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martes, 12 de agosto de 2014

Epsilonia, el fracaso moral de la sociedad moderna (5)



V

EPSILONIA: LA NEGACIÓN DEL ALMA




El hombre se ha engreído en su Razón admirándose en su propia ciencia. Pero su mente sólo dispone de estructuras innatas para procesar las impresiones que obtiene de los fenómenos físicos, construyendo un conocimiento basado en la abstracción de la realidad material y sensible, por representaciones mentales como conceptos, ideas y leyes que le permiten predecir la evolución de tales fenómenos y beneficiarse de ello.

Deslumbrado por el éxito, el hombre de la calle, dispone y emplea innumerables recursos técnicos, frutos de un conocimiento científico cuya validez y limitaciones no conoce ni entiende, pero que asume como única verdad absoluta, única realidad que existe, despreciando como inexistente toda dimensión de la misma para cuyo conocimiento la Razón no esté capacitada: La dimensión espiritual o inmaterial humana. Simplemente no existe porque no puede ser conocida por la ciencia.

Sin embargo, es obvio que nuestros sentimientos nos hablan continuamente de cualidades humanas ajenas al mundo sensible, no medibles y que la Razón sólo puede aceptar, asumir, pero no demostrar ni comprender. A lo largo de toda la historia del pensamiento, y en todas las civilizaciones, el hombre ha presentido, y conoce mediante este presentimiento, cosas inmateriales como la conciencia de sí mismo, su libertad, el bien, la justicia, la belleza, la verdad, el amor, la eternidad... que le infunden sentimientos como la fe , la esperanza, el sentido de su existencia, la trascendencia... En el siglo V a.C., Platón nos hablaba del mundo de las ideas y la realidad intangible e incorruptible, de la que el mundo sensible es sólo apariencia corruptible; en el siglo IV d.C., San Agustín, de la experiencia  interior o autoconciencia, donde el hombre puede tener acceso a las más elevadas verdades; en el XVII, Descartes, con su “Pienso, luego existo” como primera certeza; en el XVIII, Kant con sus indemostrables postulados de “la razón práctica”: Dios, inmortalidad del alma y libertad humana...

Este conocimiento y estos sentimientos configuran y materializan la libertad de acción del hombre por medio de la ley moral, con la que opera la conciencia humana, “su razón práctica” para establecer el propio deber, y son una confirmación y un apoyo a la verdad revelada por Dios.

Pero la negación de la dimensión espiritual e inmaterial de la realidad que el hombre moderno hace y su reducción a mero materialismo absoluto tienen importantes consecuencias:

1. “La muerte de Dios”, expresión que significa mucho más que ateísmo, y que expresa la eliminación de las verdades absolutas externas al hombre y las ideas inmutables, la muerte de los ideales. Y ahora todo eso está muerto: los ideales ya no impulsan las vidas de las personas, el mundo suprasensible ha perdido toda la fuerza, dice Nietzsche en las postrimerías del siglo XIX. Y continúa afirmando que con la muerte de Dios, nuestra civilización se desmorona, pues sus valores se fundamentan en la creencia de que el sentido del mundo está fuera del mundo. Ahora vivimos el fin de nuestra civilización, los valores supremos ya no tienen validez, el sentido del mundo ya no se busca fuera del mundo. (Historia de la Filosofía-Ed. Guadiel)

2. La ley moral desaparece, la conciencia convertida en una estructura inoperante. El hombre moderno ya no busca el bien, atributo que apenas sabe ya reconocer y distinguir del mal. El deber no existe. El objeto de nuestra existencia es un vitalismo entendido como la búsqueda continua de la máxima intensidad en la emoción, en la experiencia de la adrenalina, de los procesos endocrinos de excitación y relajación placenteras, de la experiencia del vigor y del poder, de la superación física, un juego contra el riesgo en el que se arriesga la vida, la búsqueda del máximo disfrute de los sentidos, la comodidad y el placer. Todo vale o puede valer. Lo débil, viejo, enfermo, decrépito, feo o incapaz deviene insoportable, incluso inaceptable. Y cuando esa potencia vital decae lo mejor es desaparecer. El destino final es la muerte y la fusión con la materia de la que procedemos. No hay nada más, ni me interesa buscarlo.

3. La libertad se entiende como la voluntad de poder romper los límites a nuestros deseos sin condicionantes debidos a vínculos personales, ni a principios morales, y, en el parxismo de su fascinación, ni los debidos a su propia naturaleza. Un vestíbulo en el que hay que derribar muros para construir más y más puertas de salida, y en el que la posibilidad de la pura elección sin condicionantes es más importante que la elección misma, que parece implicar ya una pérdida del estado de libertad. Un sentido alocado de libertad que considera menos libre a quien sigue sus principios éticos venciendo sus inclinaciones que a quien sigue sus inclinaciones venciendo sus principios.

Para que disfute de la máxima libertad, hay que reconstruir al hombre desligándole de todo tipo de vínculos y límites naturales. Este proceso constructivo y deconstructivo a la vez, confía y necesita de la ciencia y sus recursos técnicos. Mediante él, aspectos fundamentales de la identidad del ser humano están comenzando a ser modificados, alterados, como en el campo de las aplicaciones genéticas y de la procreación, a partir de un modelo de pensamiento único materialista que no quiere saber de verdad sino de números y mayorías, un modelo en el que el hombre no será más que un simio más evolucionado, el modelo dominante en la sociedad occidental de hoy.

4. La continuación en el tiempo del proceso materialista que niega la realidad espiritual y establece como único absoluto la realidad material, el cuerpo y su sensualidad, termina en el desprecio de la propia Razón teórica, de las ideas, del esfuerzo intelectual, porque nada de esto proporciona placer sensible, y conduce, lenta pero progresivamente, a un embrutecimiento que confunde los desahogos viscerales de todo tipo con expresiones de libertad y espontaneidad. Fruto de este proceso y como muestra del mismo, en el ámbito de la formación intelectual de los niños y jóvenes, se desecha el valor del deber del estudio y del esfuerzo en el trabajo de desarrollo de las ideas, sustituyéndolos por la persuasión y la seducción del juego, promoviendo un mayor reduccionismo intelectual por incapacidad de autodisciplina para la concentración y una mayor excitabilidad y disipación sensorial descontroladas.

El nuevo hombre y la nueva mujer serán reconstruídos, reprogramados mental, hormonal, orgánica y genéticamente, desde un Poder que no reconoce límite alguno y que se hace dueño de toda tecnología. Los individuos, el hombre de la calle, la base numérica del Poder, encerrados y dispersos en el culto al cuerpo y lo sensual, al disfrute y la comodidad, hostiles al esfuerzo intelectual, sin conciencia moral para distinguir el bien y el mal, rotos sus vínculos de arraigo personal, la familia, la paternidad y la maternidad, desestructurada su naturaleza sexuada, perderán su identidad, sus referencias personales, y sin ellas, su libertad, como un libro en blanco, será incapaz de expresarse en manifestaciones y opciones específicamente humanas, quedando reducidas al seguimiento del deseo más primario y al miedo, en una situación de dependencia absoluta del Poder. Serán ínfimos androides impotentes para enfrentarse a un Poder que decide sobre la verdad y la vida a su conveniencia, esclavos de un sistema que poco a poco reduce su libertad a la elección de la marca de cereales para el desayuno o del coche que se quiere comprar, pequeños epsilones siervos de un Estado al que consideran dueño de recursos técnicos y económicos ilimitados para proporcionarles bienestar durante toda su vida.

