligación de vigilancia y control de tantas y tantas ayudas, becas y subvenciones convertidas en dinero fácil para comprar todo tipo de bienes de consumo o para no trabajar.

Y todo esto ha hecho daño, mucho daño en el tejido social, en la capacidad de repartir sacrificios, de compartir bienes, de colaborar para construir, generando, por el contrario, una especie de parasitismo social en el que muchos esperan su turno en el reparto de prebendas obtenidas con el dinero público. A partir de la constatación aritmética de un hombre, un voto, basta mantener con el erario público un número suficiente de “estómagos agradecidos”. Por eso se ha sido necesario eludir toda inspección y control de la veracidad de requisitos y condiciones, por eso crecen como “champiñones” fraudes de todo tipo alrededor de los fondos públicos que financian prestaciones sociales.

Ya estamos sufriendo las consecuencias de este modo insano de gobernar que ha promovido una degradación moral en la sociedad española, en la que ahora todos somos víctimas y verdugos de nosotros mismos, cada vez más aislados, más desesperanzados y más alejados de ese mundo feliz que nos prometieron cuyo único mandamiento sería hacer lo que nos diera la gana, sin miramientos, ni siquiera, con aquéllos que nos quieren y nos necesitan. También ellos son límites a mi libertad.

Por eso no es creíble en absoluto un planteamiento político que pretenda dar soluciones a esta crisis si no lo hace desde una propuesta clara de regeneración moral, de vuelta a los valores cristianos.

Muchas veces me pregunto si hay un punto de no retorno en la degradación moral de una sociedad, un punto en el que las maldades comentadas se enquistan sin solución esclavizando a sus individuos...

La dinámica del poder es perversa.

Winston Smith

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