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domingo, 12 de junio de 2011

Indignado por la Civilización del Egoísmo.

La verdad es que procuro inhibirme de la política. Hace ya tiempo que me siento como un extraño en mi propio país, en una sociedad sin un ideal que la aglutine y cohesione, inmersa en una decadencia moral que ha suprimido de un brochazo cualidades como la fidelidad, el respeto, la promesa, el compromiso, la verdad... y con ello se ha llevado por delante el valor del sacrificio, del esfuerzo individual y colectivo, del sentido del deber, del agradecimiento y del perdón, cambiándolos por el interés, la conveniencia, el todopoderoso dinero, y los “derechos”, eufemismo tras el que se esconde el egoísmo puro y duro, un egoísmo que sólo sabe imponer obligaciones a los demás, que están ahí para aprovecharme de ellos. Eso sí, sin verlos cara a cara, para evitar el más leve escrúpulo, difuminados y despersonalizados en esa expresión tan rimbombante que los políticos emplean como carnaza, “el estado del bienestar”, que está deviniendo en un “estado del parasitar” inmerso en la “Civilización del Egoísmo”.

Ciertamente, tenemos en España todas las maldades del nuevo rico. Una prosperidad rápida y fácil parece habernos afectado “las neuronas” y cambiado nuestra manera de ser olvidándonos de todo lo anterior, fascinados con cualquier esnobismo modernista. Hasta los detergentes, si se quieren vender, siempre deben ser “nuevos”. No hace falta que sean buenos, sino nuevos. Poco más hemos exigido para tirar por la borda lo anterior, lo “viejo”, ni siquiera demostrar que lo nuevo es mejor.

La perdición de Sodoma, dice el profeta Ezequiel, (16,49), fue la “soberbia, hartura de pan y ociosidad” que “tuvieron ella y sus villas, pero no dio una mano al desgraciado y al pobre. Se engrieron frente a mí cometiendo abominaciones...”

Pues eso, que se muere de éxito más que de fracaso, y la riqueza rápida nos ha metido en un egoísmo destructivo, del que nosotros mismos seremos los más perjudicados.

Es obvio que en esta situación cualquier movimiento de contestación social despierta mi interés, en la esperanza de ser el revulsivo necesario que nos abra los ojos y nos devuelva los valores morales perdidos.




¿Podía haber sido el de “los indignados”? Sí, podía... Pero no lo ha sido... En mi opinión, viene a ser más de lo mismo, disfrazado de algo diferente para que parezca distinto. Porque también ellos echan la culpa a otros de sus problemas, también son de los que tienen clarísimo lo que los demás deberían hacer por imperativo legal, tampoco ellos se cuestionan sobre su modelo de vida, sobre su propia cuota de responsabilidad en este estado de cosas y su contribución para resolverlas.

Esperaba propuestas decididas y valientes que partieran del reconocimiento de que el mundo no puede ser justo en un pedacito si no lo es todo él entero; del reconocimiento de que una igualdad entre los hombres que termina en las fronteras de un país, no es igualdad, sino privilegio; de que es escandaloso que en nuestro país un joven gaste en una noche de marcha, “botellón” y combustible para el coche, lo que una familia necesita para comer durante varias semanas en otros países; que los hospitales de aquí gasten más recursos del presupuesto de todos en atender “intoxicaciones etílicas” que muchos dispensarios médicos en medicinas para combatir enfermedades y dolencias en los países pobres...

Y esperaba el anuncio de un compromiso individual para cambiar esta situación, un compromiso de esfuerzo, sacrificio y renuncia personal... cualidades de una generosidad que en todo tiempo y lugar ha sido propia de la juventud, y que ahora echo tanto en falta.

Esperaba la proclamación de la necesidad de un cambio personal por convicción y no por sometimiento, cambio que asumido por muchos se traduciría necesariamente en una acción social aglutinadora e ilusionante, cambio que posibilitaría el restablecimiento de los únicos valores morales que amparan y protegen lo humano, que nos convierten en prójimos unos de otros, en lugar de predadores mutuos; esperaba un redescubrimiento público de la necesidad de regirse por los valores cristianos.