Sin referentes morales objetivos, sin conciencia, el hombre no es nada, un simio compañero de simios, un pequeño siervo de la gran Matrix que lo explota con el engaño de una realidad virtual, un vasallo esclavizado y sometido al Gran Hermano en un Mundo Feliz.

La Razón, engreída y arrogante, se ha separado de la Fe, embelesada consigo misma, negando la realidad espiritual humana y su trascendencia, destruyendo la ley moral y dejando vacía la conciencia que ya no sabe distinguir entre el Bien y el Mal. El hombre, sin saberlo, se ha hecho víctima de su propia Razón, esclavo de un determinismo tecnológico y materialista que lo embrutece, que lo reduce a su animalidad, convirtiéndolo en un pequeño tornillo de un gran engranaje. La Razón, el gran instrumento humano para sobrevivir y dominar el mundo, también es su mayor peligro de aniquilación personal, de alienación indigna.

“La emancipada e insubordinada creatividad técnica del hombre le ha abocado a lo peor: a un refinamiento del mal. El poder humano se torna en destructor ante una ciencia sin moral e irresponsable, ante una mentalidad técnica que ha expulsado a la moral a la esfera subjetiva y de la que está completamente desconectada: todos los productos de la atrocidad, de cuyo continuo incremento somos hoy espectadores atónitos y en última instancia desamparados, se basan en este único y común fundamento.” (E. García Sánchez-Foro Univ. Escorial: Del ethos a la techné: el declive de la dignidad humana según Ratzinger y RATZINGER, J., El cristiano en la crisis de Europa).

El hombre que negó la realidad espiritual, su propia realidad trascendente, quedará reducido a un epsilón, tras la consumación del Nuevo Orden Científico-Materialista: EPSILONIA. 

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Y doy aquí fin a este pequeño ensayo moral.

Hasta pronto, si Dios quiere,

Winston Smith

sábado, 9 de agosto de 2014

Epsilonia, el fracaso moral de la sociedad moderna (4)

Hola.

Vuelvo para completar lo que dejé inacabado hace tiempo. Un saludo.


IV

EL NUEVO ORDEN HUMANO



   Y hemos llegado al siglo XXI, observando cómo la sociedad occidental  ha construído la verdad absoluta desde su Razón, su ciencia, como único pilar de una nueva bóveda que soporta la verdad de la existencia y de la realidad, el Nuevo Orden Humano. En la Baja Edad Media, durante su hegemonía cultural, la Escolástica, con una vanidad ingenua y sobrevalorando en exceso la Razón humana, abandonó el pensamiento de San Agustín, de inspiración platónica, en el que la Fe guía a la Razón y se reconoce que ambas pertenecen a ámbitos diferentes pero confluyen dentro de la persona, y ahí, en el interior de uno mismo, en el alma racional, consciente de sí misma y de su trascendencia, es donde se encuentran la verdad y la máxima realidad, Dios. El enaltecimiento progresivo de la Razón y la incorporación del realismo físico aristotélico llevaron a los escolásticos a la pretensión de fundamentar la Verdad revelada e interpretarla a través del pensamiento racional, profundizar en el conocimiento de las verdades de la Fe a través de la Razón mediante un método filosófico. Filosofía que apoyó el Orden Cósmico Inmutable en un conocimiento racional, (y por tanto esencialmente inductivo, hipotético y provisional), que fue invalidado, más adelante, por la propia Razón en evolución.

En la edad moderna, con la profundización del conocimiento científico de la dimensión material de la realidad, el hombre occidental ha construído con su tecnología un Nuevo Orden Humano, arrogante y pagado de sí mismo, lo ha fundamentado en un único pilar, su ciencia racionalista, convertida en la nueva Verdad absoluta, y ha despreciado, como inexistente, la dimensión de la realidad que la razón humana no está capacitada para conocer: la dimensión inmaterial. Una dimensión  que no puede ser abarcada por las estructuras de la mente, que no encaja en ellas, preparadas para observar los fenómenos físicos, reconocer y extraer sus características, definir magnitudes y conceptos, y relacionarlos en la razón lógica por medio de leyes e ideas que permiten predecir el desarrollo o la evolución de tales fenómenos.

La abstracción es el proceso mental que permitirá conocer qué va a suceder, apoyándose en estructuras de pensamiento, (conceptos, leyes e ideas), que sólo son instrumentos que nuestra mente necesita para operar, pero cuya existencia física no puede demostrar. Es la impresión mental del fenómeno, pero no el fenómeno real, es la película de vídeo que muestra a mi hija pequeña, pero no es mi hija pequeña. Así, masa, aceleración, energía, etc... son herramientas mentales que nuestra razón necesita para conocer y determinar el movimiento, los cambios en el mundo físico, pero no podemos asegurar su existencia verdadera.

Sin embargo, el hombre confunde de forma espontánea e intuitiva esos conceptos con la realidad y se convence de que constituyen el conocimiento completo y verdadero de ella, despreciando como falso todo lo que no puede someterse a esa estructura de su mente. Es como afirmar que no hay más radiación que la pequeña franja del espectro que la estructura de mis ojos puede ver, negar la existencia del aire porque no lo veo, negar las obras literarias de Shakespeare porque no entiendo inglés, sólo español.

De modo que olvidada e ignorada la dimensión espiritual o inmaterial de la realidad del hombre sólo queda la material, física y sensible en la que la vida no tiene otro sentido que el disfrute y el bienestar, asegurados por una ciencia todopoderosa, que acabará con el sufrimiento, el dolor y la incertidumbre, eliminando toda frustración y cuanto se oponga a nuestro deseo, estableciendo para mí un paraíso en la Tierra, el Estado del Bienestar. Se ha instaurado la “Civilización del Egoísmo” en la que el hombre no necesita la ayuda de las personas próximas para vivir y se desvincula progresivamente de todo deber y obligación moral para con ellas, obligación que sin reportar beneficios impone límites a sus deseos. El individuo confía en el Estado como único depositario de los recursos tecnológicos y económicos inacabables que garantizan la vida placentera, y Dios no hace falta para nada, ni la esperanza de una vida futura para compensar las frustraciones de la presente. El Cielo está en la Tierra y lo fabricamos nosotros mismos. El hombre puede desobedecer la ley divina, exigente y represora de sus deseos. Lo ha hecho y no pasa nada, no se ha desmoronado el cielo sobre su cabeza, no ha sufrido un nuevo Diluvio Universal ni las plagas de Egipto. Dios no existe, y si existe, “pasa” de nosotros.

Y esa percepción de no pasar nada confirma y realimenta nuestro poder, nuestra auto-suficiencia, la confianza en nosotros mismos, en nuestra ciencia. No hay, por tanto, necesidad de cambiar y no la habrá hasta que este mismo modo de vida nos lleve a un desastre general que apague la arrogancia individual y restablezca el orden moral objetivo, recuperando el sentido del deber, el vínculo próximo y la obligación del compromiso como límites a nuestro deseo, a nuestra libertad. El camino más corto sería la vuelta al Teocentrismo cristiano. Hasta entonces, la nuestra será una predicación en el desierto. Porque sólo la experiencia personal del fracaso de la propia vida y el desengaño de la libertad por encima de todo podrán reconducir a la moral objetiva.

Si el destino de mi vida es el bienestar , la razón práctica deja de ser la que define conductas y toman más peso las emociones, la afectividad, que son en primera instancia lo que se traduce en placer, bienestar o malestar. Son, además, la vía más fácil para la manipulación demagógica.

La orientación de los actos pierde la perspectiva del futuro, del trascendente y del temporal, y se concentra en lo inmediato y próximo, lo sensible, lo que siento aquí y ahora.

Por otro lado, los otros dejan de ser lo que son por serlo y pasan a ser en la medida en que me “duelen” a mí, porque los conozco y me afectan, porque me dan algo...

Por ello avanzan leyes como las del aborto, porque si no lo conozco no es nada, sólo vale en referencia a mí, pero no por sí mismo. Esto acelera el proceso de “relativismo” moral originado en el egoísmo, que es el centro decisorio, porque lo bueno y lo malo no existen, sólo bienestar o malestar, placer o dolor, gozo o sufrimiento. Y todo esto es subjetivo y distinto para cada individuo.

La política no tiene la función de construir un bien común objetivo, sino el bienestar individual, y debe proveer los recursos y medios para que cada individuo pueda conseguirlo.

Por ello, hoy los argumentos electorales son cada vez más dirigidos a la fibra emotiva y menos a la Razón objetiva: Se apela a los sentimientos, no a los argumentos. La exaltación del victimismo, las promesas del todo gratis, la explosión de derechos y la ausencia de obligaciones, la libertad de romper compromisos, etc., concentran los mensajes electorales de todos los partidos, conscientes sus políticos de que los individuos votan por sus intereses, no por lo que es bueno.

Sin conciencia del bien y del mal, y desvinculado personalmente, la dependencia del individuo y su sumisión al Estado será en breve esclavizante, alienante, despersonalizadora. La libertad, perdida, y el individuo demasiado pequeño frente a un Estado que le explotará como un siervo para cubrir las ingentes necesidades del Poder.

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Hasta pronto, si Dios quiere.

Winston Smith

jueves, 25 de abril de 2013

Epsilonia, el fracaso moral de la sociedad moderna (3)


 
 
El colapso del Orden Cósmico Inmutable, el descrédito de la Autoridad que mantenía la Verdad y la experiencia de la inseguridad del conocimiento sensible, fueron los factores que liberaron los impulsos del comportamiento más gregario, los originados en la voluntad de Poder, sometidos hasta el momento por una Razón práctica que se había apoyado en ese Orden para definir lo Bueno y lo Malo. Estos impulsos dieron lugar a movimientos que se expresaron, desde entonces y en los siglos siguientes, a través de continuas rebeliones y múltiples conflictos, tratando de imponer diferentes ideas, diferentes modelos para un nuevo orden y una nueva verdad, una nueva definición del Bien y del Mal.

Este cuestionamiento de la Verdad, este levantamiento contra la Autoridad que la sustentaba y transmitía, absolutamente jerarquizada, que nace en Dios y de Él la reciben emperadores, reyes y nobles en el ámbito del Poder temporal, y el Papa, obispos y clérigos en el religioso, tuvo carácter generalizado, y hasta descontrolado, afectando todos los ámbitos de la sociedad, dominándola culturalmente, desplazándola progresivamente desde el Teocentrismo medieval al Antropocentrismo que marcó todos los movimientos filosóficos y políticos que le han sucedido desde entonces.

Así, en el ámbito temporal, la materialización más relevante del cambio moral operado a partir de ese cuestionamiento y de su rebelión, se evidenciará siglos después, con el atrevimiento a justificar formalmente la violencia, incluso el homicidio, como instrumento para conseguir fines políticos. Así, a mediados del siglo XVII, Locke, filósofo empirista inglés políticamente opuesto al absolutismo, legitimó, dando soporte filosófico a la pretensión de que el fin justifica los medios, la ejecución del rey absolutista Carlos I de Inglaterra, hecho necesario para la llegada al Poder de un rey parlamentarista, afín a las ideas del filósofo. En el siglo XVIII, la rebelión de las colonias americanas contra el rey de Inglaterra y su independencia como Estados Unidos de América, demostró de nuevo que el poder de los reyes no es inquebrantable y que puede existir un estado sin monarquía. Este contagio provocó en Francia una horrible guerra civil y poco a poco fue extendiéndose por muchas colonias europeas en los dos siglos siguientes, sembrados de conflictos bélicos de carácter independentista.

En el ámbito religioso, en el siglo XVI, el ejemplo más ilustrativo, la rebelión, el enfrentamiento directo de Lutero frente a la autoridad de la Iglesia, dando lugar al cisma protestante, una Iglesia reformada que no admite la autoridad del Papa ni de los Concilios y defiende una interpretación individual y libre de la Biblia.

Con el paso de los siglos, la rebelión que se había iniciado contra la autoridad de los hombres que representaban a Dios en la Tierra, terminaría siendo contra la del mismo Dios. Así, a finales del siglo XIX, Nietzsche llegará a afirmar que “Dios ha muerto” y que el hombre es el nuevo dios, un dios terrenal que se vale de la voluntad de poder para imponer su ley a los demás.

En el campo moral, también resultó de suma importancia el ejercicio de “tanteo y retracto” extendido a las graves transgresiones de la Moral objetiva derivada de la Verdad absoluta. Dicho ejercicio condujo a la experiencia de que “no pasa nada” por ello, antes bien, se obtenían beneficios.  Se había hecho, y sin consecuencias, lo que no se había podido ni plantear antes por ser contrario al mismo Dios, y, por tanto,  merecedor seguro de catástrofes universales... Se experimentó, sin embargo, que es posible arrebatar el Poder y matar al soberano, que es posible enfrentarse a la Iglesia y construir otra nueva... Y no sobreviene ningún cataclismo, no pasa nada que no sean las propias consecuencias de los enfrentamientos, no pasa nada excepto que la Moral objetiva inicia su derrumbe, y la conciencia, consecuentemente, su declive. Porque sólo una fuente de moralidad externa a mí, es decir, objetiva, puede fijar un Bien y un Mal que no cambian según mis intereses. Por el contrario, una moralidad subjetiva, en la que el hombre define lo bueno y lo malo, es, inevitablemente, cambiante y dependiente de sus intereses y conveniencias circunstanciales. Difícilmente proporcionará fuerza suficiente a los individuos para superar y soportar consecuencias adversas derivadas del cumplimiento del deber, del compromiso, de la fidelidad, de la lealtad y del sacrificio. En definitiva, sin fundamento externo, la moral subjetiva desciende hasta el punto en el que el motor de los actos humanos se reduce al interés o conveniencia, al deseo y la apetencia, al placer y al disfrute: El “ego” es el centro de todo y  todo se instrumentaliza para su beneficio. El Antropocentrismo conduce progresivamente al egoísmo como fundamento y perspectiva de las relaciones interpersonales. La Moral objetiva exige de mí un comportamiento con arreglo a unos principios, la moral subjetiva termina siendo, simplemente, la justificación de lo que hago. Es decir, la moral subjetiva desemboca con el tiempo en la amoralidad, en la eliminación del Bien y del Mal, del sentido del deber y la obligación, sustituyéndolo por lo que me conviene y me hace disfrutar. Y sin Moral, la conciencia queda reducida a una estructura vacía e inoperante, y la libertad, también. Es sólo cuestión de tiempo.