Pero no, sólo he encontrado consignas, eslóganes huecos, frases hechas y declaraciones grandilocuentes vacías de contenido, que esconden intereses y protagonismos... Y han sido devorados por un gran apoyo  mediático y efectista, la propaganda del poder político, siempre ávido de la apropiación y manipulación interesada de cualquier iniciativa social.

El sábado, en un programa de Radio Clásica, de RNE, el locutor se apuntaba al movimiento como si fuera suyo y entrevistaba a diversos jóvenes músicos participantes en las protestas. Una chica joven, y sin astucia, dejaba claro que su participación era una protesta por la dificultad que los músicos encuentran en trabajar en los locales nocturnos y salas de fiesta, una queja por las reducciones presupuestarias y los recortes que están aplicando los organismos culturales de los que proceden gran parte de los ingresos de los músicos...

Hablan de los políticos y banqueros corruptos como si la corrupción no estuviera instalada por doquier entre todos nosotros, promovida desde un poder que nos ha vuelto tramposos repartiendo mezquindades en la idea de que votaremos su continuidad como garantía de que las trampas se mantengan, “garantía de futuro”, como decía el lema del alcalde de mi localidad, con el ayuntamiento en números rojos e incapaz de pagar la nómina de los empleados municipales:

Los que traicionan una promesa de amor para toda la vida.
Los que han convertido el divorcio de una necesaria regulación legal de un fracaso no deseado, en el ejercicio del derecho a abandonar al cónyuge y reemplazarlo por alguien más atractivo.
Los que no quieren asumir la responsabilidad de sus actos y la cargan sobre terceros, como en el aborto.
Los que piensan que mentir es un derecho.
Los que usan a otros como objetos de usar y tirar.
Los que promueven el enchufismo y el clientelismo.
Los que cobran subsidios de desempleo trabajando en economía sumergida.
Los que se compran un coche o una wii con el dinero de una beca de estudios.
Los que se dan de baja médica en la feria de su pueblo, y cuando la mantienen de forma engañosa.
Los que aprovechan el más mínimo golpe en su coche para robarle a la compañía de seguros lo que no les pertenece, porque “le duelen las cervicales”.
Los que se divorcian para llevarse los 4000 euros de beca para sus hijos, porque los hijos de divorciados tienen preferencia.
Los que mienten o inventan datos para llevarse una plaza en un colegio, una vivienda de protección oficial o cualquier tipo de ayuda.
Los que faltan a su trabajo injustificadamente.
Los que no devuelven un cambio incorrecto en una caja del supermercado.
Los que se ven “de marcha” todos los fines de semana y luego suspenden y tienen que repetir cursos viviendo a costa de sus padres.
Los que “no dan un palo al agua” en las tareas comunes, como si los demás hubieran nacido para realizárselas.
Los que buscan por todos los medios dejar de trabajar cuanto antes y que el estado los mantenga.
...

No sigo, pero son muchos los individuos con actitud fraudulenta o corrupta, interesadamente atribuída en exclusiva a “banqueros y políticos”. Las únicas diferencias son las cantidades a las que unos y otros tienen acceso y las posibilidades de aprovecharse y abusar de los demás.

Esperaba un sano ejercicio de autocrítica indignada, pero sólo he encontrado más autobombo anunciando lo que ya se sabe: “La culpa es siempre del otro”..

Otra vez será.

Hasta el próximo artículo, si Dios quiere.

Winston Smith

1 comentario:

  1. Completamente de acuerdo con este artículo.
    Sí, tendemos todos a echar la culpa a otros de todo lo malo que ocurre y creemos que nosotros no somos responsable de nada, sólo víctimas del sistema, los políticos, los banqueros etc.
    Y aunque desde luego la responsabilidad del más poderoso siempre será mayor, y está bien exigir mejoras, difícilmente se puede llegar a tner "el patio limpio" si todos y cada uno no deja de echar "su papelillo", incluso aunque ponga una legión de limpiadores.
    La sociedad no puede ser más justa si cada uno de nosotros no trata de ser mejor, si cada uno no aporta su granito de arena, buscando por sí mismo soluciones, esforzándose, trabajando...luego podremos exigir que los demás también hagan su trabajo.
    Recuperemos estos y otros valores que se han olvidado, y que son imprescindibles para encontrar la auténtica felicidad.

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