El hombre post-medieval se enfrentó a un dilema: Asumir una Moral objetiva y exigente necesitaba el soporte de una Verdad de la que ya no tenía pruebas tangibles, de la que había empezado a dudar, comprobando que, además, cuando se atrevió a incumplirla y vulnerarla gravemente para su provecho, no había pasado nada. Sólo le quedaba el apoyo en una Fe y una Tradición que le explicaban la Verdad revelada por Dios,  una Fe que sitúa el destino humano en una vida eterna tras una resurrección, fuera de este mundo temporal, en la que hay Cielo e Infierno, transmitida por aquellos que le habían explicado el Orden Cósmico Inmutable que acababa de colapsar, revelándose falso por la propia razón humana.

La Edad Media había terminado, cronológica y filosóficamente.

 
III
 

RAZÓN, FE Y EXPERIENCIA VITAL

 
Tras el colapso del empeño unificador de las verdades conocidas por Razón y Fe en la Europa medieval cristiana, ¿quedó algo más que la Fe recibida y transmitida por la Tradición cristiana y el testimonio que de ella dieron muchos, como soporte y prueba de la Verdad revelada que promete una vida eterna, ajena al tiempo, tras la resurrección de los muertos, en la que habrá Cielo e Infierno, Paraíso y Condenación, como premio o castigo de los actos, intenciones y decisiones de nuestra vida terrena, conformes o no a la voluntad divina?

Ciertamente, para cualquier ser humano, la veracidad de la gran mayoría del conocimiento que adquiere en su vida no procede de la propia experiencia, sino de creencias que descansan en la autoridad de quienes se lo transmiten. Es imposible que una persona pueda, por sí sola, demostrar experimentando todo lo que aprende, sino que acude al estudio para incorporar el conocimiento de otros y apoyarse en él, en la confianza de su veracidad por venir de quien viene, por la autoridad que le reconoce. Todos tenemos multitud de “postulados” sobre los que se asienta nuestro conocimiento, sobre los que lo construímos.

En los asuntos de la razón teórica, es decir, del conocimiento de la realidad del mundo, este apoyo en el testimonio de otros es más fácil, pues es menos comprometido desde el punto de vista personal. En el fondo, a mí me da lo mismo que existan, o no, protones y electrones, a los que nunca veré personalmente. Ahora bien, en las materias de la razón práctica, la que se emplea en las decisiones y actos de nuestra vida... la aceptación del testimonio de otros como base moral de nuestra propia conducta tiene mayores consecuencias sobre uno mismo, sobre la propia felicidad posible, ya que define el sentido del deber y valora nuestros vínculos personales.

Sin embargo, para el individuo post-medieval, la experiencia vital del infortunio, de la penuria, de la frustración ante las adversidades y de la injusticia, estimulaba grandemente una percepción interior de la dimensión sobrenatural de la realidad del hombre y del mundo, que asentaba y mantenía, mediante la esperanza, la Fe cristiana y sus preceptos morales, como postulados de la razón práctica para decidir sobre sus actos.

De modo que la experiencia de las duras condiciones de la vida fue el sostén que apuntaló la bóveda del Orden Inmutable cuando se precipitó en el vacío el pilar del conocimiento humano, el puente que permitió salvar el abismo abierto entre la dimensión física y la espiritual de la única realidad humana completa.

Pero este puntal fue provisional  y cedió a medida que el avance científico iba propiciando un desarrollo tecnológico y unas técnicas que fueron suavizando progresivamente las condiciones de vida, haciéndola cada vez más fácil, menos expuesta, más segura, induciendo en el hombre europeo renacentista y post-renacentista un sentimiento de autosuficiencia creciente, de confianza en la propia capacidad; promoviendo una vida más cómoda y con una menor dependencia de los demás, menores sufrimiento, esfuerzo y sacrificio; permitiendo un mayor disfrute de los placeres terrenales. Siglos después, tras la declaración de “la muerte de Dios”, el hombre se dirá a sí mismo que no necesita ninguna vida eterna en el Cielo, pues el Paraíso se lo puede construir a sí mismo en la Tierra, erradicando con su ciencia el sufrimiento, el sacrificio y todo aquello que le moleste, le limite o incomode, adoptando como principio ético que “el fin justifica los medios” y disfrutando de su vitalismo al máximo, en toda la extensión de sus sentidos, con toda su fuerza y su voluntad de poder, en toda plenitud de facultades físicas y mentales, gracias a esa ciencia, y cuando aparezcan los primeros indicios de la decrepitud, fundirse en la materia y desaparecer.

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Y como siempre, hasta el próximo artículo, si Dios quiere.

Winston Smith


Imagen tomada de contraquerencia.blogspot.com 


lunes, 18 de marzo de 2013

Epsilonia, el fracaso moral de la sociedad moderna (2)

 ... Y lo fue. El orden inmutable y geocéntrico en el que el Universo giraba alrededor de una Tierra inmóvil, y que nuestros sentidos percibían como cierto, se resquebrajó cuando, a duras penas, la razón humana, apoyada en sus rudimentarios instrumentos científico-técnicos, percibió conceptualmente una realidad contraria, heliocéntrica, en la que la misma Tierra y todos los cuerpos celestes más conocidos, giraban alrededor del Sol, aunque fuéramos incapaces de percibir mínimamente tal movimiento bajo nuestros pies.

 

De este modo, el derrumbamiento del pilar de la verdad racional aristotélica comprometió seriamente el de la Verdad de la Fe, por la íntima y gran trabazón con la que se habían unido, y la bóveda del orden inmutable colapsó y se hundió, llevándose consigo la autoridad de los que habían definido la verdad del conocimiento racional, y la de los que, a través de ella, habían reafirmado la Verdad de la Fe. Así, cuando el avance de la Astronomía reveló el engaño y la falsedad de lo que nuestros sentidos nos hacen creer, del modelo de universo aristotélico, el mundo medieval se rompió como un cristal,  y surgió la duda, una duda que disolvió la confiada seguridad del hombre del Medievo, abriendo una crisis desconocida, una crisis que se ha ido profundizando en los siglos posteriores, reforzada por el desarrollo tecnológico, y que aún continúa agrandándose, la crisis de la Autoridad. Lo que el hombre medieval percibía a través de sus sentidos era prueba de un universo de leyes inmutables que demostraba la Verdad que le habían transmitido y servía de fundamento de la Autoridad del rey, de la nobleza, de la Iglesia y de la división de las gentes en los estamentos de la sociedad feudal. Su posición intelectual y espiritual era firme y segura: Conocía la Verdad, sabía por ella lo que debía hacer a lo largo de su vida, y sabía lo que podía esperar haciendo eso que debía.

 Sin embargo, es su propia Razón la que le lleva a descubrir que esa prueba es falsa. ¿Hasta dónde llega la falsedad? ¿Seguiré aceptando, sin cuestionarme, la autoridad absoluta de mi rey, de mi señor feudal? ¿Seguiré aceptando mi condición ineludible de siervo?
 


II


ANTROPOCENTRISMO Y REBELIÓN CONTRA LA AUTORIDAD

 
Si algo tan obvio e intuitivo como que la Tierra está inmóvil, resultaba ser falso, ¿cuántas falsedades más habría, qué validez tenía el conocimiento humano y qué autoridad quienes lo establecían?... ¿Cómo puedo estar seguro de ser cierto y verdadero aquello que conozco?

Inevitablemente, la duda se extendía a todo conocimiento, y si la Verdad había de ser una y abarcar el orden natural y el sobrenatural, la duda también invadió, por extensión, el conocimiento de la Verdad revelada.

Cuestionada y en entredicho la autoridad de quienes habían unificado el mundo natural y el sobrenatural en una Verdad absoluta, objetiva y externa al hombre: Dios mismo; derrumbada, si quiera parcialmente, esa Verdad, por la percepción de falsedad en la parte racionalmente cognoscible, la Naturaleza, ocurrió que la voluntad de Poder de muchos encontró justificación para rebelarse, reclamando el derecho a fundamentar su propia verdad natural, su propia interpretación de la Verdad revelada, su propia autoridad para establecer ambas y su propio Poder para imponerlas.

Y si ya no existe una autoridad reconocida como única y absoluta para dictaminar lo verdadero y lo falso, ¿cómo podremos distinguirlos?... Si, además, el conocimiento racional construído desde los sentidos no es fiable a pesar de la evidencia y la intuición, sólo queda evaluar su validez por sus resultados o consecuencias, su coherencia o contradicción, su beneficio o su perjuicio.

Por un lado, la duda se instalará, paulatinamente, como método de la Razón, el cuestionamiento previo como principio, y el ejercicio de “tanteo y retracto”, “de prueba y error”, como procedimiento, y todo ello inducirá un positivismo creciente que irá subordinando progresivamente los principios a los resultados, que constituirán, en última instancia, el único criterio de veracidad fiable. Por otro lado, la idea de Verdad única, objetiva e inmutable se fragmenta en muchas verdades subjetivas y cambiantes.

La experiencia de la Verdad a través de los sentidos, cuando en su ingenuidad el hombre medieval así lo creía, le ayudaba a aceptar las cosas “como son”, seguros para afrontar sacrificios y mantener esperanzas. Admitir y reconocer que la Verdad no es experiencia sensible y que esa experiencia es, además, apariencia y engaño, crea una incertidumbre que incapacita para aceptar el sufrimiento y la renuncia, y mueve a centrar la vida en la búsqueda del placer y el disfrute.

¿Y qué consecuencias  tienen /cómo se manifiestan/ estos cambios sobre el ámbito de la Razón práctica, esa razón que aplicamos para decidir entre las opciones que se nos presentan en la vida diaria, que dirige nuestros actos, que establece nuestro deber y que opera desde los postulados que definen lo que está Bien y lo que está Mal, esos postulados que constituyen la Moral?

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Y como siempre, hasta el próximo artículo, si Dios quiere.

Winston Smith

Imagen tomada de www.mat.ucm.es

viernes, 8 de marzo de 2013

Epsilonia, el fracaso moral de la sociedad moderna (I)

Queridos lectores anónimos, a quienes nunca conoceré, ni me conoceréis, que sólo tenéis una existencia virtual numerada por un contador de visitas, errantes navegantes en el mar de internet, os traigo un nuevo ensayo moral por entregas que inicio hoy.

Epsilonia es la historia de un mundo fracasado, en el que los hombres, otrora orgullosos, cambiaron deber por sumisión, autoridad por poder, amor por libertad, principios por placer, y perdieron la conciencia; un destino sórdido tras un camino aparente, en el que el alma se encoge, la voluntad se aliena sometida a un engendro y el hombre se deshumaniza; un túnel oscuro del que sólo se sale volviendo hacia atrás. Bienvenido a Epsilonia, donde reinan el nihilismo y la insignificancia.


EL COLAPSO DEL ORDEN CÓSMICO INMUTABLE MEDIEVAL

 I
 

En los alrededores del siglo V, el Imperio Romano de Occidente se ha desmoronado. El Cristianismo, que fuera promovido como religión oficial un siglo antes y que domina culturalmente los restos del Imperio y también a los pueblos invasores germánicos, establece las bases para la construcción de un mundo diferente, cimentado sólidamente en el pensamiento cristiano. San Agustín había sido el constructor de este pensamiento, realizando la primera gran conciliación entre Cristianismo y Filosofía, Fe y Razón, bajo una marcada influencia del idealismo platónico, como vía necesaria y preferente hacia el conocimiento.

En cuanto al desarrollo científico, la capacidad de observación y la experiencia del mundo físico, con instrumentos y técnicas muy rudimentarios aún, estaban  reducidas a las percepciones recibidas por los meros sentidos, que no son capaces de proporcionar un conocimiento fiable y sólido. En contraposición, el mundo de las ideas, de las realidades inmutables que no perecen, puede ser accesible al hombre a través de la Razón, orientada y guiada por la Fe, en su búsqueda de la Verdad. Pensar y creer son dos facetas inseparables en el hombre íntegro, y el camino hacia el conocimiento superior, el de las verdades eternas donde confluyen Razón y Fe, se inicia con la experiencia interior, pues es en el interior de uno mismo donde se encuentran la verdad y la máxima realidad: Dios, aunque únicamente puede conocerlas si recibe una iluminación divina.

Había nacido la Edad Media.

Los siglos de la Alta Edad Media van transcurriendo y la Razón va aumentando su valoración a medida que, muy lentamente, el conocimiento científico avanza, y con él unas aplicaciones tecnológicas que tímidamente empiezan a facilitar los trabajos de la vida ordinaria. Un avance que se va produciendo a partir de la observación del mundo físico, de las cosas materiales que, como todo lo terrenal, habían sido vistas como cosas perecederas y un obstáculo para lo más elevado y celestial, en un mundo rudo, difícil, penoso, trabajoso y peligroso.

En el siglo XIII, la Escolástica y Santo Tomás de Aquino cristianizan la filosofía racionalista artistotélica, su lógica, su Física y su concepción del universo, una filosofía que niega el sublime mundo de las ideas para afirmar una única realidad: La de los seres concretos que existen, compuestos de materia y forma, y que puedo conocer a través de los sentidos, extraer con mi razón sus características y formar ideas que consolidan un conocimiento objetivo y universal. El hombre europeo, satisfecho y crecido en su razón, retándose a sí mismo, de forma decicida, al conocimiento y dominio del mundo material que le rodea, de la Naturaleza. Esta cristianización logró una gran armonía entre Fe y Razón, sobre la base de que no puede haber contradicción real entre ambas porque la verdad es única y se fundamenta en Dios, de modo que si la razón llega a una conclusión distinta de la Fe, ésta tiene la última palabra y aquélla ha debido cometer algún error en su proceder.

Con estas premisas e integrando el conocimiento sensible, el racional y el revelado, el motor cultural de la época construye un orden cósmico estable e inmutable en sus leyes y en las relaciones causales de los fenómenos naturales y de los cuerpos celestes, consecuencia y reflejo de un orden sobrenatural eterno. A imagen de ambos, el hombre establece un orden propio, un orden humano en el que su vida y sus aconteceres, sus limitaciones, la injusticia y la justicia, el sufrimiento, su alegría y su esperanza, todo tiene un sentido y un destino, la vida eterna; un orden estable basado en una autoridad jerarquizada, el rey y los nobles feudales, que nace y procede de Dios, en quien tanto lo temporal como lo trascendente tienen su centro y se sustentan. Un orden teocéntrico, con una Moral objetiva, absoluta y compartida por todos, basada en los Mandamientos divinos, que cohesiona fuertemente a los individuos, imponiéndoles un deber de obediencia y respeto a las autoridades, por un lado, y, por otro, unas obligaciones de renuncia del “yo” en aras de una fuerte vinculación con “los otros”, el prójimo, familiar o no, a quien necesito continuamente para la supervivencia, en un entorno difícil, incierto e incluso peligroso y hostil, y con unos recursos técnicos aún muy limitados.

Todo el espacio cultural del Medievo está construído sobre este orden universal súper-estable y confiado, soportado, como una bóveda, en esos tres robustos pilares mencionados que, apoyándose mutuamente, se reparten entre sí las cargas de la estabilidad del conjunto: el conocimiento sensible, el racional y el revelado, plenamente coherentes, integrados y mutuamente complementarios, dando un sentido pleno a la vida, al tiempo y al Universo, y definiendo un principio y un fin para todo lo que existe: Dios.

Pero, inevitablemente, la bóveda iba a derrumbarse antes o después, por el soporte más débil, la esencial inestabilidad del conocimiento racional, a medida que otros hombres de ciencia fueran desacreditando, por falsos, los modelos de la Física de Aristóteles. En la mentalidad escolástica, la Verdad, si lo es, sólo puede ser una e inmutable, y, por tanto, el conocimiento de las verdades accesibles a la Razón podrá requerir más o menos tiempo, pero una vez conocidas, también serán inmutables si forman parte de la Verdad.

La falta de experiencia y la ignorancia de la esencial provisionalidad del conocimiento científico, siempre sucediéndose a sí mismo en nuevas hipótesis que desplazan a las anteriores, su marcado carácter inductivo, y por tanto imperfecto, pues llega a conocer el “porqué” repetitivo y condicionado sin llegar a saber el“cómo”, y la falta de consideración suficiente del hecho de que en cada respuesta que la ciencia encuentra descubre a su vez una nueva pregunta, son los factores que habían permitido otorgar el atributo de absoluto a las verdades del racionalismo aristotélico y su participación del mismo rango que la Verdad revelada. El empeño del maridaje entre revelación y ese racionalismo, forzando un encaje recíproco tan perfecto como innecesario, y el lógico protagonismo de la autoridad eclesial en su desarrollo, por un lado, portadora única de la Verdad revelada, y por otro, por su indudable liderazgo en la Filosofía y cultura medievales, lograron, indudablemente y mientras duró, un refuerzo de la Fe desde la Razón, pero también hicieron que aquélla se soportara, indebidamente, en la debilidad de un conocimiento racional tremendamente limitado y excesivamente ignorante, demasiado supeditado a la apariencia e imprecisión de la información de la realidad que recibimos de nuestros sentidos, un conocimiento esclavo del sentido común, de lo intuitivo, de “lo que parece”, incapaz de penetrar en “lo que es”. Un conocimiento, en definitiva, que no era sólido ni de fiar, y que podía ser falso...

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Aquí os dejo por hoy.
 
Hasta el próximo artículo, si Dios quiere.
 
Winston Smith
 
 
Imagen tomada de http://timerime.com/en/event/1226975/aristoteles+384+a+C++322+a+C/

lunes, 12 de noviembre de 2012

UNA ÉTICA PARA LA SOCIEDAD TECNOLÓGICA: EL CRISTIANISMO. (VII)

Querido navegante. Aquí termino un ensayo en el que he presentado el Cristianismo como la mejor y más humana solución moral a las tensiones y conflictos que se plantean hoy en la sociedad tecnológica, entre el ser humano, cegado por su vanidad, y la fuerza de un determinismo técnico y materialista originado en su propio desarrollo científico, determinismo que puede llegar a despersonalizarlo privándole de su  libertad,  negándole su felicidad posible, convirtiéndolo en una especie de autómata, un androide desposeído de conciencia, desvinculado de sus próximos, desarraigado y sólo, sin referencias para el bien y el mal, lobotomizado y dependiente totalmente de un Poder que lo aliena y explota.

Os dejo, pues, con el último capítulo.



7.  Poder, Globalización y Democracia.
 

Bajo la cubierta de Organismos y Conferencias Internacionales, la Globalización ha implantado, de hecho, centros de formación del “pensamiento” y de elaboración de directrices y políticas a seguir por los gobiernos a nivel mundial, supuestamente basadas en la ciencia que ellos mismos establecen como “oficial” y su concepción del bien general.

Son organismos, incluida la ONU, cada vez más poderosos, que pueden inducir enormes flujos de capital hacia actividades y empresas que ni siquiera necesitan demostrar eficacia, rendimiento o utilidad, puesto que su funcionamiento e ingresos quedan asegurados por leyes y presupuestos públicos, gracias a las directrices emanadas de estos centros de decisión. Sin embargo, el control democrático de estos organismos es sumamente deficiente o simplemente inexistente, y por ello han de resultar muy vulnerables a las presiones de unos “poderes económicos fácticos”, siempre interesados en las ventajas económicas que podrán obtener con decisiones a su favor, que no dudarán en sobornar a políticos y científicos para conseguirlo. Un mínimo control democrático y mucho dinero en juego son la mejor combinación para que pueda instalarse una corrupción que reduce la libertad de los ciudadanos y los lanza al servilismo de intereses económicos ocultos.

Una cuestión de “extraña evolución” ha sido la declaración de pandemia de la gripe A por los expertos de la OMS. Increíblemente, a pesar de la alarma creada, todo ha quedado en un brote de incidencia mucho menor al de una gripe común. La psicosis y el miedo inducidos por la alerta sanitaria de la OMS ha afectado a muchas personas, sumidas en la desconfianza del contacto, amigos expulsados por miedo de viviendas compartidas y lugares de convivencia, viajeros tratados literalmente como apestados en los aeropuertos, indefensos y sometidos a cuarentenas forzosas en países extranjeros y de tránsito... todo por el bien general...

Y bajo este pánico inducido los gobiernos seguían dócilmente otra instrucción recibida, con prontitud para no quedar en entredicho ante la opinión pública... la adquisición de millones de vacunas contra la gripe A, con un gasto multimillonario financiado a cargo de los presupuestos públicos. Sería interesante saber el beneficio obtenido por los proveedores de las vacunas y los “donativos” que hayan podido realizar.

Finalmente, demostrada la falsedad de la alarma, y dado el carácter perecedero de las vacunas, los gobiernos se han desprendido de ellas donándolas o tirándolas una vez caducadas. Aquí acabó la historia de un inmenso negocio. Pero nada se investigará, no hay claramente un órgano competente para ello, ni un control parlamentario que exija transparencia total. Sólo el escándalo público puede hacerles daño, pero eso se previene con la discreción y el secretismo adecuados. Estos Organismos están por encima de las democracias, sus decisiones son siempre “bienintencionadas por principio” y amparadas por la “ciencia”, y si fallan quedan automáticamente justificadas por la eventualidad de estar “protegido” en caso de que no hubieran fallado y la alegría de que lo hayan hecho, pues así no hay riesgo alguno...

¿Y quién asegura el rigor ético necesario detrás del IPCC y todos los Organismos y Conferencias que, como Kyoto, han identificado calentamiento global y emisión antropogénica de CO2? ¿Qué control democrático avala sus decisiones? ¿Qué intereses económicos y políticos puede haber detrás? ¿Cuáles serán las consecuencias de los enormes flujos de dinero que se están generando y se van a generar en el futuro? ¿Quiénes van a beneficiarse y quiénes se perjudicarán?

En el reino de la mentira la democracia es sólo una ficción, porque la verdad nos hace libres y la mentira, esclavos.


Winston Smith-Setiembre 2010.
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Hasta el próximo artículo, si Dios quiere,

Winston Smith

viernes, 19 de octubre de 2012

UNA ÉTICA PARA LA SOCIEDAD TECNOLÓGICA: EL CRISTIANISMO. (VI)

Hola a todos. Retomo el hilo del ensayo moral que vengo desarrollando y os presento hoy un nuevo capítulo:


6.  El eufemismo como método para esconder la verdad.

 “Entonces Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: Si permancecéis en mi palabra, verdaderamente seréis mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.” Jn 8,31.
 

La Ley de Dios prohíbe rotundamente la mentira en su octavo mandamiento, y la moral cristiana enseña que la libertad es intrínsecamente dependiente de la verdad. ¿Cómo de libre es un hombre que debe elegir entre opciones que son falsas?

La moral de consenso, sin embargo, no puede convencer a un individuo de decir la verdad cuando ésta le perjudica. ¿Por qué he de decir la verdad si mintiendo obtengo un beneficio o evito un perjuicio? Esta pregunta no tiene una clara respuesta desde una ética sin Dios. De hecho, en la sociedad occidental se aprecia una creciente fascinación por la mentira, que tiene ya el rango de un derecho: Derecho a mentir.

La dinámica del poder implica su conquista y la expulsión del poder rival, buscando siempre una perpetuación hegemónica, la dominación y sometimiento de los individuos para conseguir sus fines. La violencia es su modo de resolución de conflictos.
 

“Sabéis que los jefes de las naciones las oprimen con su imperio, y los grandes abusan de su autoridad sobre ellas.” Mt 20,25.
 

Esta afirmación no hace excepciones sobre formas de gobierno sino que habla de esa dinámica del poder. Así, la opresión y el abuso se presentan como consustanciales al mismo, sin excluir al ejercido bajo una forma democrática.

En un sistema democrático, para crear la apariencia de aceptación mayoritaria de su ejercicio y asegurar su continuidad, el poder precisa de técnicas masivas de propaganda, demagogia y persuasión, controlando y manipulando las opciones que se presentan a los individuos. Sin ética religiosa, esto conduce a un “Todo Vale”  que incluye la mentira y el miedo,  que excita el instinto más gregario, hinchando la autocompalcencia y el victimismo de los ciudadanos, acciones todas con las que el poder induce en ellos mezquinos sentimientos que luego canaliza para  justificación de sí mismo y de sus actos.

La moral social, sostenida por la conciencia de los individuos, no puede destruirse de inmediato.  Actos del poder gravemente contrarios a la moral pueden producir una reacción en contra por parte de la ciudadanía y una crisis de consecuencias imprevistas. Así, cuando el poder pretende actuar de forma inmoral, o promover leyes con el objetivo de normalizar por la vía de los hechos los comportamientos inmorales y debilitar la moral social , debe buscar el modo de encubrir la verdad, bajo una apariencia completamente distinta y hasta contraria. Probablemente el eufemismo es el instrumento que mejor ha desarrollado el poder para que las cosas parezcan diferentes de lo que realmente son, para que su carga moral peyorativa no se aprecie tal y como es, para que su maldad se difumine hasta el punto de desaparecer o convertirse en bondad. Es el poder de la mentira, que nos traslada a una realidad inventada y nos roba libertad.

 
“(El diablo) fue homicida desde el principio y no permaneció en la verdad, porque en él no hay verdad. Cuando habla la mentira, habla de lo proio porque él es mentiroso y padre de la mentira.” Jn 8,44.
 

Desde sus inicios, el modelo de sociedad occidental está cargado de eufemismo y sus dirigentes a lo largo de los años han aprendido a enmascarar una cruda realidad detrás de grandilocuentes proclamas y declaraciones en muchos casos radicalmente contrarias a los actos que amparaban y trataban de justificar.

La mitificación de una cruel convulsión social como fue la revolución francesa es un ejemplo claro de ello. Nada parece quedar de la horrible violencia desatada, del sufrimiento de tantas víctimas inocentes, cuando la fascinación hace decir a muchos:

 
“El proceso liberador de la Revolución Francesa desemboca en movimientos independentistas transformando los continentes, incluída Europa, dibujando el mapa político mundial una vez y otral.”

 
Llamar ‹‹ proceso liberador›› a una guerra civil forma parte del eufemismo. Todas las guerras son ‹‹procesos liberadores››, imposible encontrar una que no haya sido calificada así por los vencedores, pero son guerras y producen víctimas.

La sociedad occidental tiene una herida difícil de cerrar: nació legitimando el uso de la violencia como medio para conseguir fines políticos.

Occidente tiene escasos argumentos frente al terrorismo, interno o externo, porque éste es heredero de esa concepción ideológica por la que se puede matar por una causa. Los terroristas de cualquier especie también pretenden sus propios ‹‹procesos liberadores››.

El eufemismo fascinador interesado continúa atribuyendo a la RF los movimientos de independencia coloniales, cuando la realidad fue justamente la contraria, siendo la rebelión contra el rey de Inglaterra de las colonias americanas y su independencia como Estados Unidos de América el 4 de julio de 1776 la que demuestra que el poder de los reyes no es inquebrantable y que puede existir un estado sin monarquía. Este contagio provocó en Francia una horrible guerra civil y poco a poco fue extendiéndose por muchas colonias europeas en los dos siglos siguientes, sembrados de conflictos bélicos de carácter independentista, a excepción de India, nación que demostró, alrededor de un líder moral, Ghandi, que existen ‹‹procesos liberadores›› sin crímenes y que aquéllos no justifican éstos. Obviamente, también hay estados europeos que no han sufrido revolución alguna, en los que sus ciudadanos gozan de iguales derechos democráticos que los del estado francés, lo que también evidencia que el acceso a ellos no pasa necesariamente por la violencia y el crimen. Sin embargo, el eufemismo fascinador revolucionario permanece en muchos. Quizá sea el propio carácter violento el que fascina, considerado como una especie de “venganza histórica” de forma más o menos consciente.

La dinámica perversa del poder utiliza la moral social como respaldo de acciones absolutamente contrarias a ella, muchas veces con gran descaro y el menor de los disimulos.

En su declaración de independencia, T. Jefferson se atreve a poner a Dios de su parte delante de sus conciudadanos, justificando sus ambiciones políticas y el inicio de una guerra fratricida:


Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los vínculos políticos que lo han ligado a otro y tomar entre las naciones de la tierra el puesto separado e igual a que las leyes de la naturaleza y el Dios de esa naturaleza le dan derecho...”

“Por lo tanto, los Representantes de los Estados Unidos de América, convocados en Congreso General, apelando al Juez Supremo del mundo por la rectitud de nuestras intenciones, en nombre y por la autoridad del buen pueblo de estas Colonias, solemne-mente hacemos público y declaramos: Que estas Colonias Unidas son, y deben serIo por derecho, Estados Libres e Independientes...”

 
¿Por qué T. Jefferson no aplicó ese primer párrafo a las naciones indias que habitaban originariamente esos territorios respecto de los colonos, es decir, de ellos mismos?

El propio autor del artículo que estamos comentando dice:

 
“El lema revolucionario, ‹‹ Liberté, Egalité, Fraternité››, de raíz cristiana, impulsará los cambios sociales...”

 
como si cediendo cierto protagonismo al Cristianismo, recibiera de él su respaldo ante el sector popular que profesa la fe cristiana.

La moral cristiana no admite dudas en relación con la violencia. Jesucristo completa el mandanto de su Padre: “No matarás” de un modo rotundo:
 

“Oísteis que fue dicho a los antiguos: ‹‹No matarás ››... Pero yo os digo que todo aquél que se encoleriza contra su hermano, será reo de condena...

Oísteis que se dijo: ‹‹Ojo por ojo y diente por diente ››. Mas yo os digo: no resistáis al mal; y si alguno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quisiere pleitear contigo y quitarte la túnica, déjale también el manto...
 
Oísteis que se dijo: ‹‹Amarás a tu prójimo ›› y odiarás a tu enemigo, mas yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen...” Mt 5,21-38 y 43.

 
Estos mandatos genuinamente cristianos podrán ser considerados muy difíciles de cumplir, o imposibles, pero es obvio que nunca se podrá nombrar a Dios para justificar un conflicto violento.

Estos son ejemplos de eufemismos que deforman la realidad y encierran una profunda contradicción, una incompatibilidad total e imposible, y, sin embargo, se expresan sin recato para buscar una aprobación popular o de un sector social.

 
“(El lema revolucionario, Liberté, Egalité, Fraternité)... impulsará los cambios sociales que desembocarán tras dos siglos de conquistas por los estratos sociales inferiores, en el modelo occidental.”

Los cambios sociales promovidos con la violencia no modifican sustancialmente la estructura del Poder, más bien la reproducen. El mismo autor reconoce más abajo,
 

“En cierto sentido ha reproducido el modelo imperial comportándose como la metrópoli del planeta que explota.”

 
Tras la cruenta rebelión, los sublevados se han constituido en las nuevas élites del mundo y la supuesta “Egalité” que promovían se cierra dentro de sus estados como anteriormente se cerraba entre los allegados a los nobles contra quienes se rebelaron. Simplemente, la familia de “privilegiados” es ahora más numerosa, pero su actitud respecto de los miserables del mundo es la misma que lo fue entonces: el olvido. Vista la realidad posterior, no se trató tanto de destruir una estructura social injusta y desigual como de derribar a los privilegiados para ocupar su lugar. Ningún estado heredero de la “Fraternité”  ha planteado cosas como una Sanidad planetaria costeada entre todos los países en función de sus recursos, ni comparte su presupuesto con los países del Tercer Mundo: un exiguo 0,7%  es una cuota inalcanzable. Mientras el mundo occidental vive la civilización del ocio en el estado del bienestar, muchos seres humanos viven la civilización del hambre en el estado de la miseria, tras más de dos siglos de haber sustituído la moral religiosa por la ética de consenso y con unos recursos tecnológicos al parecer enormes y suficientes para constituir un fundamento ético, junto con el reconocimiento de la igualdad humana. Pero el único reconocimiento de hecho es el de la igualdad entre las diferentes castas de la nueva élite del mundo occidental: franceses, españoles, alemanes, británicos, ... cuyas pequeñas desigualdades se nivelan continuamente con movimientos institucionales de dinero, (p. ej., fondos de cohesión). Mientras, la desigualdad con el resto del planeta sólo encuentra el apoyo decidido y de mínimos recursos  de algunas organizaciones civiles y religiosas, fundamentalmente cristianas.

Hoy el consumismo desaforado en el mundo occidental alcanza cotas insultantes y escandalosas. Un joven despilfarra en diversión del fin de semana más de lo que muchas familias en el mundo dispondrán para alimentarse durante un mes o más. Hablamos de un uso sostenible de la energía y gastamos litros y litros de combustible sólo en cambiar de bares de copas. Las desigualdades pre-revolucionarias eran de menor calado que las de hoy, pero los “privilegiados” de hoy no quieren comparar. Efectivamente, como bien dice el autor del artículo, los ciudadanos occidentales estamos demasiado ocupados “instaurando un nuevo orden basado en la óptica individual...”

Es preciso elevarse a un mundo virtual, inexistente, para que el hombre occidental pueda hablar de que su modelo de sociedad defiende una “ética común y no reservada a una élite...” ¿Pueden los pobres del mundo votar leyes de transferencia de dinero de países ricos a pobres para la construcción de hospitales y escuelas? Rotundamente no. En nuestra democracia sólo votan los ricos y sus hijos.

El eufemismo es ya una herramienta común que los gobernantes emplean para “vestir de bonito” actuaciones más que discutibles y enmascarar la verdad de sus objetivos, para engañar, en definitiva, a sus ciudadanos. Las calculadas imágenes de militares en misión de ocupación suministrando medicamentos a civiles son un ejmplo más, aunque la ingenuidad del autor parezca creer que el objetivo militar es la mejora de la sanidad del país invadido.

La referencia al aborto provocado como “interrupción voluntaria del embarazo” es otro ejemplo patente de un eufemismo que pretende rebajar la gravedad moral de lo que se va a hacer.

Pero este ansia por ocultar la verdad no solo abarca cuestiones graves, sino que se ha convertido ya en un modo de ejercer el poder a todos los niveles: engañar al ciudadano para mantener su apoyo o evitar su desaprobación y los perjuicios que el gobernante pudiera recibir. Así, se dice que el “índice de crecimiento del desempleo se ha reducido...”, para no decir que el paro ha seguido creciendo; “se van a reequlibrar ingresos y gastos”, en lugar de referirse a una subida de impuestos...

También el individuo ha descubierto la utilidad del eufemismo para adormecer su conciencia, edulcorando la realidad para eludir la responsabilidad de una reacción coherente y comprometida, sea hacia sí mismo o hacia los demás. Así, los ciudadanos ya no se emborrachan, término que expresa la crudeza de un exceso peligroso y adictivo, sino que “sufren intoxicación etílica”, como si se tratara de una afección involuntaria; tampoco son “gordos ni obesos”, palabras que muestran poco control y un abuso perjudicial de la comida, sino personas “afectadas de sobrepeso”, es decir, tampoco tienen responsabilidad alguna en lo que les ocurre...

¿Cómo se puede ser libre en el enjambre de la mentira?

Y sin embargo,

 
‹‹ ¿Por qué he de decir la verdad si mintiendo obtengo un beneficio o evito un perjuicio? Esta pregunta no tiene una clara respuesta desde una ética sin Dios. De hecho, en la sociedad occidental se aprecia una creciente fascinación por la mentira, que tiene ya el rango de un derecho: Derecho a mentir.››

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Hasta el próximo artículo, si Dios quiere.
 
Winston Smith

Imagen tomada de: http://amen-amen.net/hector-leites/etica-y-moral/etica-y-moral-en-la-iglesia-evangelica/